Lagarto, lagarto
[FÉLIX CASALES]
Hace meses que no llueve y este caluroso otoño impide que caigan las hojas de los árboles de la ribera del arroyo seco, todavía marrones y amarillas se agarran a las ramas resistiéndose a caer.
Los caminos polvorientos flanqueados de hierbas secas, olivos y encinas, se erosionan con el aire que los descarna elevando la tierra en pequeñas nubes que vuelven a caer sobre los campos yermos y resecos. Bajo una encina centenaria dormita el rebaño de ovejas merinas escondiéndose del sol de mediodía; moscas y tábanos las cortejan con zumbidos cortos y secos. Junto a una retama sestean dos Careas marrones; mientras, el pastor enciende con la mecha, un caldo de gallina recién liado; tiene un ojo entornado para protegerse del sol, mientras con el otro observa el camino y la nube de polvo que levanta un coche que se aproxima hacia ellos, un punto negro que avanza lentamente, rompiendo el silencio con su motor de gasoil. El Seat 1500 negro de nueve plazas se para en el camino cerca del pastor. Sin bajarse,el conductor le hace un gesto de pregunta como al que le importa poco la repuesta. El pastor señala con el dedo índice la dirección del objetivo.
-En el fortín – dice afirmando su desgana.
-¿Cómo te llamas?
– Me dicen Largartijo
-¿Cómo el torero? ¿Por qué?
– Porque como lagartos.
– ¿Sabes quién es?
– El Comunista. Ya se le han comido los ojos.
– Vamos, indícanos
– Lagarto, lagarto. Ya les digo que está dentro
El coche sigue el camino hasta un pequeño otero en el que está resistiendo todavía una pequeña construcción de hormigón cuyo único ojo mira al valle donde tenía que sembrar la muerte de aquellos que se acercaban a desafiarle.
El conductor frena frente a él. Los dos hombres se bajan del 1500 y se acercan al fortín que desprende hedor seco y nauseabundo; rodean la pequeña construcción buscando la entrada trasera; encuentran un pequeño arco lleno de oscuridad.
Uno de los hombres saca una linterna, la enciende e ilumina el interior. Unos peldaños descienden hacia el interior; apoyada en el último escalón reposa la cabeza de un hombre que con la boca abierta y las cuencas vacías, parece implorar a la muerte que no se lleve su alma.
Una ráfaga de viento que entra por el ojo del fortín empuja una tufarada de moscardas que asciende por los escalones golpeando la cara de los dos hombres que se retiran con aspavientos y arcadas. Uno de ellos vomita con desesperacióny el otro maldice su trabajo.
-No ha podido morirse el hijo de puta en otro sitio…
El zumbido de las moscas sigue en el interior. En el cielo un águila culebrera planea en las térmicas vigilando su territorio.
Las nubes pasan deprisa sin mirar la tierra que les reclama el agua que esconden en su inconsistencia.
Una bandada de torcaces batiendo alas silban por encima de sus cabezas camino del sur.Un lagarto ocelado asoma la gaita por agujero de un olivo centenario. El lejano traqueteo de un motor viene levantando el polvo del camino, avisando la llegada de otro coche. Los dos hombres desde el otero ven llegar el LandRover Santana verde agitando en su interior a los ocupantes, como si uncarricoche de feriase hubiera desprendido del ingenio, del artilugio que le condena eternamente a dar vueltas en el mismo sitio. El LandRover aparca detrás del 1500 y de él se apean dos guardias civiles, uno de ellos se apresura abrir la puerta trasera de la que baja un sujeto malhumorado sacudiéndose el atuendo de buen sastre capitalino, un traje azul a medida, del otro lado se apea un hombre con lentes de aumento y bigotillo dibujado en la resignación.
Desde el fortín uno de los hombres levanta el brazo indicándoles el lugar. Los cuatro hombres caminan hacia el lugar indicado.
-Buenos días señoría, señores…
– Inspector podría haberme avisado a donde veníamos me habría puesto la ropa de caza. Hay que joderse como me estoy poniendo…
– La pieza ya está en el morral. El Comunista, el del atraco a la joyería de Antón Martin. ¿Usted lleva el caso verdad?
– Si, ¿Dónde está el cuerpo?
– Ahí abajo…
– Pues súbanlo, a mí solo me faltaba entrar ahí…
– Bueno es que no es tan fácil, el cadáver está descompuesto y si lo intentamos sacar se puede deshacer.
– Señor forense baje y haga un diagnostico
– Sr. Juez estoy acostumbrado a olores, a cadáveres pero esto se pasa de castaño oscuro, además yo no puedo tocar nada sin su supervisión previa.
– Yo le doy permiso, baje.
– Señoría yo no puedo ir en contra del procedimiento.
-Sr. Juez, por allí parece que viene la furgoneta del depósito.
– ¡Alabado sea Dios! Que ellos se encarguen, lo suban y aquí ya
e hacemos una revisión. La furgoneta del depósito llega junto a los otros coches. Dos hombres con guardapolvos azules bajan del vehículo, abre el portón trasero y saca una camilla de lona raida y sucia de manchas de fiambre.
– ¡Tráiganse linternas, mascarillas y guantes! – les grita el inspector
Los dos funcionarios bien pertrechados suben al otero. Dejan la camilla en el suelo y una seña
del juez les indica la dirección; los dos hombres bajan y al cabo de un minuto vuelven a subir.
– Hay poco o nada que llevarse se lo están comiendo los gusanos. El bicho se deshace. También
hay un jergón, parece muerte natural. Con este calor debe llevar muerto quince días.
El hartazgo recorre la cara del juez que tras un silencio sopesa la situación y emite sentencia.
– ¡Ustedes dos!- dice dirigiéndose a los guardias civiles- Vallanalpueblomás cercano y traigan un albañil, que tapie esta puerta y el ojo del fortín, encima le ponen una cruz para que se joda y no le digan nada a nadie.
Esta gentuza no tiene sitio en un camposanto. Inspector me voy con ustedes.
Caso cerrado.
Los guardias obedientes descienden hasta su vehículo, arrancan la vieja carraca y siguen el camino levantando el polvo que les envuelve como un castigo a la sumisión, que les pone pan en la mesa, remiendos en los pantalones, en los calcetines de sus hijos, cobijo en la casa cuartel al servicio de la patria.
– Señoría … ¿Y el botín?
– Piezas de oro que ya se habrán fundido
El inspector seguido de compañero, el juez y el forense bajan hasta el coche y entran en él. El coche hace las maniobras para volver por el camino, al llegar a la altura del pastor, ven como los Careas están escarbando en la tierra en la boca de un agujero.
-¿Qué buscan? –pregunta el inspector desde su asiento
– Al lagarto- responde el pastor
– Se aburre el hombre.
– No señoría. La carne para el guiso.
– ¿Se come los lagartos? Como si no hubiera otra cosa que comer.
– Son famélica legión.
– Déjese de sandeces y sigamos.
El 1500 enfila el camino de vuelta. Al fondo en el horizonte nubarrones grises cargados de electricidad refrescan el aire que empieza a soplar con furia levantando remolinos del polvo y hojarasca.
Los perros del pastor siguen escarbando, arañando la tierra, agradando el agujero. Un nuevo zarpazo y en el aire brilla un pequeño objeto dorado, un anillo de oro que rueda por la ladera; una urraca ve la oportunidad de decorar su nido con la joya y se lanza a por ella llevándosela en el pico para luego desaparecer en el olivar. El pastor sorprendido con la rapidez del suceso no reacciona hasta que comprende.
Mira al fortín, aparta a los perros y comienza a escarbar con las manos en el agujero; de él, extrae una talega rota por los perros y esparce en la tierra removida numerosos objetos de oro y piedras de colores. Recoge y guarda en su bolsillo los objetos que están a la vista; sigue removiendo la tierra con las manos, esparciéndola, más piezas doradas aparecen semienterradas, fascinado y codicioso guarda todo lo que encuentra. Sigue escarbando, esparciendo la tierra, pensando en encontrar algo más. Con el bolsillo lleno, azuza a los perros para que sigan escarbando, atento, obsesionado. Siempre puede aparecer algo
más. Al cabo de media hora, ve llegar el LandRover Santana que trae al albañil para tapiar el fortín. Hay que mover el rebaño, marcharse de allí y no tentar a la suerte. Las nubes se acercan iluminando el cielo con sus relámpagos. La tierra empujada por el aire le golpea la cara con rabia, señalando al culpable que le ha arrebatado su tesoro. El pastor se emboza seguido por su rebaño, plantándole cara al viento.
– Gracias compañero- murmura deteniéndose para mirar al olivar-Y tú, ya sé dónde tienes
el nido.
El silencio le ha dado la confianza.
El lagarto asoma la cabeza por el amplio agujero; el cuello adornado con una fina cadena de oro; sale de él despacio, girando la cabeza a un lado y al otro, asegurándose la soledad, camina despacio, vigilante, camina y camina, para encontrar un sitio más seguro. Arriba en el otero el albañil remata su trabajo dejando un pequeño hueco entre ladrillo y ladrillo para que pueda salir el alma del difunto.