[ Fernando Pérez Ruano Doctor en Humanidades, musicólogo y compositor. Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo ]

Cuando la inspiración y el talento se dan cita en la sensibilidad de un artista, la obra de arte está servida. Un lugar, un tiempo −el imaginado por su autor−, un paisaje sonoro no visionado pero sí oído, un estado emocional, un deseo, un reto profesional, una melancolía contenida e inconsolable, además de una infinita amalgama de circunstancias, sentimientos e incertidumbres, fueron el aderezo a la inspiración del maestro Joaquín Rodrigo para la creación de una obra de profunda identidad española, Concierto de Aranjuez. El 22 de noviembre de 1901 nació en la localidad valenciana de Sagunto el protagonista de este artículo, Joaquín Rodrigo Vidre, quien a la postre sería una de las primeras figuras de la música española de su tiempo. Intentar redactar unas líneas biográficas en la lógica limitación de espacio de un artículo como este lo estimo inoportuno por los muchos aspectos que quedarían silenciados así como por la generosa bibliografía que sobre su vida y su obra se ha publicado y a la que el lector interesado en ampliar información y conocimiento sobre él podría acudir. Así, pues, centraré mis párrafos en su faceta artístico-creadora y en su más emblemática composición anteriormente aludida ya que en cierta medida esta ha eclipsado buena parte de su obra, pues el maestro Rodrigo configuró un plural e importante catálogo compositivo con partituras escritas para varios instrumentos solistas, coro mixto, voz y diversos acompañamientos, orquesta, conciertos, oratorio, ballet, música escénica, incidental, para rondalla, etc. No debería observarse su obra compositiva desde una perspectiva estético-musical actual y, por lo tanto, descontextuada de su tiempo, la España de los años 40 a los 70, principalmente, aunque en la siguiente década también compondría obras importantes. Su música fue símbolo de la cultura de un pueblo, el español, y esta fue exportada como tal desde los primeros años del espacio temporal aludido de la mano, en aquel tiempo, de la Orquesta Nacional de España. Hace apenas dos semanas se ha cumplido el 81º aniversario del estreno en Barcelona de su más señera obra, Concierto de Aranjuez, y durante todo este tiempo ha sido música “líder de audiencia”, como diríamos hoy en términos radiofónicos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Ocho décadas sonando y durante varios lustros siendo la obra española más interpretada en el mundo junto a Noches en los jardines de España de Manuel de Falla. Todo un clásico ya, Joaquín Rodrigo, sí, como tantos otros de los que la Historia de la Música y la Musicología se han ocupado de perpetuar en el ámbito de lo culto (clásico) y para orgullo propio de la música española; un clásico al igual que el conjunto de su obra, especialmente, la que ha universalizado con su nombre a un pueblo (hoy ciudad), rico en historia propia y protagonista de la misma en acontecimientos decisivos para nuestro país en los pasados siglos, Aranjuez. El maestro Joaquín Rodrigo y Aranjuez han quedado emparentados de manera inseparable para los anales de la historia en una recíproca conceptualidad estético-musical de rango internacional, tándem exportado durante un tiempo, seña de identidad cultural y modelo de españolismo −insisto− en su época. El 120º aniversario de su nacimiento, efeméride que tendrá lugar el próximo lunes día 22 del corriente, bien merece unos párrafos en su recuerdo y que se ponga en valor su obra artística y su legado cultural pues, como es de todos sabido, el silencio sí forma parte de la música y a veces con una fuerza expresiva superior al propio sonido, pero el silencio social es la antesala del silencio histórico y este es sinónimo de olvido. Joaquín Rodrigo y su Concierto de Aranjuez: referente internacional de su tiempo y modelo, en el ámbito musical, de “Marca España”.