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AYTO
Publicado: Dom, Dic 1st, 2024

Lectura: Certamen Literario La Corrala – Patio Feminista

Una obra de Aida María Guerra Flores

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  • Una amistad inolvidable

Había una vez, una linda señorita llamada Gema, tenía diecisiete años y vivía con su familia en una casa grande; un día, le dijo a su mamá:

           – Mamita, quiero estudiar para ser una buena maestra. 

A lo que contestó:

–                Como quieras, si es lo que más deseas, lo lograrás y todos te apoyaremos; aunque, . . . ya eres buena.

En la escuela de maestras, estaban las inscripciones y las clases comenzaban en una semana; Gema, muy emocionada e ilusionada, fue a anotarse y dejar unos documentos. 

Pasando la semana, Gema, muy contenta y segura de sí misma, se presentó en la escuela; los días transcurrieron, y ella, era la más aplicada.

Cierto día, a la escuela, acudió la madre Esperanza Soriano Sandoval, a la escuela de maestras, a hablar con el director diciéndole:

–                Perdón director, que he venido a molestarlo, pero necesito una señorita que esté dispuesta a impartir clases en segundo grado de primaria.

Respondiendo, el director:

–                No es ninguna molestia, ya sabe en lo que se le ofrezca, nosotros la ayudaremos con gusto; referente a la maestra que requiere, está difícil porque sólo tenemos diez señoritas que cursan el último grado, pero déjeme ver y ahorita, regreso.

A los pocos minutos, volvió con Gema, diciendo:

–  Esta es la señorita que necesita, puesto que, es una excelente alumna, tiene bonito carácter, con educación y está por terminar, así que no habrá problema que continúe sus clases los sábados, arreglaré todo; claro, si la joven acepta. 

Gema, emocionada, contestó:

–  Claro que acepto. Es la oportunidad de mi vida y gracias por considerarme, director.

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Dando gracias al director, la madre directora y Gema, se despidieron y se dirigieron al instituto A Mayllen, donde vieron las instalaciones, vieron algunos papeles y firmaron otros; terminando, Gema, se despidió de la madre, agradeciéndole y muy contenta se dirigió a su casa.

Llegando, su mamá, preocupada, pregunta: 

–  ¿Qué pasó? ¿Saliste temprano o te expulsaron?

Gema, responde, riéndose:

–  Ay, ¿cómo crees?  Mucho mejor, resulta que ya soy maestra de segundo de primaria.  Siéntate, te platico todo.

Luego de media hora, Gema, terminó de contarle lo que pasó a su mamá y dijo:

–  ¿De verdad, hija? Felicidades. Hay que celebrarlo, en la noche, toda la familia. Prepararé una rica merienda.

Fueron informados que habría merienda familiar para dar una gran noticia; como a las ocho y media, fueron llegando al comedor, don, tenía buenos sentimientos levantó muy temprano, se arregló, desayunó y se dirigió al instituto, la recibió la directora, llevándola a su salón, que estaba en el cuarto piso, acomodó todo para su clase. Minutos después, fueron llegando las niñas, sentándose en el pupitre, platicando con otras; después, empezaron la clase, presentándose y luego, vieron las primeras lecciones, hasta la hora de recreo.

En el patio, Gema, se puso a platicar con la maestra de segundo b: Maritoña, que era estricta y un poco enojona, pero también tenía buenos sentimientos; cuando se acercó una niña de siete años, alumna de Gema y sentándose al lado de ella, le dijo:

–  Hola. Soy Aída y estoy en tu salón.

Gema respondió: 

–  Hola. Ah, si ya recuerdo. ¿Eres aplicada o burrita? 

La niña, dice:

–  Pues, ni una ni la otra, digamos que más o menos. Vine a preguntar algo: ¿quieren ser mis amigas? Es que, de todas soy amiga, hasta de la superiora.

En eso, una niña le habló a la señorita Maritoña, que dos niñas de su grupo estaban discutiendo fuerte y fue a ver qué ocurría.

Gema, contesta a Aída:

–  Pues, déjame pensar, mmmmmmmm. Dame esa mano de amiga. 

Estrechando las manos, Aída, replica: 

–  Gracias, nueva amiga; pero dentro del salón, seremos maestra y alumna. 

Gema, dice:

–  De acuerdo. Eso, está excelente.

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A las tres de la tarde, Gema, llegó a su casa, se iba caminando desde el instituto porque estaba relativamente cerca y su mamá le pregunta:

–  Hola, hija. ¿Cómo te fue?  ¿Qué tal las niñas?

Gema, contesta: 

–  Excelente. Todas son buenas niñas y educadas. Hay una niña que tiene discapacidad, padece parálisis cerebral leve, pero es muy inteligente, amigüera, todas la ayudan y a pesar de que, se le dificulta caminar, pero anda por todo el colegio; durante el recreo, me dijo que, si quería ser su amiga, pero sólo en el salón, no.

La señora madre dice:

–  Ay que bueno, pero ¿cómo le harás con esa niña? porque necesitará atención especial y en la escuela no te han dado cursos sobre educación especial.

Gema responde: 

–  Pues deberían, porque algunas escuelas ya son incluyentes a personas con discapacidad y algunas maestras no saben cómo actuar ante una situación así; claro que también, es criterio de uno y me da gusto que el instituto no sea excluyente. Pienso tratarla como las demás, si no, ya veré qué hago; aunque es como una niña normal, su problema es más psicomotor. 

En el recreo, Gema, comía su lonche con Aída, platicaban un ratito y le decía a Aída que fuera a jugar con sus amigas y compañeras porque también, tenía que divertirse y convivir; de vez en cuando, Gema, jugaba con sus alumnas. A Aída, como a las demás niñas: la regañaba, la castigaba y la corregía, la niña, sabía que era por su bien y porque la quería mucho; ya que, fuera del salón platicaban y reían demasiado.

Un día, en clase, Gema estaba explicando algo de matemáticas, Aída, comentó que no entendía, a lo que, fue a aclararle a su pupitre; luego Aída, de broma, le dijo que aun no sabía cómo y la maestra, le dio unos coscorrones, terminando, riéndose todas las niñas, por el gracioso suceso.

En los primeros días, la mamá de Aida fue a saber de la maestra porque la niña, platicaba maravillas de su maestra y además, agradeció la paciencia y comprensión hacia su retoño.  Posteriormente, el papá de Aida, un día, en la mañana, dejando a su hija, conoció a Gema y también, agradeció el excelente trato para su hija.

Los sábados, Gema, asistía a clases en la escuela para maestras, como habían quedado el director, la madre Esperanza y ella; ya que, le faltaba un cuatrimestre. 

Gema y Aída, vivieron muchos sucesos en particular estos: a mediados de septiembre, Gema, notó que, durante clase, Aída, se paraba a platicar o cerca de su pupitre, distrayendo a algunas niñas y decidió que cada que lo hiciera la pondría afuera del salón, parada, unos diez o quince minutos, así lo hizo; la niña, obedecía, sabiendo que era por su bien y poco a poco fue perdiendo esa mala costumbre.

Cierto viernes, después del recreo, Gema, les dejó un trabajo de matemáticas, diciendo: la que no acabe para la hora de salida, se quedará en el salón hasta terminar; ya era hora de salida; pasando dos horas y media, Aída, vio a su mamá, como no gustaba hacerla esperar terminó pronto, pero el escritorio, estaba sobre un tablón grueso de color café y a la niña, le costaba trabajo subir, por lo que, la maestra se bajaba e iba a revisar el cuaderno a su lugar. En esa ocasión, se desesperó porque se encontraba revisando a las otras niñas; entonces, decidió ir e intentó subirse, pero al momento, jalo mucho, se le fue encima con todo lo que tenía y la señorita Gema, fue rápido, con todas las niñas trataron de levantarlo y sacarla. La mamá, vio y corrió, como se desmayó, su mamá y la señorita Gema la llevaron al hospital más cercano, donde estuvo un día en observación y luego, en casa, en reposo. Posteriormente, la madre superiora, supo de lo ocurrido, se preocupó y mandó quitar el tablón.

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La maestra Maritoña, de carácter muy fuerte, se hizo amiga de la señorita Gema; a medio año, las dos, tuvieron la idea de hacer competencias de las cuatro operaciones matemáticas, en el pizarrón, entre las niñas de sus grupos y la que perdía, se quedaba una semana en el otro salón. Cuando le tocó a Aída con otra niña; le pusieron una multiplicación, que no era su fuerte, Gema, estaba parada en medio para que no se copiaran y que va terminando primero la otra niña. Ya se imaginarán cómo se puso Aída, tenía una carita de tristeza, porque no le gustaba la idea de dejar a su querida maestra, aunque era por una semana y yéndose al otro salón llorando, a recoger sus cosas. La maestra Maritoña le va diciendo que faltaba una niña de su salón y Gema diciéndole si le daban otra oportunidad a Aída y Maritoña, a lo que contestó que sí. Entonces, Gema fue a su salón, vio a Aída recogiendo sus cosas y comentándole que le darían otra oportunidad y fueron al otro salón, las dos niñas se pusieron en el pizarrón, la maestra Maritoña se puso en medio y que les va tocando una división difícil, pero Aída puso una cara de “yo, puedo”. En ese momento, Gema, tuvo que irse a su salón porque las demás niñas estaban haciendo desorden; las dos niñas estaban en el pizarrón, pasaron diez minutos y que va terminando una, la maestra Maritoña, la abraza y felicita se sale del salón, va al de Gema y Gema, con cara de preocupación y tristeza, le pregunta qué había pasado con Aída y Maritoña, le dice: 

             – Tu niña consentida se queda, se queda, se queda……. con, con…. con….. con…..

¡¡¡contigo!!! 

Aída, que ya estaba en la puerta del salón corrió hacia Gema, ésta la cargó, abrazó, dándole una vuelta y un enorme beso. 

La maestra Gema, les repasó el abecedario y todos los números en el pizarrón de una forma fácil y divertida, posteriormente, las enseñó a leer, sumar, restar, multiplicar y pequeñas divisiones; en la lectura cuando era punto, coma, dos puntos, punto y coma daba ciertos golpecitos con el borrador sobre el escritorio, para tomar aire y continuar, lo que, ayudaba a Aída para sus ejercicios de lenguaje;  al principio, leíamos todo el grupo ya, luego cada una y Aída, leía a pesar de su problema del lenguaje, muy bien. También, las enseñó a escribir bien, claro, a Aída le dio un poco de más trabajo, pero la señorita Gema, tenía mucha paciencia y se ponía un ratito, a ayudarla con la mano derecha, además, el tratar de escribir, era bueno para su coordinación motriz y gracias a ella, no escribe tan mal, pero si, un poco despacio; además, la ayudó mucho en las tablas de multiplicar, que le costaban un poquito aprendérselas. 

En el mes de febrero, las niñas, empezaron la preparación para su primera comunión, y antes de la salida, iban a la capilla del colegio, media hora; la encargada del catecismo era la madre superiora.

Un día que no hubo clases por ser festividad en la ciudad, cayó el viernes y la familia Guerra Flores aprovechó para ir a cita de revisión con el doctor Ibarra y con Sonia (la terapeuta del lenguaje de Aída); pidiéndole a la señorita Gema que los acompañara y ella, gustosamente, aceptó.  Todas iban platicando, muy contentas, mientras el señor Guerra manejaba la camioneta guañín. El doctor y la terapeuta quedaron muy contentos con Gema y agradeciéndole el buen trato y ayuda que le brindaba a la niña.

Para el diez de mayo la señorita Gema, las puso a hacer una pequeña carpeta en punto de cruz grande con estambre con un diseño fácil; al principio, Aída no quería porque creía que no podía, sin embargo, Gema al ver que todas estaban tejiendo y sabiendo que era bueno para la niña por su coordinación motriz, se puso con ella; la llevaba de la mano con mucho cuidado por la aguja, a las dos semanas, ya podía solita; claro, con la vigilancia de la maestra y la carpeta le quedó muy bien. 

El papá de Aída, cada bimestre viajaba a la ciudad de México, por trabajo y a su regreso, les llevaba algunos regalos a sus hijas; en ocasiones, la señora Guerra, le encargó una charola grande de pastitas del Globo (panadería y pastelería muy famosa) para regalársela a la maestra Gema, como muestra de agradecimiento por todo lo que hacía por su hijita y se las llevaban a su casa, conociendo a toda familia de ella.

Al terminar, el año escolar, todas las niñas se despidieron de la maestra Gema; Aída, estaba bastante triste y llorando, pero Gema, dijo al oído:

–  La madre superiora me dio el salón de tercero por ti y, cuando quieras, puedes ir a mi casa.

La niña, contesta: 

–  ¡¡¡Ay, qué bueno!!! Es que, la madre directora será mi madrina de primera comunión y nos queremos demasiado, al igual que usted. 

Señorita Gema, dice:

–  Me da mucho gusto. Así es, porque te das a querer sin ningún interés y, además, te esfuerzas mucho para estar a la par de tus compañeras y no te gusta que te subestimen y eso, te hace una personita muy valiosa. Dame un abrazo y beso, nos vemos el próximo año.

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A mediados de junio, Aida, individualmente, hizo su primera comunión y asistió su maestra consentida, quien le regaló un disco con las tablas de multiplicar. Gema, aprovechó, los dos meses de vacaciones para terminar sus estudios y graduarse y así, regresar más preparada, con su certificado y una mención honorífica; sin imaginar lo que ocurriría.

Diez días después, a la madre Esperanza, la cambian a otra ciudad, sin poder avisarles a nadie, sin saber a dónde ni el por qué, pero ya se imaginarán el motivo y hasta se sentía un ambiente triste y serio; además, ya estaba la otra madre superiora que se llamaba Angela, era de bastante mal carácter. Estando, la señora Guerra, tramitando y pagando la inscripción, una secretaria le platicó todo (en secreto) que la nueva superiora estaba haciendo muchos cambios y no estaba respetando lo que había dejado la madre Esperanza y que a lo mejor cambiaba el personal docente; por lo que doña Chayito, pensó en su niñita y en la señorita Gema entonces, decidió ir al despacho de su esposo, donde le comentó lo que pasaba. Ahí, le hablaron a la señorita Gema para ver si se podían verse en algún lugar para platicar de lo que se habían enterado y ponerse de acuerdo de lo que le dirían a Aída. Aunque, el señor Miguel, no se entendía mucho con las cosas de sus hijas, sin embargo, estaba muy al pendiente de proporcionales lo mejor, tanto moralmente como económicamente; por eso, a veces, era algo estricto con las dos. Entonces, decidieron decirle todo a la niña, antes de que, empezara el curso escolar, ya que, alguien o la nueva superiora le fuera a comentar y se pondría a llorar inconsolablemente.

Posteriormente, ocho días antes de iniciar clases, la señorita Gema, llamó al número de teléfono de la casa, de la familia Guerra comentándole que había tenido junta en el instituto y aunque, ya estaba asignada al grupo de tercero, pues, le habían asignado el grupo de sexto de primaria.

Gema, fue a entregar sus papeles para prever cualquier otra cosa inesperada, en la oficina administrativa, la secretaria, platicó con la señorita:

–                Señorita Gema, la nueva directora llegó con todo y cambiando todo, haciendo un relajo; haber, sino me despide porque ya tengo diez años.

Gema le contesta:

–                Ya sé. Yo, estaba asignada a tercero de primaria y me cambió a sexto, sin avisarme ni conocerme. Haber, ¿cómo nos va?

La secretaría, dice:

–                Lo sé, pero donde manda capitán no gobierna marinero y ni modo. Prefiero mantener mi trabajo porque lo necesito mucho.

Deje guardo sus papeles.  Ahorita, la superiora, anda revisando todos los salones.

Gema argumenta: 

–                Si, gracias. Ya no falta nada, porque luego, como estarán las cosas, no quiero que me den otra sorpresa. Nos vemos el primer día de clases. Adiós.

Regresando al nuevo año escolar, la secretaria, a las maestras, les pidió que formaran a las alumnas en el patio grande porque se presentaría la madre superiora; estando ahí, en varias filas (desde primero de primaria hasta último de profesionista), también, se encontraban algunas mamás de primaria, secundaria y preparatoria, aparece la directora nueva y comienza a dar un improvisado y aburrido discurso; a todas las presentes, les pareció mal encarada, egoísta, fea, mandona.

En el salón de tercero, las niñas, ya sabían, por sus mamás que no les tocaría la señorita Gema, pero cuando se presentó la nueva maestra, se dieron que era buena persona, se parecía un poco a la maestra Gema y se conformaron; su maestra se llamaba María de Jesús.

A la hora del recreo Aída encontró a la señorita Gema para comer juntas, después, la niña se fue a jugar con sus compañeras; mientras, Gema busca a la maestra de tercero, porque sentía la necesidad de platicar sobre Aída; se presentó.

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–  Hola, soy Gema; fui maestra de segundo el año pasado y quisiera hablarte de una niña muy especial.

La maestra María de Jesús, responde: 

–  Hola, mucho gusto. Si, me imagino de que se trata de Aída. ¿Verdad?

Gema, contesta:

–  Así es. Es una niña muy educada obediente e inteligente, a pesar de su discapacidad, es cuestión de tratarla como las demás; claro, es un poco inquieta y traviesa.

Señorita María de Jesús responde: 

–  Si. Es excelente que este instituto la haya admitido, aunque no tenga las instalaciones adecuadas y además, las compañeras la quieren y ayudan mucho. Creo que es necesario, que en la normal superior tuviera algunas clases sobre educación o cursos para tratar a niñas y niños con discapacidad, sin embargo, es criterio e cada quien.

Tocó la música para volver a clases, las dos maestras se despidieron y fueron a su respectivo salón.

 Luego de dos semanas, la maestra María de Jesús, observaba a la niña un poco triste, se acerca a su pupitre, le pregunta qué le pasaba, contesta que era por la señorita Gema, aunque la veía a la hora de recreo, la extrañaba como maestra y empezó a llorar poquito. Entonces, la profesora le seca las lágrimas y le dice si quería, podría ir a su salón, pero con cuidado para que no viera nadie de la dirección; si la veían, les dijera que la mandó por un compás de madera (que era grande) o a darle un recado suyo, que el salón de sexto estaba en el último piso hasta el fondo y que subiera despacio, con cuidado y no tardara; Aída, fue al salón, tocó, saliendo una niña.

–  Hola. ¿Qué se ofrece?

Aída, responde:

–  Hola, soy Aída. ¿Está la maestra Gema?

La alumna contesta:

–  Te he visto, soy Gabi. Si está la maestra, un segundito, por favor.

La niña dice:

–  Mucho gusto. Si, espero, gracias.

Gabi, fue a decirle a Gema que Aída, estaba afuera y quería hablar con ella; Gema, intrigada, va a la puerta y Aída, la abraza muy fuerte y pregunta:

–  Aída, ¿Qué pasó? ¿Te saliste del salón?

La niña, le cuenta cómo estuvo todo y Gema, dice:

–  No estuvo muy bien, pero me dio gusto, ya no vuelvas a hacerlo porque si te ve la directora, te regañará y castigará, dame un beso y regresa a tu salón, con cuidado que no te vea. 

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Aída, escondiéndose, vuelve a su salón le dice a la maestra:

–  Muchas gracias, maestra.

Señorita María de Jesús:

–  De nada, Aída, que bueno que no te vio la superiora. Cuando quieras, dime y te dejaré ir.

La profesora Gema y Aída, en el colegio, se siguieron viendo cuando podían, aunque la directora hacía algunas cosas para separarlas.

Pasaron cuatro meses, cierto día, Gema y Aída estaban platicando en el recreo, de repente, la niña empezó a llorar poquito y, la maestra pregunta:

–  ¿Qué le pasa a mi amigüita? 

La niña responde:

–  Es que, me he estado aguantando, pero ya estaba acostumbrada a tenerla como maestra y aunque la señorita María de Jesús es muy buena persona, pues, no es lo mismo; además, también, extraño a la madre Esperanza. Dice mi mamá, que quizás sea, porque en primero la pasé mal y en segundo, usted, supo cómo tratarme y enseñarme.

Gema la consuela y abraza, diciéndole:

–  También, la echo de menos a la madre, pero está en nuestros corazones. Sé que estás haciendo un enorme esfuerzo, al igual que yo porque no te veo en el pupitre o parándote a platicar. 

Ríen las dos y Gema, continúa:

–  Pero vamos a demostrarle a la superiora que nada de lo que se le ocurra nos separará y que nuestra amistad es más fuerte.  ¿De acuerdo, Aída?

La niña responde: 

–  Siiiiiiiii! Nuestra amistad es inquebrantable y nos hace invencibles; por eso, la gorda directora tiene envidia y se molesta mucho.

La maestra dice: 

–  Por eso, nos tenemos que comportar excelente, eso es nuestro escudo en contra de la maldad y envidia.

Aída, contesta:

–  Le prometo que me voy a portar excelente. Sin embargo, ¿puedo hacer algunas travesuritas piadosas?

Gema, replica:

–  Bueno, como cualquier niña de tu edad, empero, sin meterte en problemas porque la superiora, está pendiente de ti para poder llamarte la atención y ponerte mala calificación en conducta.

En eso, se escuchó la música para entrar a clases y las dos, dándose un gran beso y abrazo, se fueron a su respectivo salón.

A principios del mes de mayo, hubo exámenes, un día, la maestra María de Jesús, no asistió por enfermedad y la directora mandó a una monja a sustituirla; la prueba la era después del recreo, sin embargo, la superiora fue al salón diciendo:

–    Alumna Aída, no puede presentar el examen porque no ha cubierto la colegiatura del mes, recoja sus cosas, salga del salón y siéntese en una banca cerca de la dirección.

La niña, obedeció y guardó sus útiles en su mochila, pero iba sollozando; la monja maestra, que la conocía, quería acompañarla y la directora comentó:

–    No, porque tiene que aplicar el examen y cuidar a las colegialas, dirigiéndose a la puerta.

En ese momento, las niñas, empiezan a gritar: 

–    Aída, Aída, Aída!!!

 La superiora, molesta, da un cerrón a la puerta siguiendo a Aída, llegan a una banca, cerca del baño, metiéndose a su despacho, dice:

–    Aquí se queda, hasta la hora de salida para que su mamá venga a buscarla. 

 De pronto Aída, ve pasar a la señorita Gema, se levanta, corre hacia ella y le platica, llorando lo que pasó; la maestra, va con la directora, comentándole:

–    Buenas tardes, madre superiora, se me hace injusto que Aída no presente el examen, se quede como castigada, sin saber las razones por las cuales no cubrieron el pago mensual; además, la niña no tiene la culpa. Déjeme, por favor, hablarle por teléfono a su mamá.

La directora, muy molesta, contesta:

–    Esta bien, avísele, pero usted, la pagará la llamada.

Gema, dice:

–    Gracias. Si, yo la pago. No hay problema.

 La señorita Gema llamó a la señora Chayito y al señor Miguel, les explicó lo que pasaba, acabando la llamada se fue a esperarlos junto con Aída, abrazándola y calmándola. 

Luego, sorpresa que se llevaron, porque mientras, fueron llegando unas niñas del grupo de tercero para acompañar y apoyar a su compañerita; después, las del grupo de sexto y posteriormente, estaban rodeadas de unas cuarenta niñas de diferentes grados. Pasando media hora, llegaron la señora y el señor Guerra, vieron a su hija se encontraba abrazada por la maestra Gema y circundada por las niñas, les dieron las gracias por su solidaridad; así mismo, a la señorita Gema y se dirigieron a la dirección muy molestos. 

El señor Guerra pidió hablar con la directora, pero la secretaria le dijo que acababa de salir al centro (por casualidad); mientras, la mamá de Aída, estaba en el administrativo viendo qué había pasado porque ella, estaba segura que había realizado el pago de la colegiatura hasta todavía traía, en su bolsa, el recibo y la secretaria del administrativo revisó e investigó.

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A los diez minutos, la secretaria, va donde se encontraba la señora Guerra, diciendo: 

–  Ay, señora Guerra, vengo muy apenada, porque efectivamente realizó el pago de la colegiatura; pero no sabemos por qué no se registró. Mil disculpas.

La mamá de Aída, se dirige hacia donde estaban todas y a su esposo le cuenta lo ocurrido; oyendo, también, Gema y algunas maestras.

El señor Guerra, muy molesto, dice:

–  ¿Cómo es posible? Pondré una queja ante la SEP del estado. Mañana, vendré a hablar con la superiora; además, tiene que arreglar lo del examen que no dejó que lo presentara.

La señorita Gema, comenta: 

–  Es lo más conveniente. Si necesite que atestigüe, con gusto, estoy a sus órdenes:  puesto que, no se vale lo que la superiora, le hizo a Aída. Si quieren, llévense a Aída, todavía está un poco nerviosa; al cabo que, ya falta poco para terminar las clases.

Las maestras que estaban ahí, también, se ofrecieron; el señor Guerra y su esposa, retirándose con la niña, agradecieron todo el apoyo, cuidado y cariño que le dan a su hija. 

Al siguiente día, el papá de Aída fue a llevarla al colegio para hablar con la superiora, llegando antes de las ocho para sorprenderla en su oficina que estaba abierta, se pasó y esperó; a los cinco minutos, la directora, va pareciendo y sorprendida, dice:

–  ¡¡¡Ay, señor Guerra!!!  ¿Está aquí por lo ocurrido ayer?

Don Miguel, contesta:

–  Buenos días, madre. Así es, sino lo aclaramos, iré a la SEP del estado y pondré una queja en contra suya.

La directora, responde:

–  No, no es necesario, acepto que me excedí; le pondré un diez a su hija sin hacerle la prueba.

El papá de Aída, muy molesto, replica:

–  No, de ninguna forma, porque mi hija es muy capaz de resolver cualquier examen. Hágaselo mañana o tendrá otra queja ante la SEP y veremos a quien le dan la razón. Ya me retiro, con permiso. La madre directora, ya asustada, expresó:

       -No, no se enoje, señor Guerra. Nada más estaba enmendando mi error ante su hijita. Mañana, le diré a la maestra que le realice la prueba. Estoy para servirle, hasta luego.

Saliendo de la dirección, don Miguel estaba atónito por lo que, determinó ir a platicarle a la maestra María de Jesús y a la señorita Gema, también, para que estuvieran pendientes de Aída.

Tiempo después, terminó el año escolar y Gema, con una hermana decidió poner un pequeño kinder al lado de su casa, se llamaría imaginación; teniendo el permiso oficial de la SEP, empezaron a comprar lo necesario y a promoverlo.

Cierto día, la mamá de Aída, enfermó e internada en la clínica de diagnóstico, en el centro de León; Gema se enteró y fue a visitarla.

–  Hola, señora Guerra, siento mucho que le haya pasado esto.

 Doña Chayo, contesta:

–  Ay, señorita Gema, gracias por venir. Fue la presión arterial y como parece que estoy embarazada, todavía no es seguro. Ahorita, mi esposo traerá a Aída para verme y después, se irán a comer a un restaurante, porque a Angélica, una amiga, la invitó a nadar y a comer en su casa.

Gema, dice: 

–  ¡Doña Chayo, que gusto! Que sea lo que Dios quiera, siempre y cuando, usted esté bien de salud. Ya me tocará ver y saludar a Aída.

A los quince minutos, llegaron Aída y su papá; la niña, viendo a su amiga, fue corriendo hacia ella, dándole un gran beso y abrazo, Gema, correspondió, cargándola; luego, don Miguel, la saludó y después, comentó:

–    Rosario, no podré ir a comer con Aída, antes de salir de la casa, llamaron por teléfono que en la Nissan necesitan una auditoría urgente y están esperándome.

La señora Guerra, dice:

–    Pero ¿qué comerá?  Nada más, a mí, me traerán y es comida de hospital, debiste prepararle o comprarle algo.

 Escuchando esto, Gema, sugirió:

–    Si quieren, me la llevo toda la tarde y como a las ocho de la noche, la traigo; invitaré a comer, cuidaré y aprovecharé para platicarle y enseñarle algo.

La niña, gritó:

–    ¡¡¡Siiii!!! ¡¡¡Siiiiiiiii!!! Por favor, déjenme ir, me portaré excelente.

El señor Miguel, responde: 

–    Supongo que no tenemos otra opción. Está bien, puedes ir con la señorita Gema.

La señora Guerra, comentó:

–    Me parece muy bien, después de todo lo que ha hecho por nuestra hija, quién mejor que usted para cuidarla.

Gema, replica:

–    Muchas gracias por su confianza. Bueno, Aída despídete y vamonos. La traeré como a las siete y media de la noche, al cabo que es viernes.

Ambas, se despidieron de la señora y del señor Guerra; la niña, iba bastante feliz porque pasaría una tarde con su maestra/amiga.

La señorita Gema manejaba un volkswagen, color blanco, se fueron a su casa; Aída, ve que de lado derecho donde había una cochera grande, ya estaba una puerta mediana y arriba un cartel grande que tenía escrito con letras grandes de colores “Kinder Imaginación”, y después de comer, con toda la familia; conviviendo más con papá, mamá, tres hermanas y dos hermanos: Rogelio y Elías, de 12 años, Gema comenta:

–    Mi niña, tengo que platicarte algo, pero acompáñame, te mostraré algo.

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Van al pequeño jardín de la casa, se dirigen a una puertita, la abren, entran a un patio grande donde hay cinco cuartos, penetran a uno y Aída, observa que es un salón de clases muy bien distribuido, adornado y bonito.

Entonces, Gema dice: 

–    Siéntate en una sillita. Verás, desde que estaba estudiando, soñé tener mi propia escuela y a partir de que trabajo como maestra, he estado ahorrando; hace cinco meses pusieron en venta esta propiedad y con la ayuda de una hermana, la compramos, adquirimos todo lo necesario para el kínder, ya posteriormente, decidiremos si lo complementamos con primaria; así que, el próximo año escolar, lo abriremos y ya no podré ir al Mayllen.

Aída, empezó a llorar poquito y Gema, la consoló, diciéndole:

–    No, no llores, nos vamos a seguir frecuentando, puedes venir cuando quieras y también, llamarme.

Aída, contesta: 

–    Pero no será lo mismo, me dejarás sola con la maléfica superiora.

Gema, riéndose, responde:

–    Ja, ja, ja, ja, ja. Como que si le queda eso de maléfica. Tú, eres muy inteligente y fuerte, te la ingeniarás para luchar contra ella y estarás con tus amigas, compañeras y el colegio entero, es como un ejército contra una malvada.  Además, quizás, ya te dejará en paz porque le tiene miedo a tu papi y ya no estaré en el colegio, así no tendrá motivo alguno para molestarte; pero lo que no se imaginará, es que, tu y yo, nos seguimos viendo y nuestra amistad continúa.

Aída, ya más tranquila, replica:

–    Eso sí, es verdad. Ya verás, que te irá excelente en tu kínder que luego, será una gran escuela. Gema, finalizó:

–    Ay, gracias. Tu eres mi primer y gran amiguita. Ven, te mostraré el kínder porque después, te quiero presentar a alguien y posteriormente, te llevaré con tu mamá y papá.

Gema, le enseñó todo el kínder: tres salones con su respectivo material, tres baños, un salón de cantos y juegos, otro salón era la dirección y administración, y un gran patio.

Terminando, Gema y Aída, van a la casa, se sientan en un sillón de la sala, a platicar; pasa media hora, suena el timbre de puerta, Gema va a abrir, entra un joven, diciendo:     

–    Hola, hola.

Gema, contesta:   

–    Hola, pasa a la sala, ahí está Aída.

Estando frente a Aída, Gema, comenta:

–    Te presento a Alexander, mi novio y hoy cumplimos un mes; por casualidad, tú, estás aquí y quise que se conocieran. Tiene una papeleria/jugueteria l empezar la calle del Expiatorio.

Alexander, dándole la mano a Aída, dice:

–    Es un placer conocerla, señorita.

Aída, contesta: 

–    Mucho gusto.

Se quedaron platicando, en la sala, un buen rato, posteriormente, fueron al comedor a merendar, para luego, regresar a Aída, a la clínica, con su mamá y papá;  fueron en el auto de Alexander, pero como no había lugar en la calle ni en estacionamientos, tuvo que quedarse en el coche. 

Yendo rumbo al cuarto, Aída, le comenta a Gema:

–    Este día fue maravilloso e inolvidable, a pesar de la triste noticia que me diste y Alexander, es un buen muchacho.

Gema, dice: 

–    Ay, gracias. A mí, me encantó pasar el día contigo. Nos podemos ver cuando quieras, me llamas, pero te tienes que portar excelente en el colegio. ¿De acuerdo? 

Aída, dándole un gran abrazo y beso, responde:

–    ¡¡¡Mmmmm!!! Está bien. Te lo prometo. Te quiero demasiado.

Entraron al cuarto donde estaba la señora Chayito, saludaron, platicaron lo del kínder de Gema, dándoles felicidad y tristeza a la señora y señor Guerra; después, Gema, despidiéndose, agradeció la oportunidad de convivir más con Aída y también, ellos, valoraron, lo que Gema hizo por su hijita, así mismo, el excelente trato que le dio y la ayuda brindada.

Cuarto año, pasó rápido y sin problema alguno; a la mitad de año, el señor Guerra, a su familia, les dio le noticia que trabajaría en la secretaría de finanzas en la ciudad de Guanajuato, así que, al finalizar el año escolar, se mudarían. Aunque Aída, tenía buenas calificaciones, su progenitor, pensó en unas clases particulares para que fuera mejor preparada a la nueva escuela.

Un sábado, el papá de Aída, sin decirle, se dirigen a la casa de la señorita Gema, llegaron, diciendo:

–    Aída, la señorita Gema te dará unas clases, a partir de hoy, cada semana, para que llegues a la nueva escuela con mejor organización.

La niña, muy contenta, grita:

–    ¡¡¡Yuuuuupiiiii!!!

Gema, abre la puerta y la niña, la abraza, diciéndole: 

–    Buenos días, querida maestra. Estoy más que lista para mis clases de reforzamiento.

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Gema, contesta:

–    Buen día. Me parece excelente, Aída. Buenos días, señor Guerra. Vienen por ella a la una. ¿Está bien?

El papá de Aída, responde: 

–    Si, vendrá mi esposa con Angélica.  Trajo su lonche. Gracias. Adiós.

Gema y Aída, despidiéndose del señor Miguel entraron al comedor de la casa, donde estaba la mesa había libros, cuadernos, lápices, plumas, colores, gises y borrador; también, en una esquina, un pizarrón mediano sobre un caballete.

La mamá de Gema fue a saludar a Aída, diciendo: 

–    Hola Aída, que gusto de que hayas venido a clase. Hija, ahorita viene Elías, ya sabes cómo es de desordenado, tu papá y yo, iremos al rancho y regresamos como a las siete de la noche.

Gema, comenta: 

–    Aída, Elías asistirá a clases, porque no anda bien en sus calificaciones y aprovechando que te las impartiré a ti. ¿No hay problema?

   Aída, contesta:       

–    No, para nada.

Empezaron la clase, quince minutos después, fue llegando Elías, enojándose Gema por la tardanza y continuó, como a las once dio un pequeño receso de media hora para descansar, comer el lonche e ir al baño. Elías, no estaba a gusto, no ponía atención, se tardaba en hacer los ejercicios y en algunos momentos, no le hacía caso a Gema o se salía, tardándose en volver. A diez para la una, Gema y Aída, recogieron y guardaron los útiles para ir a la cochera a esperar a que fueran por la niña; la mamá de Aída tocó el claxon de su coche, salieron y despidieron.

Al otro sábado, Gema, le dijo a Aída:

         -Mi hermano ya no quiso seguir con las clases, todos nos enojamos con él y hasta Rogelio, te puso de ejemplo; pero como es el consentido de mi papá, ya se fue al rancho y lo pondrá a trabajar de castigo por desaprovechar la oportunidad de mejorar sus calificaciones.

Aída, comentó:

–  Ni modo, de lo que se pierde. Aunque, me perdonará, pero con él, no podía poner mucha atención.

Gema, comenta:

–  No te preocupes, conozco a Elías y sí me fije en eso. Ahora, vamos a ocupar un salón del kínder. Ven.

La niña contesta, emocionada: 

–  ¡¡¡Siiiiiiii!!!

Las dos fueron a las instalaciones, Aida, escogió el salón de tercero, estando muy contenta en su clase; después, de una hora y media, salieron al patio para hacer un poco de ejercicio y luego, comer el lonche; a partir de ese sábado estuvieron ahí, porque a la niña le gustó mucho.

En junio, Aída, terminó cuarto año con puros nueves y dieces, siguió yendo con la señorita Gema a su casa; a principios del mes de agosto, llegó el día de la triste despedida y como la semana anterior, Gema a la niña, le hizo un examen de todo lo que vieron, resultando excelente, pues, se la pasaron jugando y platicando. 

A la una de la tarde, arribaron la señora y el señor Guerra por su hijita, hablando con Gema; también, sería el momento de la despedida.

El señor Miguel, dice: 

–  Mi esposa y yo, estaremos eternamente agradecidos por todo lo que hizo por nuestra hija.

Gema, responde:

–  Aída, se ganó mi corazón por su educación, dedicación, esfuerzo, nobleza, bondad, ganas de vivir y porque no, también, por sus travesuras. (Ríe)

La señora Guerra, replica:

–  Usted, es una excelente maestra que, sin tener conocimiento de la educación especial, la enseñó, corrigió, ayudó, protegió y le llamó la atención; a parte, aceptó su amistad.

Gema, responde:

–  Sólo hice mi deber, mi trabajo y lo que me apasiona. Aída, ya platicamos sobre esta despedida que es un hasta luego y, ya sabe, que cuando quiera puede llamarme por teléfono y también, visitarme. Tienes conocimiento que que te admiro, aprecio y quiero demasiado, además, recuerda que nuestra amistad es inquebrantable e inolvidable.

Aída, llorando poquito, contesta:

–  Si, gracias por todo y por querer ser mi amiga.

Dándose un enorme abrazo y beso, Gema y Aída, se despidieron; luego, la señora y el señor Guerra, estrecharon la mano de la señorita Gema y se fueron con su hijita, que iba muy triste.

Cerrando la puerta de su casa, Gema, empezó a llorar; su mamá la ve y la consuela.

Gema, llorando, dice:

–  Ay, mamá, me estaba aguantando a no llorar por Aída.

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Mamá de Gema, contesta:

–  Si, me imaginé. Pero el recuerdo de su hermosa amistad unirá sus corazones, además, se seguirán viendo y puedes mandarle cartas o llamarle. Ven, deja abrazarte fuerte, hija.

Gema, llorando, responde: 

–  Ay, mami, gracias.

Pasan los días, cada una se recuerda con melancolía, empieza el nuevo curso escolar: Gema, en su kinder y Aída, en el instituto La Salle donde, posteriormente, a sus amigüitas les platicaba de la señorita Gema; la niña, desde su casa le llamaba por teléfono a su maestra favorita para platicar y, los sábados, de vez en cuando, el señor Miguel iba a León, llevaba a su hija a visitar a Gema; Aída, desde que se trasladó a la ciudad de Guanajuato tuvo una idea: en una pequeña libreta escribía todo lo que le ocurría y cuando se encontrara con su maestra, se la enseñaría. 

Transcurridos algunos años, cierto día, cuando Aída se presentó en casa de Gema, ésta le dio un palito de madera, diciéndole:

–  Abrelo, es una sorpresa que creo que te encantará.

Aída, contesta:

–  Bueno. Ooooooh, es una invitación a a a a . . . 

Gema, comenta: 

–  A mi boda. ¿Que te parece?

La niña, responde: 

–  ¡¡¡Que alegría!!!!  Por nada faltaré. Gracias.

Claro, el señor y señora Guerra, llevaron a su hijita a la boda de su querida maestra y amiga que se realizó en el Santuario de Guadalupe, en la tarde-noche y después, fue una cena en un salón ubicado  a la salida de León.      

Conforme pasaba el tiempo, Gema y Aída, seguían con su amistad a pesar de la distancia; Aída, un día, invitó a Gema a su casa de Guanajuato para que Verónica Cordero, Claudia Gamiño y Mónica Barrerra porque de tanto que platicaba sobre la que fue su maestra, la querían conocer en persona.

Cuando Aída cumplió quince años, ella quería que Gema fuera su madrina, pero los cónyuges Guerra ya le había dicho al matrimonio Trejo y la niña, un poco triste, lo entendió; hubo misa y comida, sin embargo, la invitó quien estuvo en la mesa, junto a la festejada.

Transcurrió el tiempo, Gema y Aída, con cartas, llamadas por teléfono y algunas visitas continuaron con su fraternidad; en una llamada que hizo Gema a Aída, le platicó que ella y Alexander rentaban una casa por la colonia Arbide y estaba embarazada, pero que no sabía la razón de que era de alto riesgo y por lo que, no podía moverse mucho; por lo que, Aída, pidió a su papá que la llevara, por favor, visitar a su amiga y accedió. Un sábado la llevó, aprovechando que él tenía algunas citas desde en la mañana en su despacho, Aída, quedándose en casa de su querida ex-maestra donde platicaron mucho; Aída, dándose cuenta que a Gema se le notaba preocupada y triste, trató de que sonriera un poco y el señor Guerra fue por su hija como a las siete. 

Gema, en la casa, ya tenía la recámara de la bebita o del bebito con la cunita, algunos muebles y juguetes, también, poquita ropita de ambos sexos porque todavía no sabía lo que Dios le mandaría; dos meses después, Gema llamó a Aída, casi llorando debido a que tuvo sangrado fuerte, por lo que, perdió al bebe, tuvieron que operarla de emergencia y quitándole la matriz; por lo sucedido, la señora Guerra, consideró que su hija no visitar a Gema, sólo hablarle por teléfono.

Transcurrido algún tiempo, Gema, se recuperó un poco anímicamente y, su hermano: Rogelio, que dedicaba su tiempo libre a la labor social, junto con una trabajadora social, fue a una ranchería cerca de Zacatecas y el sacerdote de la iglesia le comentó que acababan de nacer unas triates, que su mamá había fallecido luego del alumbramiento, del papá y de los familiares no se sabía nada, que si no se las llevaba al orfanato, en León y pensando en Gema, afirmó; entregándoselas dentro de una caja de zapatos, cada una.

Llegando a León, fue a casa de Gema y Alexander, platicándoles lo que había sucedido, los dos, aceptaron adoptarlas a las tres bebitas para no separarlas; la trabajadora social sacó los papeles, los llenaron y firmaron, quedándoselas. Los dos, agradeciendo a Dios, estaban felices con sus hijitas, llamándolas: Alejandra, Cinthia y Melissa; en la tarde, Alexander fue a comprar pañales, alguna ropita, biberones, sabanitas, leche en polvo y una cunita con su colchón, ya al día siguiente, compraría todo lo necesario.

Pasó una semana, Gema, llamó a Aída, diciéndole que cuando pudiera, fuera a visitarla porque tenía tres sorpresas; a Aída, pudieron llevarla el sábado del siguiente fin; en la mañana, el señor Miguel, dejó a su hijita en casa de Gema la niña, abrazó muy fuerte a su amiga, viéndola muy bien y contenta, después de lo que había pasado.

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Gema le dice: 

–    Vamos a mi recámara, allá está la sorpresa; pero antes de entrar tienes que taparte los ojos.

Aída, comenta:

–    Bueno. Ay, que emoción.

Casi por entrar al cuarto, Aída se tapa los ojos con una mano y Gema, de la otra mano la coge, llevándola al pie de su cama, diciéndole:

–    Ya quítate la mano de los ojos.

Aída, ve a las tres bebes acostadas y a Alexander, a un costado de ellas, cuidándolas; Gema, comenta:

–    Te presentamos a nuestras hijas, las adoptamos. ¿Qué te parece?

Aida, contesta:

–    ¡¡¡Guuuuaaauuu!!! Que gran sorpresa. Muchas felicidades a los dos, Diosito no les dejó un bebe, pero les consiguió y regaló a tres. 

Alexander, responde: 

–    Tienes toda la razón, Aída. Bueno, las dejo porque tengo que dar ir a la papelería/juguetería, porque ahora tengo que trabajar al triple. (Ríe).

Gema, dice y pregunta:

–    Bueno, que te vaya m, uy bien. Aída, quieres cargar a una bebita y darle biberón? Les daré a las otras dos.

Aída, afirmó:

–    Clarines, nomás me sentaré en ese sillón, así lo hacía con Carry.

Gema, le puso en sus brazos a una de las bebitas, dio en su otra mano el biberón y Aída, estaba  muy contenta dándole de tomar la fórmula; luego, de una hora, las tres bebitas se durmieron y Gema, las llevó a su respectiva cuna, en su propio cuarto. Posteriormente, ella y su amiga, se fueron al comedor, ofreciéndole una coca y botanas, se dispusieron a platicar largo y tendido; como a las dos, llegó Alexander con pollo kentucky y un pastel de moca (el preferido de Aída), fue por sus tres hijitas, las puso en sus sillitas sobre la mesa y se dispusieron a comer; terminando, cada quien: Gema, Aída y Alexander, les dieron biberón; acabando, se fueron a la sala, comieron el pastel y platicando, ahí estuvieron hasta que el papá de Aída la recogió.

Después de cierto tiempo, las cuatro  Guerra: mamá, Angélica, Aída y Carry (que ya era una joven) volvieron a radicar en León, en un departamento y ahí, el día del cumpleaños de Aída, invitaron a comer a Gema, donde estuvieron muy contentas y ella, les platicó que buscaba una maestra de inglés, porque sus niñas, que tenían ocho años, no andaban muy bien; entonces, la señora le recomendó a Carry (siempre lo ha hablado y entendido excelente), además, necesitaba empezar a trabajar en algo, aparte de estudiar en el Tec. Carry, aceptó nomás por Gema, quedando que un día a la semana, una hora en la tarde (como a las cinco), por cien pesos. El primer día, llegó a la casa y como estaba Gema, todo muy bien, el segundo día también; el tercer día, la acompañó Aída y mientras, platicaba con Gema, el cuarto día, faltó una niña y el quinto día, como no estaba la mamá, ninguna quiso clase y se fueron a jugar, ignorando a Carry; media hora después, llegó Gema.

Gema, dijo:

–    Hola, Carry. ¿Cómo van mis niñas?

Carry, respondió:

        -Hola. La verdad, mal. Puesto que, no muestran ningún interés en aprenderlo, porque les dejo tarea, no la hacen y eso, las atrasa más; por ejemplo, hoy, que no estuviste ni siquiera fueron al cuarto de estudio, sólo saludaron y ya no están chiquitas como para no saber que es su obligación y responsabilidad.

Gema, bastante apenada y enojada, dijo:

–    Ay Carry, que pena. A mí, me dicen que están muy bien y que, por eso, no les dejas tarea. No, pues así no, te están haciendo perder tu valioso tiempo, ten tus quinientos pesos y otros doscientos por tu dedicación, tómalos, por favor. De esa manera, no las hemos educado.

Les grita, bastante molesta, a sus hijas:

–    ¡¡¡Niiiiiñaaaas, vengan acá, rapidito!!!!!!

Las niñas, acuden de inmediato y Gema, replica:

–    Me han hecho pasar la única vergüenza más grande de mi vida, ya me contó Carry, lo que le hicieron y por si fuera poco, mienten. ¿Qué les he platicado sobre Aída? Que era una niña que a pesar de su discapacidad ponía mucho interés y empeño y nunca se aprovechó de nuestra amistad, para que yo la sobreprotegiera; al contrario, entendía que si la corregía y castigaba era por su bien, porque la quería y era muy aparte del afecto y cariño que nos teníamos y por eso, creo que, ha perdurado por mucho tiempo; igualmente, con su familia, a Carry, la conozco desde que tenía una semana de nacida.

¡¡Aaaah!!! Por si no lo sabían, su papá y yo, las llevaríamos a Disney, el próximo año, pero sólo si avanzaban en inglés y con lo que le hicieron a Carry, vayan olvidándose de ese viaje. Ahora, pídanle una disculpa a Carry, despídanse educadamente y se van al cuarto de estudio, paradas en cada esquina y volteadas hacia la pared, dos horas y esto es poco castigo, esperen a que llegue su progenitor y se entere de todo, saben que le molestan las injusticias y mentiras.

Las niñas muy asombradas, tristes y asustadas, le pidieron disculpas a Carry y se retiraron; Gema, una vez más, pide perdón a la joven, la acompaña a la puerta y se despiden, cariñosamente.

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Después, Carry llega al departamento, les platica todo a su mamá, a Angélica y a Aída, diciéndoles:

–    No conocía a Gema de modo enojada, hasta les puso de ejemplo a Aída y eso, me hizo sentir más orgullosa de mi hermana.

 Mamá Guerra, comenta:

–    ¡Ay que, barbaridad! Pobre Gema, sino las corrige ahora, luego, será difícil y desgastante y más no siendo hijas legítimas; pero ella, por tener una familia y por humanidad las aceptó y quiere como si las hubiera concebido.

Aída, dice:    

–    Cuando Gema se enoja o la hacen enojar, cuidado; como todas personas. Gracias Carry, por lo que dijiste de mí, sin embargo, no me agrada que me pongan de ejemplo porque también, tengo defectos y, además, todos somos diferentes.

Angélica, replica:

–    Bueno, se lo merecen, por estar de magaderas, peesto que, ya entienden lo que está mal y lo que está bien; y aunque sin saber lo de Disney, no deben comportarse así, porque los que quedan mall son Gema y su esposo, que son personas educadas.

Pasando quince días, un sábado, en la tarde, Gema y su esposo, tocaron al departamento de las Guerra, llevando una charola grande de pastitas de la panadera El globo; abriéndoles Angélica, se pasaron al comedor y saludaron a todas, que estaban platicando.

Gema, dijo:

–    Hola a todas. Trajimos esta charola para disculparnos por el mal momento que le hicieron pasar, nuestras hijas, a Carry; sé, de muy buena fuente, que es la consentida de todas.

Carry, responde:

–    No era necesario, ya con lo que me pagó y las disculpas, fue suficiente; hasta ya se me olvidó.

Espero que el señor no haya sido muy enérgico con las niñas.

Alejandro, comenta:

–    Pues, les di una lección que nunca olvidarán, no las golpeé; pero están en clase de inglés con un maestro estricto, los martes, jueves y sábados, una hora y media; también, les quité el nintendo hasta que lo hablen y escriban bien y no saldrán a fiestas ni con amiguitas en tres meses, sólo en casa pueden divertirse con sus juguetes. Además, los domingos van a ayudarme en la papelería.

Aída, dice:

–    ¡Ay no, pobres! Yo, no aguantaría todos esos, con un castigo bastaría.

Gema, contesta:

–    Aparte de mis castigos: tres meses sin postres, dulces y chocolates, mantener ordenado su cuarto y ayudar en lo necesario. Es que, estuvo bastante mal su comportamiento hacia con Carry y si no las corregimos, ahorita, luego, lo harán con otras personas y nadie las va a querer, ni ayudar; es mejor a tiempo y sin golpes. Además, para que vean la diferencia entre las clases con Carry y el maestro estricto.

Ange, replica:

–    Así es.

Estuvieron platicando un buen rato, después, se despidieron agradecidos con Carry.

Luego, de dos meses, Carry, andaba en una plaza, se encontró con Gema y sus hijas; saludándose, las niñas muy cariñosas con la jovencita Guerra y hasta, nuevamente, le ofrecieron disculpas por su pésimo comportamiento.

Por estar al cuidado de su mamá, quien tenía ochenta años, porque ya no podía vivir sola, puesto que, el señor Ramírez había fallecido tiempo atrás, Gema tuvo que apartarse del kinder y dejar a cargo a su hermana, la que, conforme pasaban los años, lo hizo instituto donde hay kinder, primaria y secundaria.

Posteriormente, Ange, llevó a Aída, a cenar al Vips, porque había acudido a unos estudios médicos complicados y cansados; ahí, estaban Gema y su mamá, las vieron, pero ya iban saliendo, se saludaron y retiraron porque tenían prisa.

Debidas a diferentes circunstancias de la vida, Gema y Aída, dejaron de estar en comunicación y de verse; pero siempre unidas por el recuerdo de haber vivido “una inolvidable amistad”.

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