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Publicado: Vie, Sep 28th, 2018

Cuentos de Otoño de Farramuntana: ‘Lapis Navis’ [ I ]

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Al hombre perverso se le conoce en un solo día (Sófocles) Como cada primavera, cumplo con la tradición y recojo matas de tomillo florido, para luego secarlas cuidadosamente y así poder consumirlas durante el invierno. En primer lugar, me aseguro de que se trata de Thymus vulgaris, no se me ocurre acercarme al Thymus Lacaitae o tomillo de Aranjuez, endémico y protegido. Además, jamás arranco las plantas, tan solo corto algunos brotes usando unas pequeñas tijeras. Después ensamblo ramilletes, que cuelgo cabeza abajo. De esa manera los aceites esenciales se concentran en las partes más finas del arbusto. Las sopas de infusión de farigola, enriquecidas con láminas finas de pan seco, aceite virgen de arbequina y sal, son sencillo refugio para la mente en los días fríos. Su intenso aroma de monte me regala una sensación de ternura difícil de describir, y más aún de descifrar, si no es buceando en busca de recuerdos, casi abisales de tan antiguos. Las plantas deben recolectarse en algún lugar limpio, libre de excesivo polvo de caminantes, de vehículos, de excrementos de rebaños y aireado generosamente. Las cimas son el emplazamiento perfecto, mejor cuanto más difícil es el acceso. En una, habitual en mis paseos, no la ideal pero con gran encanto, se aloja el castillo de Oreja. Hoy, tumbado en el suelo, cerca de la fortaleza y con los ojos cerrados, me ha parecido oír el eco del fragor de numerosos combates que se libraron aquí. El caballero estaba sentado en uno de los peldaños de la escalera de entrada al castillo, y limpiaba con parsimonia la larga espada, manchada con coágulos de sangre. Utilizaba un paño que era, en realidad, un jirón de hábito de monje. En la cara, cruzada por una honda cicatriz, se le dibujaba una sonrisa de satisfacción intensa, casi infantil. Su hermano se le acercó por detrás y al mirarle supo que se estaba recreando con el recuerdo del crimen recién cometido. —Iñigo, esto tiene que acabar. Nuestro antepasado Gerardo, el primer señor de Turriaurelia, juró ser leal a la corona y a la Iglesia y ahora tú… —¿Yo qué, Pedro? ¿Debo mantener la fidelidad al Arzobispado de Toledo? Recuerda que hace ya dos siglos, que a pesar tener nosotros la encomienda de la orden de Santiago, son ellos los que disfrutan del fruto de nuestras tierras. Ganan siempre todas las disputas jurisdiccionales con apoyo del Rey. Como consecuencia, somos casi tan pobres como las ratas que viven en las chozas de nuestros vasallos. —Es cierto. Pero ¿acaso crees que nos vamos a enriquecer matando religiosos? —Me da igual el dinero, lo que busco es venganza. La última vez que confiscamos unos carros de tributos, ese cerdo que se tiene por Obispo nos denunció a Fernando. Luego el tal monarca, llamado por todos “el crío”, se presentó en nuestras tierras y destruyó una de nuestras torres. Desmochada y deshonrados por un muchacho. El símbolo de nuestro poder por los suelos. Ahora les toca pagar a ellos. —¿Cuánto valen las piedras que hemos tenido que restaurar? ¿Dos canónigos? —No te confundas. No me basta con arrebatarles la vida. Tienen que sufrir. Al fin y al cabo, ese es uno de los mandatos de su profesión, ¿no es verdad? Ni te imaginas como disfruto atravesando a esos piojos que van peinados como un sobaco. Si vieses como se retuercen cuando les convierto en capones — dijo Iñigo, entre carcajadas y babeando ligeramente. —¡Basta! Te he dicho que ya es suficiente. —Mira hermano, tengo que completar esta misión. Cuando el de la mitra me excomulgue, liquidaré a otro par de clérigos de propina y consideraré saldada la deuda. Por los difuntos no te preocupes. Esos van directos al infierno de los fornicadores. La gente del lugar lo llamaba el barco de piedra. Para los señores del castillo, la nave era simplemente La Roca. Sus murallas estaban levantadas al borde de paredes verticales de los cerros, y el único acceso, al este, era un portal al que se llegaba desde el llano, totalmente expuesto a las defensas de la fortaleza. Los que quisieran atreverse a intentar el ataque desde cualquier otra orientación, quedaban expuestos a una caída mortal debida a los cincuenta metros de desnivel desde los muros hasta el valle. De esa manera, la protección de la fortaleza podía asegurarse con unos pocos hombres. El edificio medía setenta varas de largo, por tan solo cuarenta de ancho, lo que acentuaba la imagen de bajel varado en la cima de una montaña. Una nueva Arca repleta de guerreros. La proa estaba orientada a la puesta del sol, y la popa, aposento de la torre del homenaje, gruesa como el trasero de un gigante, recibía los primeros rayos de Helios por la mañana. El edificio principal, con forma de torreón, contaba con tres pisos, dotados todos de numerosas aspilleras a ambos lados. Desde las ventanas se divisaban perfectamente los cerros al sur y el curso del rio Tajo al norte. Sus muros tenían ocho pies de espesor. Delante de la torre estaban el aljibe y la capilla, dedicada a Nuestra Señora.

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Sobre el Autor

- Diseñador gráfico del Semanario MÁS.

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