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Publicado: Lun, Nov 22nd, 2021

Glosario del siglo XXI [ a cuatro manos entre Rusiñol y Farramuntana ]

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Al siguiente en la línea de mis ancestros, mi bisabuelo, le tengo un cariño muy especial, aunque no llegase a conocerlo. Se trata de Pere (Pedro diríais por aquí), ya vinculado a Manlleu desde la infancia, hijo de aquel Pasqual del que hablábamos hace una semana. Nació en 1770, el año en que los barcos de Carlos III tomaban posesión de una isla con enormes estatuas de piedra casi en las antípodas de Cataluña. Con los ahorros de su padre compró un par de mulas y empezó a trabajar como “traginer” (trajinero, trajinante o más vulgarmente arriero). Era un excelente negocio, porque suministraba el transporte de materias primas y productos acabados a los numerosos fabricantes de indianas del pueblo. De paso, establecía relaciones que serían más tarde la escalera por la que ascendió el estatus de los Rusiñol. Pero era también una forma de vida cercana a la libertad perfecta: ser patrón de uno mismo, andar por caminos y bosques al paso de las silenciosas caballerías, comer y dormir cuando y donde a uno le apetece. Ese ritmo de los sentimientos lo heredé yo, y me convirtió en enemigo de las prisas y de ciertos aspectos del progreso. Hasta intenté emularlo (de mala manera) con el famoso viaje en carro con Ramón Casas, pero de eso hablaremos mucho más adelante. En este punto se da una coincidencia con el amigo Farramuntana, cuyo abuelo paterno, Sotero, fue también arriero. Pere se casó con María Bosch, también hija de bracero inmigrante (de Aiguafreda) justo antes de iniciarse el nuevo siglo. De entrada, tuvieron dos hijas, Teresa y María, a las que apadrinaron fabricantes locales. Los vínculos se afianzaban, aunque a mi bisabuelo le preocupaba no tener un heredero varón. En 1806 nació finalmente Ramón, pero solo sobrevivió unos meses. Un año después llegó Jaume, destinado a convertirse en el futuro “Señor Esteve”, el primer burgués de la familia. El trajinero había conseguido asegurar la continuidad del negocio, aunque la alegría le duró poco porque murió joven, dos años después, antes de cumplir los cuarenta. Jaume se quedó huérfano de padre en plena guerra de la independencia (“la del francés” la llamábamos). Le cuidaron su madre y el abuelo paterno, Pasqual.

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