[ Héctor Anabitarte ] Nunca el feminismo había sido tan global, tan masivo, tan reivindicativo, tan ambicioso. Orgulloso pretende liberar a todas las mujeres y cambiar el mundo. Se pone un objetivo realmente revolucionario, el antes y el después de todo, otra que la toma de la Bastilla. Hoy en todos los continentes está presente en las calles, en las plazas. Es comprensible que el machismo se sienta agredido, sospecha que el poder del que se ha beneficiado durante tantos siglos puede llegar a su fin. La igualdad de mujeres y de hombres en todos los escenarios les causa temor, no puede ni imaginar ese mundo distinto. De allí que responde airado, se disfraza diciendo que le interesa los problemas de las mujeres, recurre a la mentira, se defiende agrediendo. No se imagina -el machismo de todos los colores- no ser el administrador del poder y no concibe ese posible mundo nuevo que se anuncia: le horroriza. Y no se trata de una guerra entre sexos, se trata de la lucha por la liberación de un poco más de la mitad de la especie. Cuando la ciencia compueba que el pene se desarrolla a partir del clítoris, que en todos los mamíferos el sexo básico es el femenino, mentalmente busca leña y reflexiona sobre el error de no haberlas quemado en su momento a todas. No puede asumir -el machismo de todos los colores- que sin las mujeres no es nada. La mujer tiene la llave de todo, y es por eso que fue sometida, reprimida, golpeada, asesinada. Según textos bíblicos, que la Iglesia Católica suprimió, Adán tuvo tres esposas. A la primera , se desconoce su nombre, la rechazó por fea; a la segunda, Lillith, por rebelde y bruja sabia; y, finalmente, aceptó a la tercera, Eva, porque parecía muy dócil: fue la que le dió la manzana maldita que encerraba el peligroso gusano del conocimiento. El machismo, desde su óptica, tiene razón, no conviene fiarse de las mujeres.