[ Héctor Anabitarte ] “Dejad a los niños venir a mí, y no lo impidáis, porque de tales es el Reino de Dios”, dijo Jesús (Lucas 18:16). Célebre frase que se le atribuye al fundador del cristianismo. Hoy la pedofilia se pasea a lo largo y ancho de la Iglesia Católica Romana. Durante muchos años se ocultó, se negó, la complicidad se convirtió en una costumbre, y lo que era un grave delito se clasificó de pecado, y como se sabe los pecados en el confesionario se perdonan, en eso, la tradición católica es generosa. El Papa Francisco se enfrenta a un desafío de enorme magnitud, y se le pide, se le exige que actué. El arzobispo Carlo María Vigano, nuncio del Vaticano en Washington entre 2011 y 2016, manifestó en un documento que el Papa sabía lo que sucedía en Pennsylvania, mil menores abusados durante décadas, desde hace cinco años y le pide que dimita. Vaya adonde vaya Francisco aparece la pedofilia en la Iglesia. Cuando recientemente visitó Chile defendió al obispo Juan Barros acusado de cómplice de abusos; pero admitió que a veces se cometen «graves equivocaciones». No es habitual que un Papa haga autocrítica. En Irlanda fue informado que se había abusado de niñas y niños durante décadas. No dudó en decir que se trataba de «crímenes repugnantes» y que había que “eliminar este azote a toda costa”. No se puede considerar que el celibato sea el origen de tanta infamia. En la Iglesia hay multitudes de sacerdotes y monjas célibes, sacrificio que han asumido voluntariamente. Tradicionalmente no pocos curas tenían… sobrinos y se ocupaban de ellos. En Aranjuez tenemos un ejemplo de miembros de la Iglesia que han dedicado su vida a los demás, a un compromiso incondicional en favor de los necesitados: Sor Manuela. Este año el Amotinado Mayor es el Padre Ángel, incansable luchador por la justicia, por la solidaridad, que no ha dudado en decir que los mares se han convertido en cementerios. El Vaticano no debería dudar: expulsar a los que cometen “crímenes repugnantes”.