Asesinar mujeres, esa vieja costumbre
[ HÉCTOR ANABITARTE ]
Asesinar mujeres, esa vieja costumbre, hasta hace unos dos siglos, nada más, era lo habitual, inclusive lo permitido, ante una sociedad indiferente, esto pasó siempre, no era un problema, y tampoco lo era para los jueces. Cuando la Revolución Francesa la que habló, qué atrevida, de los derechos de la mujer, no solo de los derechos de los ciudadanos hombres, perdió la cabeza: se la cortó la guillotina. Poco a poco, aparecieron mujeres, siempre hay pioneras, a las que se les ocurrió pensar que eran personas, no sólo la mujer de, la madre de, y que tenían que reivindicar, en aquellas circunstancias tan adversas, lo obvio. En aquella época todavía la esclavitud era legal, en el Reino Unido, en Francia, en Holanda, y en España. No conviene olvidar que hasta se dudó de que las mujeres tuvieran… alma. Según la ONU, en donde están representados casi todos los estados del mundo, se calcula que anualmente en son asesinadas al menos unas cien mil mujeres. Es un genocidio. Un poco más de la mitad de la población son mujeres, es una no-minoría, castigada por el machismo ancestral que hunde sus raíces en el patriarcado y que afecta también a los menores, a los hijos que sufren también los efectos colaterales de dicha violencia ( sin contabilizar aquí a los menores que mueren de hambre en África). Espana decidió que en 2022 se tomarán en cuenta estadísticamente todas las violencias no sólo los asesinatos de mujeres por sus parejas y exparejas. Todo indica que las cifras serán entonces aún más dramáticas, escalofriantes. Hay un partido, Vox, que intenta diluir estos periódicos asesinatos haciéndolos pasar como una violencia más, hay tantas, pero es muy distinto. No es lo mismo el maltrato a los ancianos por ejemplo. Vox no acepta la igualdad de mujeres y hombres, representa el machismo más conservador y considera que el momento actual es el indicado para manifestarlo sin ningún tipo de pudor. Piensa que eso en vez de provocar la repulsa general le traerá votos. Esperemos que su lectura de la realidad esté equivocada. Confiamos en que no volvamos a las cavernas o a los tiempos calderonianos aquellos de la mujer en casa «y con la pata quebrada».