Alberto Lominchar estudió Magisterio y Filología Inglesa, ejerce la docencia y escribe: poemas (‘Errático albor’, 2006; ‘Ante tanta indiferencia’, 2011 y es uno de los poetas incluidos en la antología ‘El séquito de Talía. Poesía actual en Aranjuez’; ed. Yagruma, 2016), novelas (‘El hombre bueno que supo hablar’, en 2009, y ‘Numancia contra el tirano’, en 2012) y relatos que fue publicando en una revista local que ya no existe, ‘Enclave’ y que acaba de publicar reunidos en ‘Pequeños retazos de Historia arancetana’.
En ‘Pequeños retazos de Historia arancetana’ recrea en trece relatos episodios fundamentales sucedidos en el Aranjuez del XIX y las primeras décadas del XX (El Motín, la Junta Central, las Guerras Carlistas, la llegada del ferrocarríl) y nos hace desfilar a personajes como Goya, Torrijos, Ventura de la Vega, Aviraneta,  Mesoneros Romanos, Valle Inclán, Azorín, Rusiñol…  No son los protagonistas principales quienes tienen la palabra en ‘Pequeños retazos…’, sino los testigos que los vieron e interactuaron con ellos ¿Por qué eligió esa forma de contar la historia?
Normalmente, cuando escribo, me planteo alcanzar tres objetivos: Instruir, entretener y despertar conciencias amodorradas. Modestamente creo que, para alcanzar el primero y el tercero de esos objetivos, hay que afinar mucho en el segundo. Es ahí donde entra en juego ese “yo” narrador que suele conectar de forma más natural con el “tú” lector, le presenta el relato de una forma mucho más cercana, le hace “meterse” de lleno en la historia. Si además de tener un narrador en primera persona resulta que es un tipo corriente y moliente, que pudo haber sido cualquiera de nosotros, me parece que el camino hacia el que lee queda bastante más allanado. Los personajes  que se “desahogan” en este libro son esos seres anónimos que no suelen tener ni voz ni voto,  humanos, “demasiado humanos”, y ahí, entre otros detalles de estos pequeños relatos, es donde puede apreciarse que ésta es una obra bastante reivindicativa.
PREGUNTA: En la antología ‘El séquito de Talía’ se incluyen cinco poemas que, en una clave distinta, incide nuevamente en su preocupación por la influencia que la Historia tiene en las vidas de los seres humanos que la padecen y por la respuesta de carácter cívico y ético. Me parece muy significativo que el poema ‘Palo de luz’ lo haya dedicado a Manuel Azaña y que en ‘Los olvidados’ denuncie la doble muerte de los enterrados en las cunetas: “Habéis asistido a dos óbitos:/El de la bala de plomo antes,/el de la bala de olvido ahora…”
España es el segundo país con más desaparecidos políticos del planeta, sólo después de Camboya. Me resulta indignante y doloroso por igual que un estado supuestamente democrático como el nuestro haya hecho y esté haciendo tan poco por encontrar a sus muertos, unos muertos que sufrieron una guerra, por cierto, que ellos no provocaron ni iniciaron. Por otra parte, no puedo olvidar, y recuerdo siempre que puedo ante quien me quiera escuchar, la enorme tragedia nacional que supuso el colapso de la Segunda República. Aquello fue un drama, no sólo a nivel de los cientos de miles de víctimas causados por la Guerra Civil, sino -y esto es lo que la amnesia no nos deja ver-, principalmente, por el truncamiento que el hecho supuso de cara a construir un país más progresivo, ético e igualitario. Por lo demás, y abundando en lo de mi interés por la historia, creo que en absoluto es una disciplina ociosa e inservible -como quieren hacernos creer algunos-. Más bien es un instrumento imprescindible para que un pueblo conozca -y reconozca- sus errores y saque enseñanzas aplicables a la actualidad.