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Publicado: Lun, Ago 26th, 2024

La soledad puede matar

Héctor Anabitarte

La soledad está presente en la historia humana desde que el mundo es mundo, desde que el ser humano lo es, desde que tiene conciencia de sí mismo.

Hay una soledad elegida, «la solitude» de la que hablan los franceses; la «soledad sonora» de la que habló el poeta; la soledad buscada como repliegue hacia el interior de uno mismo; la soledad puntual, como una pausa para luego volver a los otros; la soledad impuesta como castigo en una celda incomunicada…

Existen muchos tipos de soledades, pero tienen en común la categoría de excepción. La norma es la compañía, los humanos somos seres sociales, «acompañados», desde la cuna hasta la tumba. O al menos lo éramos. 

Desde hace unos años, no muchos medidos en décadas, la cosa es diferente y está íntimamente ligada al tema de la longevidad: en un siglo, en los países desarrollados, se ha pasado de vivir treinta, treinta y  pico de años, a vivir más de ochenta, noventa y no es tan raro como lo era antaño encontrar centenarios.

En España, actualmente, viven diez millones de personas mayores de 60 años, el 19,6 % de la población, y para el 2035 serán el 26,5 %. Se calcula que uno de cada tres adultos sufrirá soledad, especialmente los mayores, y no sólo los mayores.

El mayor tiene que asumir una serie de desafíos, la jubilación es un cambio muy importante, pierde relaciones, amigos y conocidos que veía habitualmente desaparecen del campo visual como si se diluyeran en la nada.

La vejez es una etapa en la que se suceden penosos acontecimientos: fallecimientos de familiares y amigos; problemas de salud, que por la edad son más preocupantes. Estos nuevos escenarios exigen una estrategia. La depresión, la soledad, se hacen presente a veces de manera dramática.

La institución familiar también ha cambiado, los hijos y también hijas viven lejos, están muy atareados o no les interesa ocuparse de los padres por mil motivos.  Vivir en una residencia suele ser el último recurso de ancianos y ancianas: abandonar la que fue su casa tantos años, el barrio, la relación cordial con el panadero…

Este cambio puede ser muy doloroso, las mascotas se han convertido en familia y ahora hay que dejarlas, despedirse de ellas para siempre, del mismo modo que hay que despedirse de los objetos queridos atesorados durante toda una existencia. Cada pérdida produce otra ruptura y la soledad se acrecienta.

El tema de las mascotas en las residencias parece muy complicado de gestionar o no interesa hacerlo. Exigiría contratar, por ejemplo, más personal y eso dispararía los presupuestos (muchos residentes no están en condiciones de pagar más de lo que pagan). Una alternativa sería que las visitas pudieran ser acompañadas por las mascotas de los residentes.

Tampoco se ha abierto un debate sobre alternativas a las residencias tradicionales ni a otros modelos posibles de atención a los mayores. Parece que el tema no interesa demasiado. Los viejos y las viejas no interesan y mucho menos sus soledades.

Un caso extremo y sangrante: durante la pandemia, en la Comunidad de Madrid, a 7.291 ancianos se les negó el derecho a ser atendidos en los hospitales. Isabel Díaz Ayuso, dijo que «igual se iban a morir», pero no tomó en cuenta que no es lo mismo morir atendido por profesionales, con la infraestructura adecuada, que hacerlo aislado, desesperado, abandonado, en una habitación, solo. Nadie se hubiera atrevido -por el coste electoral que pudiera tener-, ni siquiera la Presidenta de la Comunidad, a abandonar a 7.291 vecinos/as librados a su suerte en una catástrofe, pero como en este caso se trataba de viejos y de viejas…

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