Héctor Anabitarte

Lucharon por las 8 horas y los condenaron a muerte. Fue en 1886 en Chicago, cinco trabajadores fueron ejecutados, un sexto se suicidó.

La industrialización, ¿el progreso?, provocó que se trabajaran 6, 7 días semanales 12, 14, 16 horas diarias.

La llegada a Estados Unidos de obreros europeos huyendo de las explotación y de la represión fue determinante para que se organizaran sindicatos que fueron ignorados por los empresarios y el gobierno.

Los primeros en declararse en huelga fueron los trabajadores de la construcción y otros gremios se sumaron. La movilización se generalizó y se sucedieron enfrentamientos de los huelguistas y la policía, que en una ocasión fue agredida con una bomba casera.

La reivindicación más sentida fue la jornada de 8 horas, pero se fueron incorporando otras: la protección de las mujeres, la prohibición del trabajo infantil… era corriente que los menores trabajaran como un adulto, la salud laboral ausente. Estos acontecimientos son el origen del Día Mundial de los Trabajadores y Trabajadoras, hoy acontecimiento mundial y aún hoy en algunos países se reprime.

Se trata de un evento que no tiene nada que ver con una fiesta. Desde hace unos años se hacen presenten diversas iniciativas, pasar de las 40 horas semanales a 32, trabajar cuatro días por semana con el mismo salario. Han habido iniciativas en este sentido en el Congreso de los Diputados y el Ministerio de Industria desde hace varios años desarrolla un plan piloto, con un presupuesto inicial de 150 mil euros. 

En diversos países europeos se están llevando proyectos en este sentido. Algunos estudios indican que trabajando 32 horas las empresas funcionan mejor, no baja la productividad, disminuyen las bajas, la conciliación familiar es favorecida de manera significativa. Es la manera inteligente de asumir los cambios que se están produciendo en la economía, se trata de una profunda revolución, que exige además mucho diálogo, la sociedad en su conjunto tendrá que necesariamente intervenir de manera activa. Lo sucedido en Chicago en 1886 no se debe repetir.