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Publicado: Vie, Jun 14th, 2019

Real Cortijo de San Isidro: Coitus interruptus [ 4 ]

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[ ALFONSO SEGOVIA ] Aunque, en su origen, la palabra cultura (del latín cultus) hacía referencia al cultivo de la tierra, Cicerón lo amplió como metáfora al cultivo del alma, estableciendo un nuevo concepto que el paso del tiempo fue llenando de matices. El siglo XVIII consolidó esa tendencia y la aplicó al mundo de la literatura, la filosofía, las artes y las ciencias. Así, la cultura empezó a entenderse, desde los ámbitos de la Ilustración, como un conjunto de conocimientos acumulados por la Humanidad a lo largo de su historia, pero, eso sí, con determinados límites sociales. Como adelantó en su día un ministro de Felipe V: “No es menester en una monarquía que todos discurran ni tengan grandes talentos. Basta que sepa trabajar el mayor número, siendo pocos los que deben mandar, que son los que necesitan luces muy superiores; la muchedumbre no ha de necesitar más que fuerzas corporales y docilidad para dejarse gobernar”. El Real Cortijo de San Isidro, modelo ilustrado de finca de cultivo del XVIII, es claro ejemplo de esa evolución de la palabra cultura, incluyendo el trato discriminatorio del Despotismo borbónico hacia los analfabetos labradores, falsamente homenajeados en las primeras casitas para los infantes – llamadas “gallineros”-, en la Casa del Ermitaño del Jardín del Príncipe o en las posteriores Casas de Campo de Carlos IV en los Sitios Reales, como la Casa del Labrador, en Aranjuez. La ausencia en España de una Revolución al modo europeo (sustituida por una guerra de Independencia) y el regreso del régimen absolutista, prolongó la dinastía borbónica, la precariedad del pueblo y el déficit educativo. Si en términos generales fue así, más aún en una finca rural como el Real Cortijo, donde el pan de cada día era luchar por la subsistencia. Ni desamortización ni períodos republicanos cambiaron la situación en el siglo XIX y principios del XX. Después, la guerra incivil y una postguerra paupérrima en derechos y en educación trajo una nueva versión del despotismo, esta vez sin lustre, de mano de la ideología franquista, que intentaba fijar la población al terruño mediante pueblos de colonización, como el Real Cortijo, para consolidar su política de autarquía. Aunque los pueblos tenían escuelas, todos los miembros de la familia debían trabajar en el campo para obtener sustento, lo que impidió, a una generación completa, alcanzar una formación más allá de lo elemental. El derecho de acceso del ciudadano a lo que llamamos cultura, y antes se conoció con otros nombres (erudición, sabiduría, educación), es una reivindicación social reciente y necesitada de un activismo que la mantenga vigente. En ese sentido, sorprende que en el Real Cortijo, tras sufrir precariedad y falta de atención en épocas difíciles, no haya una reacción institucional que rentabilice sus recursos y tradiciones rurales, para hacer una oferta cultural a sus vecinos y visitantes. La gestión de la Cueva-Bodega es un ejemplo de ello. Superado el uso agrícola y reconocido su valor cultural alternativo, a finales de los años 80 la Comunidad de Madrid realizó una intervención, para evitar la ruina de la Bodega. A cambio, en 1996, la Junta Vecinal privatizó ese bien patrimonial, dejando la Cueva, y gran parte de la Bodega, en manos de una empresa por un período de 99 años (todo un siglo), a cambio de unas obras de rehabilitación (sin control), con un contrato de alquiler muy favorable a la empresa (sin supervisar correctamente su cumplimiento), ampliado en 2004, al arrendarle otro sector de la Bodega por un período de 25 años. Aunque parezca increíble, en el contexto del siglo XXI y cuando crecía la población del Real Cortijo, el espacio de mayor interés para realizar actividades sociales y culturales desapareció de la gestión pública, sin posibilidad de utilización periódica por la Entidad Local Menor, pese a existir una cláusula al respecto en el Pliego de Condiciones. En 2013, una Junta Vecinal nueva recuperó otro sector de la Bodega, arrendado a una industria láctea -pero en desuso y mal estado- con la intención de darle un uso público. En 2014, la D.G. de Patrimonio de la CAM abordó una primera fase de rehabilitación, para reparar daños en la cubierta e impedir su progresivo deterioro. En 2016, la nueva Junta Vecinal solicitó a la D.G. de Patrimonio que ejecutase una segunda fase, para su acondicionamiento interior. Esta aceptó, pero con la premisa de poner en uso el espacio cuanto antes, aunque estuviera pendiente la reparación del exterior y algún aspecto de confort o amueblamiento. El coste de las dos intervenciones, incluyendo los honorarios profesionales y gastos de los servicios técnicos de la Comunidad de Madrid, se puede evaluar en torno a 160.000 euros. Sumando la aportación del Ayuntamiento del Real Cortijo, la inversión pública total ascendió a 175.000 euros. Hasta aquí, algo estaba evolucionando positivamente, pero, como siempre, apareció el ya habitual “coitus interruptus” cortijero. A falta de una gestión burocrática sencilla, con margen presupuestario para una mano de pintura (no imprescindible) y una partida aprobada para otros trabajos, la Vocal de la Junta y actual alcaldesa (Zandra Campos) pronunció la siguiente frase: Pedro… ¿Y qué prisa tenemos por inaugurarlo? El Alcalde (Pedro Torres), constatando que no podía satisfacer el deseo de realizar una inauguración a su gusto, hizo suyas esas palabras, incumpliendo el pacto con la D.G de Patrimonio y olvidando el compromiso político de reutilizar cuanto antes ese espacio. El mismo alcalde que privatizó el uso de la Cueva y Bodega (durante un siglo), paralizó el uso público del único espacio disponible de este conjunto y, sin dar explicación alguna, la inversión lleva inmovilizada 15 meses. Al fin y al cabo, solo es dinero público. Pero, en esta ocasión, el “coitus interruptus” no puede achacarse a un desacuerdo con alguna institución ajena, sino a una decisión interna y exclusivamente individual. Una especie de onanismo mal gestionado, consecuencia de un “oscuro objeto de deseo” insatisfecho. Solo queda una duda: ¿Fue por falta o por exceso de “amor propio”?.

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Sobre el Autor

- Diseñador gráfico del Semanario MÁS.

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