Desgraciadamente, la violencia sí tiene género y esta es una cuestión que no es debatible. Lamentablemente, en lo que llevamos de año 37 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, y desde 2003, año en que comenzó a contabilizarse esta estadística, 1.118 mujeres han sido víctimas mortales por violencia machista. El próximo 25 de noviembre se celebra el Día Mundial Contra la Violencia Hacia las Mujeres, una cita en la que la sociedad evidencia, mayoritariamente, que la violencia machista no puede tener cabida en ningún caso. Existen muchos tipos de actos violentos dentro de la violencia de género: psicológica, la física, la trata de personas… y esa evidencia no puede esconderse por más que algunos grupos políticos, como VOX, traten de hacer creer que las mujeres no son agredidas por el mero hecho de serlo. La eliminación de la violencia machista es un compromiso social y humano que tiene que ser una prioridad tanto para la clase política, a través de mejorar la legislación, como de la propia sociedad, que debe seguir luchando por erradicar esta lacra. Y para conseguirlo, es esencial afrontar un problema asumiendo cuál es la clave y cuál es la situación que nos rodea. Y esa situación es que se sigue asesinando a mujeres. Durante la pandemia del COVID-19 se ha agravado la situación, sobre todo en época del confinamiento, meses en los que aumentaron exponencialmente las denuncias por violencia machista. No es fácil, dadas las circunstancias, terminar de golpe con este problema, pero una de las claves es educar en los centros escolares y en los institutos fomentando la igualdad e incidiendo en el respeto hacia el semejante. La intolerancia hacia cualquier acto discriminatorio que pueda sufrir cualquier mujer tiene que ser una prioridad, y para eso es indispensable comenzar por la educación de los más jóvenes. La prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres es imprescindible para avanzar como sociedad, y en este camino es en el que tenemos que movernos. La violencia de género es un problema estructural que viene marcado desde hace muchísimos años por la desigualdad, que fomenta en algunos casos esa sensación de superioridad del sexo masculino frente al femenino, una falacia que no puede tener más recorrido. Y esto es lo que supone, desgraciadamente, que la violencia sí tenga género.