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Publicado: Vie, Jul 12th, 2019

Cuentos de Verano de Farramuntana: Revelación

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Dios, el chivo expiatorio más popular para nuestros pecados (Mark Twain) Me encontré con Dios el otro día. Yo estaba tomando un Octomore /3_152 Ochdamh-mòr, del 59%, y al segundo sorbo apareció y me alabó el gusto. —La predilección por el sabor ahumado es deseo de volver al origen, al fuego en la caverna, a la época primitiva en la que os sentíais protegidos por mí — me dijo al oído. La magia del güisqui hizo que reconociese la voz, aunque se manifestase sin presencia. Entendí a los chamanes por primera vez en mi vida. Luego Él siguió hablando y yo disfrutando del privilegio. —He leído algunos relatos tuyos. En Temps masqué, de 13 cadáveres, hablas de “cuerpos como de aire, pero aún más livianos, repletos de una energía oscura e invisibles la mayoría del tiempo. Lo que lleváis tanto tiempo llamando Almas”. ¿Cómo se te ocurrió esa idea? Era momento para decidir si creía en la aparición o la racionalizaba. Al fin y al cabo, las 152 ppm de derivados fenólicos de un malta tan influenciado por la turba, bien podían estar turbándome. Tiré por el camino de en medio. —Doy por hecho que también conoces “New old future”— le respondí, consciente de que me oiría estuviese donde estuviese —. Ahí profundizo en la descripción de esos cuerpos etéreos, compuestos de spc y fnt, elementos increíblemente ligeros, inexistentes en nuestra incompleta tabla periódica. Miles de veces menos densos que el elemental hidrógeno. Entidades compuestas de infra partículas, menores que las famosas cuerdas cuya existencia no somos capaces de demostrar; que además se complementan con ondas de energía tremendamente potentes…pero ¿qué te voy a contar a ti? —Pues el caso es que, exceptuando algunos detalles nimios, aciertas casi de pleno. Debía existir alguna relación entre el humo que embriagaba mi paladar y la invocación efectiva del todopoderoso. Así que tomé otro trago, me armé de valor, y aprovechando la oportunidad le planteé las incógnitas esenciales: —Eso del Juicio final… —No te preocupes, no necesitas decir en voz alta lo que quieres aclarar conmigo. Te lo explico. Y acto seguido llegó a mi mente toda la información al respecto, como si siempre hubiera estado ahí. Según me transmitió, cuando se nos muere la carcasa queda ese alma ligera, especial y eterna. Al no tener cuerpo básico, ni distracciones materiales asociadas, se le concede una lucidez absoluta. Esa que nunca había podido disfrutar en lo que conocemos como vida de la persona. El resto de la eternidad (curioso concepto, porque si al infinito le restas unos años, sigue siendo infinito) el alma la pasa reflexionando sobre la existencia corpórea que tuvo. Algo parecido a analizar, sin parar, cómo te has portado. Y así, el que ha sido un perfecto cabrón ocupa la eternidad en sentirse dolido por algo que ya no puede remediar (eso es el infierno), mientras que la buena persona es feliz para siempre, recordando el bien que hizo (el cielo). Se me ocurrió que alguien malvado podría sentir placer también en rememorar por siempre las faenas que hizo durante su vida. Pero Él me aclaró que las almas no tienen las taras aleatorias que adornan al cuerpo: no hay mutaciones, deformaciones, psicosis…son todas neutras. Es decir, no pueden disfrutar con el mal. Era el momento propicio para la cuestión clave: tanto el premio como el castigo de los que me habló, eran la consecuencia de un comportamiento…que no necesariamente era libre. ¿Tenemos verdaderamente capacidad de decisión? ¿O bien nadamos como podemos en el río del universo? ¿Acaso no lo había predeterminado Él absolutamente todo con la creación? ¿Se le puede exigir responsabilidades a una marioneta? La respuesta fue una simple sonrisa. No es que viese su cara, ya me hubiera gustado, aunque solo fuera por verificar si los artistas de toda la historia de la humanidad se habían acercado o no a la realidad; tan solo sentí que sonreía. Y con ello comprendí también que Él no tenía porque ser justo. La justicia es un concepto humano, que los hombres han atribuido a Dios, para sentirse confortados con la idea de que les tratará bien. Al fin y al cabo, somos solo monos que han sido agraciados en la ruleta de la evolución con una tara benéfica. Juguetes que, por culpa de un pequeño cambio bioquímico, son capaces de plantearse preguntas sobre el sentido de todo. Como lo que hacen los robots en algunas de las películas en las que nos autorretratamos, como buenos inventores de Narciso, constantemente. Miré la copa vacía de single malt. Eso sí podía resolverlo con relativa facilidad. La volví a llenar, tomé un sorbo dejando que el humo me impregnase toda la boca y llegase, a través de la nariz, hasta el cerebro. Al abandonarme al placer sencillo, se abrió paso una frase, que pasó por la parte trasera de los ojos como un anuncio: “Que me quiten lo bailao”.

Sobre el Autor

- Diseñador gráfico del Semanario MÁS.

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