Lectura: Certamen Literario La Corrala – Patio Feminista
Una obra de Benito Yucatán
- Clara y su circunstancia
Clara entró por una chimenea y contempló a unos adultos haciendo cucamonas al nacer, esos extraños eran su familia, su circunstancia, esa que nos acompaña toda la vida hasta que los progenitores mueren o desapareces antes que ellos.
Su padre no estaba, no le conoció, su madre le dijo que había muerto en un accidente de tráfico cuando contaba un año de edad; no era cierto, se había fugado a otro país con desconocidas intenciones, sólo llamó una vez, le dijo su madre, antes de marcharse a Santoña, para trabajar en un refugio de animales, eso le dio vida, todavía recordaba a su padrastro maltratando al gato cuando estaba enfadado, es peor maltratar a un animal que a una persona, Clara había contraído una hipoacusia derivada de un componente genético, le dijeron los médicos, desde entonces su audición estaba disminuida. La madre conoció a un hombre un tanto violento del que se enamoró, tal vez buscando protección; una tarde la advirtió de que se apartara de la tele porque estaba viendo un partido de futbol, no lo escuchó y le arreó un sopapo, fue la espoleta de su huida; vivió con tranquilidad y feliz, de su padre ni rastro, su madre antes de marchar, la había dado un pañuelo que perteneció a su abuela, al dárselo, la dijo que lo más importante de una vida cabe en una caja, eso hizo ella, guardarlo con fotos en una cajita.
En la ciudad marinera estuvo ensimismada por el mar y los barcos pesqueros que traían las regalías del fondo, las mujeres que diariamente remendaban las redes, el paseo cercano al líquido elemento, todo ello la reconciliaba con la soledad y la feliz custodia de la mirada acuosa en comunión con el límite inabarcable del horizonte marino, allí trabajo en una cafetería.
El tiempo pasa deprisa y ella, alejada de casa se encontraba a disgusto porque no recibía noticias de la misma, bajó al mercado a realizar la compra y espabilarse un poco.
Se marchó a La Rioja alta, en un pueblo donde la recogida de la uva era fundamental y que con el frío, había necesitado trabajadores para calentar con fogatas las vides y no se perdieran, allí conoció a un joven con el que más tarde se casó.
Recibió una comunicación de casa, su madre tenía cáncer y cuando se vieron en el hospital, se abrazaron y al día siguiente, por la mañana temprano su madre falleció, en el mortuorio del hospital, la encontró en una bolsa gris, fría y lívida, casi no la reconoció, en ese momento la muerte había entrado en su vida.
Más tarde, visitó a su abuelo que estaba ingresado en una residencia de la ciudad, se quejaba de que la abuela nunca le había dicho: “Te quiero Marcelo”, yo para quitarle importancia al asunto, le decía que las hijas y nietas eran la muestra de su cariño, él no salió convencido. Había olvidado con su demencia senil la muerte de su hija y que muchas veces maltrató a su esposa; me llamaron de la residencia para contarme que estando en el salón social, la abuela se había puesto mala, intentó abrazarle en el sofá y murió en su hombro, en silencio.
Unos días más tarde, entró en la habitación, encontró un libro de poesía con un separador donde se leía el título de un poema: “No hay amor feliz pero es mi amor”.
La vida es tan extraña y la muerte también, una tarde, entró a tomar algo en un bar, en la televisión, una niña muerta en brazos de un hombre, que miraba indignado a la cámara, daños colaterales de una explosión dijeron, sintió un escalofrío, al llegar a casa no podía olvidar la imagen de la pequeña, unos días después volvieron a verse, él la escribió su primer poema en una servilleta del bar, todavía la conserva.
Unos meses más tarde, decidieron casarse, los preparativos llenos de ilusión la hicieron recordar a su inexistente familia, era muy joven todavía. Cuando tuvo que decir el sí quiero en la iglesia, un rastro de duda la sobrevino, todo el mundo esperaba esa afirmación, la dijo y fueron marido y mujer.
Pasaron los años y tuvieron un hijo, el pequeño los lleno de ilusiones, pero una mala racha en el trabajo por parte de él y una adicción al alcohol, le llevaron a no controlar sus impulsos, las discusiones eran frecuentes.
Una noche al llegar a casa, le observó y no le reconoció, no parecía el hombre del que se había enamorado y el que le escribió un poema con una sonrisa.
Pasaron días en silencio y un domingo a la hora de comer, estalló la rabia y la ira de él, la estranguló con sus manos delante del hijo, por servirle la sopa fría dijo ante el juez.