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Publicado: Jue, Mar 27th, 2014

Albergue San Vicente de Paúl, treinta años de compromiso social

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El Albergue San Vicente de Paúl celebra su 30 aniversario

Las personas sin hogar encuentran en este centro un lugar donde cobijarse y una brazo en el que apoyarse. En los últimos años el perfil de los usuarios ha cambiado como consecuencia de la crisis

Sor Soledad, directora del albergue, junto con Sor Valeriana.

Sor Soledad, directora del albergue, junto con Sor Valeriana.

Vuelve a nuestras páginas una de las entidades sociales más queridas por los vecinos de Aranjuez y que sigue cumpliendo un indiscutible papel humanitario: el Albergue San Vicente de Paul para «personas sin hogar». Y vuelve precisamente porque, en estos días, cumple treinta años de existencia. Treinta años en los que el pueblo de Aranjuez ha estado siempre implicado con la causa del albergue, desde que en 1984 abría sus puertas de manos del cura Pepe.

El Albergue San Vicente de Paul nació, por tanto, por una iniciativa de este sacerdote, Don José Ramos Domingo, el cual, junto a varios voluntarios, decidió que era necesario habilitar un espacio para poder ayudar a aquellas personas en situación de desamparo. Así es cómo, hace treinta años, se inauguraba este albergue, ubicado primitivamente en la calle del Rey, junto al convento de San Pascual.

Jacin, cocinera del albergue (derecha) y Sor Carmen en la cocina del albergue preparan la cena.

Jacin, cocinera del albergue (derecha) y Sor Carmen en la cocina del albergue preparan la cena.

Con los años, aquella ubicación se queda pequeña y el albergue se reedifica en un terreno cedido por el Ayuntamiento de Aranjuez, en la Calle Mar Chico, junto a los Almacenes Municipales. Es desde entonces cuando la congregación religiosa de las Hermanas Mercedarias de la Caridad se encarga de sacarlo adelante cada día, bajo el amparo de Caritas Diocesana y el Obispado de Getafe.

Sor Soledad, Sor Carmen, Sor Valeriana y Sor Francisca son las responsables de dirigir y gestionar este proyecto humanitario, repartiéndose las mil y una tareas cotidianas: la lavandería, el ropero, las compras, la administración, el personal, la acogida… Labores que comparten con una docena de voluntarios que dedican tiempo y esfuerzo a desarrollar los diferentes talleres y, al mismo tiempo, ofrecer un trato humano y cercano a los usuarios. Por último, el equipo se completa con Pepa, la trabajadora social, Leticia, la psicóloga, «Jacin», la cocinera, dos conserjes y otra persona en la cocina para los días festivos.

Sor Soledad, Directora del Albergue, nos cuenta que los recursos económicos proceden de donativos particulares y subvenciones públicas, fundamentalmente de Caritas, además de la ayuda que reciben del Ayuntamiento de Aranjuez y de los propios arancetanos. «Si no fuera por ellos, el albergue no podría caminar» reconoce Sor Soledad.  También nos cuenta cómo ha cambiado el perfil de los usuarios: «Las veinte camas con las que cuenta la instalación ya no están ocupadas exclusivamente por personas mayores. Cada vez son más los jóvenes que por la situación económica se han visto obligados a solicitar ayuda del albergue; ahora mismo cuatro o cinco de los usuarios tienen entre 22 y 27 años «.

Antonio (segundo por la izquierda) junto a otros usuarios del albergue en la sala de televisión

Antonio (segundo por la izquierda) junto a otros usuarios del albergue en la sala de televisión

Nosotros hablamos con Antonio, una de las personas sin hogar que viven y trabajan en la institución. Desde hace medio año, forma parte de este pequeño mundo, lleno de humanidad y de vidas que tratan de recomponerse, pasando unas horas o unos días bajo techo, llenando el estómago con comida caliente, tomando una ducha reparadora y, sobre todo, recibiendo un poco de formación y un mucho de cariño y de apoyo, para enfrentarse a ese otro mundo, duro e implacable, que les espera en el camino diario al abandonar la Calle Mar Chico de Aranjuez.

Antonio es una de esas personas a las que los tiempos en los que vivimos han arrollado. Tiene 53 años y la empresa familiar en la que trabajaba quebró. En el albergue, trabaja como ayudante de cocina y almacén. Su jornada comienza temprano, compaginando los fogones, con echar una mano en los talleres, organizar una charla o diseñar un currículum. Trata de entretenerse, de pasar esta mala racha, en la que influyen edad y situación económica, para poder incorporarse al mundo laboral. Su historia es la historia de otras muchas personas…

Sor Soledad nos dice que es un gran colaborador que pone su «granito de arena» en todo lo que puede. «Alguna lagrima he derramado» reconoce Antonio, «y lloraré más cuando tenga que irme definitivamente».

Antonio forma parte del programa de atención integral para personas que quieren salir de la situación de sinhogarismo. Se trata de un programa en el que se trabaja a largo plazo en áreas de desarrollo personal, de generación de hábitos y de formación, pudiéndose alargar la estancia hasta nueve meses. Antonio, lleva aquí desde septiembre. Parece sentirse preparado para iniciar una nueva vida laboral, gracias a los talleres de búsqueda activa de empleo que realiza en el albergue.

Por otro lado existe el alojamiento de emergencia, que dura unos tres días y está pensado para que la gente cubra sus necesidades básicas de ropero, ducha, comidas y alojamiento, además de «atención social» para problemas extra.

Volvemos a repasar con Antonio las causas que le llevaron a esta situación. Para él, es la primera vez que acude a un albergue y lo hizo aconsejado por personas del entorno de Caritas. Aquí ha encontrado apoyo y cariño, y sobre todo un hilo de esperanza para acometer un futuro todavía incierto. Por eso pregona su agradecimiento hacia las hermanas y confiesa que «si pudiera dar aún más por el albergue, lo daría» porque Antonio, como otros muchos que han pasado por aquí, no se irá con las manos vacías. «El albergue también me ha permitido conocer cosas nuevas. A través de los talleres, de las clases de inglés, de las charlas con el médico… he aprendido un poco más de la vida.» añade Antonio emocionado.

Antonio nos invita a recorrer cada rincón del Albergue, que trata de ser una «casa grande» que acoge a una familia especial, la cual varía en su composición cada día. Son las ocho menos cinco de la tarde, casi la hora de la cena. Los chicos posan para una foto en la sala de la televisión, y seguidamente se dirigen al comedor, donde «Jacin», cocinera del albergue desde hace 17 años, ya les tiene preparado un buen plato de pasta y unos entremeses. «Jacin» confiesa que, para ella, el albergue «es como su propia casa, ya que tiene algo que engancha».

Y es que, efectivamente, el albergue es la casa de muchos: trabajadores, voluntarios, religiosas y usuarios bajo un mismo techo construido a base de solidaridad y mucho, mucho cariño.

Bajamos la Calle Mar Chico, junto los Almacenes Municipales, y las últimas luces de la tarde nos devuelven a la ciudad. En el albergue, un grupo de personas, unidas por circunstancias y compromisos, se preparan para recibir la noche… Mañana, será otro día.

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