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Publicado: Vie, Mar 28th, 2014

¿El fin de la historia?

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¿El fin de la historia? A través de los siglos se ha anunciado el fin del mundo. En el año 1000, por ejemplo. En el mundo moderno, ya no hablamos del fin del mundo (profecías mayas aparte), pero se escribe sobre el fin de la historia. Ciertamente, suena menos dramático. Hegel también se refirió al fin de la historia en la “Fenomenología del Espíritu”, y posiblemente a Francis Fukuyama, leyendo al filósofo alemán, se le ocurrió afirmar (en un libro que se transformó en best seller) que la caída del Muro de Berlín significaba el final de la historia, concluyendo, por tanto, que la guerra sería imposible desde ese momento. Además afirmó que la democracia y el liberalismo ya no tendrían más barreras para imponerse en el planeta. En esto último, si se refería al neoliberalismo hoy imperante, no se equivocó. En cuando a la democracia, sí que lo hizo: las grandes corporaciones multinacionales tienen hoy un poder como el que nunca tuvieron, más poder que la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El libro de Fukuyama, en su momento, tuvo gran repercusión. Su reflexión en cuanto a la guerra desde la caída del Muro de Berlín quizá se refiriera a un conflicto como el de la Segunda Guerra Mundial. Porque guerras, desde su predicción, hubo unas cuantas. Las guerras de Afganistán, las de Irak (dos), lo sucedido en los Balcanes y, actualmente, lo que está sucediendo en Siria, que es otra guerra que ya dura más de dos años, aunque jamás haya sido declarada. En estos días es portada lo que está pasando en Crimea. Putin está empleando una estrategia parecida a la de Hitler en Checoslovaquia, y todos sabemos qué consecuencias tuvo aquello.

El anunciado fin de la historia enunciado por Fukuyama no ha ocurrido y lo que sí se está viviendo en todo caso es un nuevo periodo histórico, debido a que ya no existen dos superpotencias nucleares (nucleares siguen siendo). Una de ellas, la Unión Soviética, con su imperio, se desmoronó, y la otra, Estados Unidos, ya no manda como en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

Lo que sí es cierto es que cuando estos dos países eran superpoderosos rivales jugaban al ajedrez, más bien al go, y establecían un orden mundial peligroso, pero que no dejaba de tener una cierta lógica. En el siglo XXI, en la arena mundial, han aparecido otros protagonistas, otras potencias, y se producen situaciones inesperadas, como la llamada Primavera Árabe.

Existen otros elementos a considerar, a los que, desgraciadamente, la comunidad internacional ha dado poca importancia: asuntos como el cambio climático, que pone en peligro la existencia de la especie humana entre otras; el problema de la falta de agua y la desertización de áreas cada vez mayores; la miseria extrema en la viven más de mil millones de humanos…

Por otra parte, las necesidades que tienen ciertas multinacionales de determinadas materias primas estimulan crueles guerras civiles en África. La ONU no puede asumir estos desafíos, que sí pueden desembocar en el fin de la historia, fin de verdad, definitivo.

En las Naciones Unidas cinco estados, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, tienen derecho al veto desde su fundación. Mantener esta situación es realmente anacrónico, absurdo. Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, China y Francia tienen este privilegio, cuando la correlación de fuerzas en el mundo ha cambiado de manera significativa. Alemania, Japón, India, Brasil y Sudáfrica, entre otros, deberían tener mayor presencia en la organización mundial. De todas maneras, también esto sería como abrir la caja de Pandora: diez estados con derecho a veto en vez de cinco no cambiaría mucho las cosas, y la idea de que todos los miembros tuvieran derecho a veto paralizaría totalmente a la Asamblea General. ¿Qué hacer? Por el momento, conviene mantener esta institución, peor es nada. En muchos temas ha jugado un papel importante, y no es serio pedir peras a un naranjo o a un olmo, pero tampoco es bueno resignarse. En vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo, peor es nada, y en ese escenario sí se pueden cambiar las cosas. La correlación de fuerzas puede cambiar para intentar frenar la política de ricos más ricos y pobres más pobres. Movilizarse en las calles y además votar se complementan.

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Sobre el Autor

- Sindicalista, periodista, escritor y activista social. Vive en Aranjuez desde 2001. Es autor de varios libros y ensayos. Como periodista ha desarrollado su labor en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, San Sebastián y Aranjuez. Participa activamente en la asociación de inmigrantes Hombro con Hombro.

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