[ Pako Segura ] Atascos para entrar y atascos para salir. Mojitos frente a aguas cristalinas y cafés con hielo a ras de asfalto derretido. Piscinas municipales compitiendo contra la inmensidad del mar. La pertinaz sequía amenazando con sed a la mitad de un continente mientras infinitos chorros de agua vaporizada refrescan terrazas del primerísimo primer mundo. Olas de calor sahariano cabalgadas por intrépidos surferos. Gritos de niños huérfanos de videojuegos repoblando por unos días los ecos de pueblos desiertos. Ríos que se hacen navegables a braza y crol. Grillos al anochecer interpretando la banda sonora de la tranquilidad. Familias separadas a la fuerza por el cuadrante vacacional de un calendario laboral. Botes que navegan a la deriva con la esperanza intacta a bordo. Yates que valen su peso en oro tripulados por capitanes de mentira. Amaneceres urbanos con andenes de tren llenos de zombis. Turbas de jubilados luchando por clavar una sombrilla en la playa como quien corona por primera vez la cima del Everest. Agendas que no muestran fechas hasta más allá de Agosto. Quincenas como única unidad de la medida del tiempo. Caracolas abandonadas sobre escritorios inspirando romances oceánicos. Manchas de sudor en la camisa y pareos de colores a merced del viento. Tacos de sandía coloreando comida, merienda y cena. Gazpacho enlatado servido en la programación de todas las cadenas de radio y televisión. Políticos torpes simulando practicar deporte. Fotopies en Instagram con océanos al fondo. Modelos en bikini empapeladas en plena noche sobre una marquesina de autobús. Paseos marítimos que rebosan gente rosada vestida con lo primero que ha encontrado en el fondo de su equipaje. Guiris ataviados con arriesgadas combinaciones de sandalia y calcetín dignas de cualquier desfile de pret a porter. Grupos de japoneses inmortalizando cámara al cuello cada rincón de tu vida. Aeropuertos como ciudades de paso. Maletas de mil colores que giran en la ruleta rusa de una cinta de equipaje. La canción de radiofórmula de hace cincuenta años, o de hace cincuenta minutos, golpeando sin cesar todos los huesos de tu oído interno. Heladerías sirviendo copas llenas hasta los topes de sabores exóticos rematadas de bengalas encendidas y salvas de ordenanza. Hogueras en una cala apartada para celebrar la llegada de un solsticio y macrobotellones a la orilla del mar. Barcas en ascuas que cocinan pescado empalado al lado de bultos humanos carbonizados en el intento de dorar su piel. Olor a humanidad sin asear de un vagón de metro y empalago de leche de coco de un protector solar. Paellas de chiringuito y menú del día en el comedor social. Edificios ardiendo al sol y castillos de arena barridos por la marea. Amores de veinte días o de veinte años. Todo cabe dentro de un verano.