CUENTOS DE PRIMAVERA DE FARRAMUNTANA: Fisterra [ yII ]
Manuel es pescador sabio, sabio pescador, y además poeta. Cuenta historias en uno de los museos más pequeños del mundo. Pero como él dice: “las cosas pequeñas pueden ser muy grandes”. En una sala única, multitud de objetos esperan que su mano diestra los recoja y los enseñe al visitante, para dar lugar a relatos que solo necesitan esa excusa para crecer y hacer crecer los sueños en la mente de quien le escucha. Una piedra ligada a una cuerda origina la narración del escandallo, que se desarrolla en varias lenguas. Una barba de ballena, de los tiempos en que en estas costas se pescaban cetáceos, permite imaginar varillas de paraguas antiguos o el armazón de un corsé. La caracola, cuerno de la niebla, del que él sabe extraer el sonido, hace revivir la angustia de los antiguos marineros cuando el manto blanco caía del cielo y la colisión con otro barco, o contra los arrecifes, era casi inevitable. Pero su preferido es el pulpo. Animal inteligente y salvaje, al que hay que vencer sabiamente. Manuel enseña y explica las nasas, argucia de la que se sirve el hombre de mar para capturar al octópodo. Y cuenta el secreto que pocos conocen: “La gente me pregunta por qué el pulpo no puede salir de la jaula. Y se trata de un falso rumor. El animal es perfectamente capaz de escaparse…lo que pasa es que, simplemente, no quiere. Prefiere quedarse en esa prisión que conoce, protegido de otras amenazas. Al final no son ni el mono ni el cerdo quienes se parecen más al hombre, ¿verdad?” º º º El sendero sale del bosque y se convierte en pista. Es una recta larga en bajada. A lo lejos distingo lo que parece un escarabajo multicolor, que camina renqueante por el centro del camino. Sé que la perspectiva me engaña y que seguramente se trata de un animal mayor y más evolucionado. De momento me dirijo hacia él trotando. Al cabo de un par de minutos ya estoy a tiro de piedra de la pieza. Se trata de una celta cuyo aspecto indica edad indefinida, entre setenta y noventa, según haya sido la calidad de su vida. Es evidente que las articulaciones son su punto débil, porque anda con gran esfuerzo, ayudada por dos muletas. Con cada paso, su maltrecho cuerpo se decanta a un lado. A veces se inclina tanto que parece que va a perder el equilibrio, pero siempre consigue enderezarse de manera aparentemente milagrosa. Va vestida como si acabase de levantarse de una cama imaginaria, oculta en un recodo inexistente de la senda: bata gruesa de color rosa, medias de lana verdes y pantuflas en chancleta. Me doy cuenta de que las muletas son distintas. Una es corta y está remendada con esparadrapo. La otra es una rama de almendro torcida y excesivamente larga. Puede que de ello nazca el vaivén que la mujer sufre durante su marcha. Es evidente que la estética o las apariencias le importan bien poco. Paso a su lado corriendo y la saludo con un bo día sobre la marcha. Se sobresalta y luego me dice, mientras me alejo: “onde vai tan rápido, se parece un coche”. Entonces me paro avergonzado y doy la vuelta para acompañarla un rato. Me cuenta que se llama Mariña y me recomienda que no me pierda el ciempiés de pedra de San Martiño. Se trata de un hórreo granítico, de tamaño monumental, que fue construido siglos atrás para almacenar los tributos que los siervos pagaban al monasterio. Los monjes contrataron como arquitecto a un famoso brujo, porque nadie más era capaz de construirlo. A mi cicerona se le saltan las lágrimas cuando cuenta que dentro de él se guardaban “os sufrimentos de moita xente”, y que “os malos anos levaron a vida dos máis débiles”. Me despido con pena de ella. He de seguir camino. Un kilómetro más allá encuentro el tremendo depósito de grano, y con la paciencia recién adquirida me siento un rato a contemplarlo. Pienso en lo que me acaban de contar, cierro los ojos e imagino la película. Amoríos de una Mariña joven con un fraile llamado Suso. Luego sonrío y me levanto. Recuerdo que hay quien me ha dicho que veo novelas en cualquier historia. º º º En otro recodo me encuentro con Branca, la palilleira. Tiene un tenderete montado en el garaje, en el que ofrece obras del arte que en otras tierras llaman de bolillos, y algunas latas frías. “Non vendo a bebida. É para axudar aos peregrinos”. Me enseña sus encajes y explica las distintas técnicas: la conchiña, el ganapán… “o segredo é esta cuira”, me hace una demostración y veo como las arrugas no le han robado magia a sus manos. Los palillos vuelan sobre la pieza de piel. Compro una pulsera de color negro, que puede servir como punto de libro, y sigo camino. A medida que me alejo oigo como se diluye la música que compone la artesana. Afinando el oído se pueden distinguir las distintas notas que las docenas de piezas de madera van generando. Es una sinfonía de paciencia, de constancia y de fuerza. Imagino entonces a la veneciana que les explicó el secreto a las mujeres de esta tierra hace ya cinco siglos. Vida que la muerte trajo hasta aquí. Ese fue un regalo más de uno de los muchos naufragios en el fin del mundo. º º º Mi cuarto camino. Dos por el Este, uno por el Sur, y ahora por el Oeste. Esta vez en dirección opuesta a todos los peregrinos que siguen hasta Fisterra, lugar en el que queman sus viejos miedos y la ropa. Seguir la senda al revés enriquece y da para escribir una tesis de antropología. En la vida “normal” encontrar personas interesantes es como pescar en un río de aguas bravas. Hace falta interés, tener experiencia y depende de la suerte. Aquí, se parece a pescar en una piscifactoría: todos los que hacen el camino tienen “algo” y ni siquiera se necesita cebo. Cada uno de los tres días en que completo las seis etapas, me brinda el encuentro con gentes de todos los rincones del mundo, cientos de bocas sonrientes que se abren para desearme “Buen camino”. Lo hacen con acentos diversos, ninguno tan divertido como el de los yanquis. Luego desaparecen en dirección a la costa y yo sigo avanzando como salmón contra la corriente. º º º Santiago en domingo. La ciudad más cosmopolita del mundo. Recompensa de la misa de los peregrinos. Baño de gozo, con independencia de las creencias que uno tenga. La catedral está en obras y la celebración se oficia en San Francisco sin botafumeiro. Cientos de sonrisas de almas que han culminado el sufrimiento con una explosión de júbilo. Los dolores del camino y los que se cargaban antes de llegar a él, han desaparecido. Se respira plenitud. Un sacerdote que podría haberse dedicado a la ópera canta el kirye eleison en dueto con un coro oculto. Cuando acaba el oficio, el arzobispo reparte la indulgencia plenaria. Yo también ofrezco la mía a la humanidad. Hoy me he reconciliado con ella una vez más. Más tarde me dedico a disfrutar de la antigua Aseconia de Atia Moeta. Un dulce rato tumbado en el césped pacífico del antiguo cementerio Bonaval. Comida en Marcelo. “Carne cruda sí, pescado crudo sí, picante sí…yo me ocupo” me dice quien me atiende. Luego pregunta: “¿De donde vienes?”. Cuando le respondo que de Fisterra, pero antes de Barcelona y en realidad soy de Aranjuez, me corrige: “Tú eres gallego, pero no lo sabes”. Luego, para digerir, un orujo tostado, sentado entre las maderas nobles del Casino. Solo queda el broche: contemplar sin prisa el Obradoiro cuando llega la noche. Al fondo se oye como canta la tuna.