Pleno verano… en mayo
Héctor Anabitarte

Pleno verano… en mayo, 40 grados. Evidentemente , «cambia, todo cambia», como asegura la canción que cantaba Mercedes Sosa. Y para cambio a lo bestia: el cambio climático (que algunos se empeñan en negar contra toda evidencia).
Ya no se puede utilizar aquel dicho que aseguraba que: «hasta el 40 de mayo no te quites el sayo» y siguiendo con dichos y canciones resulta mucho más apropiado y ajustado al termómetro aquello de «que por mayo era por mayo, cuando aprieta la calor». ¡Y vaya si aprieta!
En mayo y principios de junio se registraron temperaturas propias de agosto en muchas regiones de España y este calor ha venido para quedarse provocando cambios muy significativos, en la economía, en la sociedad, en las costumbres, en los hábitos cotidianos, en el humor incluso.
Desde hace unos años, no muchos, la mayoría de los científicos opinan que el planeta está viviendo un cambio climático provocado por la actividad humana. De no revertir dicha injerencia de los presuntos sapiens (pocos esfuerzos se hacen) las consecuencias pueden ser muy graves. Millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hábitats naturales y ya se habla de refugiados climáticos (merecedores ciertamente de que se les conceda asilo por dicha causa).
Este cambio certifica que la especie humana es muy frágil, vulnerable, pero también, para mantener el delicado equilibrio, posee un irreductible deseo de sobrevivir en este planeta, su casa. Claro que a los sapiens les cuesta admitir que viven de alquiler en dicha casa y se comportan como propietarios (con una hipoteca que no es fácil pagar). Un factor en el cambio climático ha sido la vertiginosa industrialización en los países desarrollados y la utilización intensa del petróleo, el gas, el carbón, en una carrera imparable de consumo de recursos que posibiliten el crecimiento ininterrumpido, «senza fine».
Levantar el pie del acelerador pareciera impensable. Decrecer no está sobre ninguna mesa de trabajo que tenga una cierta influencia. Potencias como China, la India, parecen decir (y cierta razón tienen): «ahora nos toca a nosotros». Desde el siglo dieciocho fueron otros los que contaminaron a destajo: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Holanda…
Existe temor ante una posible guerra mundial en la que se podrían utilizar armas nucleares, pero ya empezó otra guerra de la que se habla menos, mucho menos: la guerra climática. El primo de Rajoy ya no produce gracia, quedó opacado, superado por las ocurrencias negacionistas de Trump, Bolsonaro, Milei y en clave hispana, Ayuso o Abascal. El tema que se impone es si ya es tarde o no.
Los aires ultraderechistas, acientíficos, negacionistas, terraplanistas, que soplan en varias latitudes parecen ser más destructivos que los tornados, huracanes y tifones del mar de la China. Las nuevas generaciones serán víctimas de tanta irresponsabilidad y tendrían que ser compensadas, indemnizadas, por el catastrófico escenario que se les está dejando.
En España tres cuartas partes del territorio está en estrés hídrico y el verano ya dura seis semanas más. Se estima que en un par de años dos tercios de la población mundial podría vivir en países en los que faltara el agua. Las sequías continuas empujan a diásporas cada vez más frecuentes. Y mientras el agua para beber se transforma en bien escaso , el nivel de las aguas saladas de mares y océanos crece y hace desaparecer islas en el Pacífico. Así estamos. A cuarenta grados y el mercurio sigue subiendo. Habrá que buscar la sombra de la inteligencia… y pensar un poco.
