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Publicado: Vie, Jun 21st, 2019

‘Los burritos’

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De Santiago Rusiñol. Publicado en L’Esquella de la Torratxa el 5 de junio de 1914. [ Traducido por Farramuntana ] Ya en el siglo XVII, durante su visita a Aranjuez, el viajero Aarsen de Sommerdyck habla de una raza excepcional de asnos que se criaban en nuestro pueblo “para cubrir a las yeguas y obtener las mejores mulas”. Cien años después, el Barón Davillier en su Tour du monde, vuelve a citar a los famosos y reputados burros de Aranjuez, de talla considerable, que alcanzaban en el mercado precios comparables a los de los caballos de pura sangre, afirmando que sus raíces eran quizá más antiguas que las de algunos hidalgos. En esta glosa, Rusiñol habla también de los burros que vio en nuestra tierra y los utiliza, como es habitual en él, para establecer el contrapunto entre lo moderno y lo antiguo, lo veloz y lo pausado, lo natural y lo industrial. En algún momento nos parece estar escuchando a Juan Ramón Jiménez, y el caso es que, casualmente, “Platero y yo” se publicó en el mismo año que esta glosa. º º º La invención de los automóviles ha hecho que los caballos, y sobre todo los borriquitos, estén a un paso de convertirse en piezas curiosas de museo o de jardín de aclimatación. Pero aquí, en ciertos pueblos de Castilla, los burros no son de jardín de aclimatación. Ciertamente están aclimatados, pero de animales de jardín no tienen nada. Son más bien de camino real, de establo, de campo a través; son aún el compañero del hombre, cuando este trabaja como él. Aquí el burro carga tinajas llenas de vino de Villarrubia, y como es aguador no se las bebe (al contrario de lo que harían muchos hombres). Aquí lleva al amo a cuestas, y para no resultarle muy caro de mantener come la hierba que va encontrando, de manera que al llegar a casa ya está saciado. Aquí carga las herramientas de trabajo, lo que, si no nos equivocamos, es doble trabajo. Aquí incluso labra, y siembra y bate. Y si no siega es porque no le dejan hacerlo. Y aquí, sobre todo, se queda con las moscas, se encarga de llevarlas todas encima. Allá donde va, las acapara. El burrito de aquí no sabemos de dónde viene ni de qué tipo de raza es. De pequeño es muy peludo, parece que lleve pantalones, y como es muy dado a revolcarse, de cada pelo cuelga una brizna de paja. Cuando empiezan a salirle los dientes, va perdiendo la pelusa a puñados. Ahora le cae uno del vientre, después toda una pantorrilla, más tarde de la frente y luego de la cola, hasta que llega un momento en que la bestia parece un mapa cargado de islas. Cuando ya se le ha caído todo, sale el pelo natural que ya tendrá para siempre. Con este pelo los gitanos hacen caligrafías maravillosas. Los hay que dibujan una raya que les recorre la espalda. Algunos les dejan el vientre pelado como el de una rana. Otros, al contrario, recortan la lana con forma de faja que les abriga hasta el ombligo. Finalmente, unos les dejan el morro afeitado como el de un campesino. Cada barbero de borrico tiene sus fantasías y dicha variedad de decoración es lo que da más atractivo a este tipo de animales. En lo que se parecen casi todos es en el genio y en las posturas. Peludos o pelados, jóvenes o viejos, todos tienen aquel mirar dulce, como si pasasen una pena, como si no estuviesen contentos de haber venido a este mundo, o como si estuviesen enamorados. Todos, al percibir un aroma que ellos tienen y que los hombres sospechan, ponen las orejas tiesas en dirección al lugar del que viene el olor, tuercen el belfo superior y arrancan un grito que da alegría. Todos tienen la voluntad de siempre: ir a lo suyo y al que no le guste que lo deje. Y todos tienen una querencia, y es que allí donde ven más polvo, o más fango, o más…lo que sea, allí van y se revuelcan. Les da igual la ropa y si van limpios o sucios. Revolquémonos y después ya veremos. Y lo que ven es siempre lo mismo: una tanda de garrotazos como si les desempolvasen el cuero. Hemos de reconocer que esto es mostrar sus defectos. Pero ¿quién en este mundo no los tiene, por mucho que haya estudiado?… ¿qué haría el hombre si de pequeño, en lugar de pedagogía, que a muchos no les sienta bien, se dedicasen a esquilarlo, y le cargasen con tinajas y le enganchasen a un arado?… ¿No sería tan burro como estos de los que hablamos?… ¿No rebuznaría al sentir algunos olores?… ¿No se revolcaría por todas partes?… La historia está llena de hechos que no queremos comprobar y que nos darían la razón. Y aún hoy en día hay muchos hombres que, incluso habiendo estudiado y sabiendo filosofía, en cuanto pueden no solo se revuelcan, sino que pasan las noches en el cine o van a ver a la Xirgu en el vodevil “Pastillas Hércules”; y quien dice el cine dice otros lugares tan malos como los cines. De manera que los borricos son aún una fuerza en estos pueblos, que mueve poco peso, pero no deja de ser una fuerza. Con perdón por las comparaciones, una casa con diez hijos es pobre y una casa con diez borricos es rica. Lo que prueba una vez más que, o bien un hijo no trae un pan como muchos dicen, o que un burro trae consigo un haz de hierba. Y ese es el mayor elogio que podemos hacer del borrico. El hombre, para tomar leche de burra ha de tener un resfriado crónico y la leche le debilita, en cambio al borrico le engorda, y si tose toma y si no tose también. Y es que el borrico no utiliza al médico. Tal y como están hoy las cosas, los ricos pueden tener automóvil y los pobres burros. Por eso la clase más triste ha sido siempre la clase media, que es la que ha de utilizar el tranvía, ese coche sin independencia, encarrilado como un recluta.

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Sobre el Autor

- Diseñador gráfico del Semanario MÁS.

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