VIH/Sida: los leprosos del siglo XX
40 años de una enfermedad aún muy presente
Héctor Anabitarte
No, no se trata de ninguna exageración. En 1981, cuando en España se detectaron los primeros casos, los afectados -casi todos- tuvieron que pasar a la clandestinidad, ocultando su situación de salud inclusive a los familiares más próximos.
Por el temor al contagio: el Sida era por aquel entonces igual a muerte; el enfermo era culpabilizado, era la víctima derivada de un comportamiento incorrecto… Se inventó lo de las cuatro haches, se aseguraba que las personas más vulnerables eran los homosexuales, los heroinómanos, los hemofílicos y… los haitianos. En Estados Unidos algunos enfermos eran haitianos y eso bastó para que fueran estigmatizados y se creará la acientífica y discriminadora teoría de las cuatro haches: por primera vez en la historia una nacionalidad se consideraba grupo de riesgo.
Sólo años después se conoció que este virus hacía décadas que se venía propagando por el Africa subsahariana y del sur. Como eran africanos, se desconoció -suele pasar: gente olvidada, enfermedades ignoradas-. Hasta que hubo ocho norteamericanos enfermos… y entonces llegó la alarma mundial.
En los primeros años de la pandemia prevaleció la indiferencia, después hubo una etapa de pánico, al menos en ciertos ambientes. Las autoridades sanitarias, la presencia del movimiento ciudadano anti-Sida y de las distintas organizaciones de lucha por los derechos humanos cambiaron al menos en parte y con no pocas dificultades la situación.
Hubo que hacer campañas, cursos de prevención, jornadas informativas, programas a largo plazo de educación sexual y para la salud. El objetivo era cambiar hábitos muy internalizados, que se asumiera el uso del preservativo, no compartir las jeringuillas, controlar debidamente los bancos de sangre, normas de protección y seguridad hospitalarias, etc…
Después de aquellas primeras dos décadas de pandemia del VIH donde la esperanza se asentaba en la educación y en la solidaridad y la sensibilidad, vino el gran avance a partir de 1996 de la medicación de alta eficacia para combatir al virus.
La situación sanitaria mejoró y, con ello, la vida de las personas afectadas. Pero esto acabó teniendo una consecuencia inesperada o quizá, no tanto.
En los últimos años se está detectando un aumento de casos de enfermedades de transmisión sexual y esto es porque se han abandonado los esfuerzos en las políticas de prevención y, también, en el ámbito de la educación sexual y para la salud.
Esta pandemia sigue entre nosotros, con 45 millones de personas viviendo con el VIH en todo el planeta.
No se puede decir que la situación se haya normalizado a pesar de los significativos progresos en los tratamientos. Allí donde no llega la medicación (países con sistemas de salud con pocos recursos) la situación sanitaria sigue siendo de emergencia en lo que respecta al VIH y en todos los países, ricos y pobres, en cuanto a la discriminación, el miedo y los problemas de convivencia apenas si han cambiado desde los años 80 y 90.
La realidad todavía en 2023 es que la mayoría de los enfermos y positivos se siguen viendo obligados a ser muy reservados, discretos, a pesar que el 94,4% de las personas que están en tratamiento alcanzan una carga viral suprimida, evitando que puedan transmitir el virus.
El caso es que basta sacar el tema o que se sepa que alguien tiene VIH para que en el entorno se instalen los mismos viejos miedos de siempre. Esto lo hemos vivido de nuevo hace un par de años, con otra nueva pandemia, la del Covid. Repetimos viejos errores. No aprendemos.
Por otra parte, el que la medicación frente al VIH haga que la transmisión del virus sea prácticamente imposible entre personas que toman la medicación como tratamiento para la enfermedad o no habiendo adquirido el virus como método de prevención para evitar infectarse (prevención pre-exposición) no significa que toda la población no deba tomar medidas de protección. Además del VIH hay otras enfermedades de transmisión sexual, algunas con consecuencias serias a largo plazo si no se detectan y tratan a tiempo. Sigue siendo necesario cuidarse y hacer esfuerzos en prevención y educación para la salud y la convivencia.
Es importante que la atención hospitalaria esté coordinada. En algunos centros de salud participan varios especialistas en la atención de estos enfermos y no siempre están coordinados. Algo parecido sucede con los mayores que pueden estar afectados de diversas patologías. Hay que asumir que estas personas pueden vivir muchos años y con una buena calidad de vida, pero es necesario el seguimiento médico y un enfoque multidisciplinar para que puedan tener la mejor calidad de vida posible.
Desde 1981 han fallecido en España por el sida unas 60.000 personas, la mayoría, en aquellos primeros años, personas jóvenes. En todo el planeta es una verdadera catástrofe humanitaria que la ciencia tardó 20 años en empezar a detener y a estabilizar en muchos países, no en todos. Cada año se diagnostican entre 1.500 y 2.000 nuevos casos de infección por VIH en nuestro país, una cifra que no conseguimos que se reduzca -sigue siendo la misma desde hace años- y que, si no retomamos los esfuerzos en el diagnóstico y la prevención, incluso es posible que vuelva a repuntar.