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Publicado: Vie, May 25th, 2018

Cuentos de primavera de Farramuntana: Trote con el abuelo [ yII ]

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De uno de los árboles cercanos baja una ardilla de cola rojiza, que se queda parada, no sé si mirándome o mirándonos. —Que bichos tan inquietos — comento a mis compañeros de trote—. Despiertan las ganas de atraparlos, pero son tan rápidos que no hay quien lo logre. —Es fácil, ya verás — responde Manuel — quedaos aquí parados. Le obedecemos, mientras él se acerca al animal. Se agacha a su lado y le sujeta por el cuello. Ahí está la respuesta a mi pregunta de antes: no ve a mis acompañantes. Como está sujeto, aunque la pobre bestia no alcanza a entender por quién, me acerco y puedo acariciarle sin que escape árbol arriba. —Yo que pensaba que los animales sentían a los muertos. —Eso solo aplica a algunas especies, y lo que detectan es la muerte, no los muertos. Se dan cuenta del momento en el cuerpo de su dueño queda inerte — me aclara Manuel —. Luego ya no se enteran de nada más. Soltamos al cautivo y en dos brincos se planta en una rama, lejos de nuestro alcance. Me quedo contemplando las caceras que alimentan con agua del rio a los gigantes que pueblan este paraíso. El líquido, que fluye mansamente, transmite una sensación agradable de frescura y paz. —Estas pensando en las carreras de barquitos. ¿A que sí? Ya no me sorprende que mi abuelo adivine lo que pienso. Efectivamente, me ha pillado recordando como mi amigo Pablito y yo poníamos tronquitos de plátano en esos ríos de juguete. Les seguíamos en su complicado recorrido, a través de túneles de piedra de Colmenar, compuertas, ramas y otros muchos obstáculos. Perdía el barco, y el patrón con él, que se atascaba en algún punto. Luego vuelta a empezar. Algo tan sencillo daba para horas de distracción. —¿Qué tal si ahora vamos al de la isla? — propone Calores —. Así completo mi ronda. Aceptamos. Salimos los tres por la puerta del embarcadero y pasamos frente al Rana. —Que buenos ratos pasé aquí con aquel pintor de nombre de pájaro — nos explica, mientras suelta una lagrimita —. Digo yo que, si se murió aquí, bien se le podría haber enterrado también en Aranjuez. Pues no, tuvieron que llevárselo a Montjuic. Con la de temas que me quedaron pendientes de aprender con él. —No te amargues padre — le dice Manuel —. Las cosas de la vida llevan a la gente a lugares dispares. Y las cosas de la muerte también. ¿Qué te parece si vamos a ver al gorderas? —¿Te refieres a Baco? Vamos a verle, que ese tío me cae muy simpático. Sin decir más, atraviesan ambos la carretera y entran al jardín. Los coches no les importan en absoluto, puesto que pueden pasar a través de ellos sin sufrir daño. Yo espero a que el semáforo se ponga verde, a causa de lo cual me sacan un buen trecho de ventaja. Aprieto los dientes y acelero hasta alcanzarlos, no sin acabar bufando de forma evidente. —¿Pues no decías que te tendría que seguir? — dice con sorna Manuel. —Deja en paz al chico —le reprende Calores — que tú a su edad estabas bien pocho. Y mira a ver si encuentras pacanas por aquí. Para que las coma él, que nosotros no lo necesitamos. Sin tiempo para buscar las nueces, que por otra parte seguramente ya no existen en el jardín, llegamos junto al obeso montado en un tonel, que brinda por nosotros. —Estaría bien que de esa cuba manase caldo de Noblejas —se le ocurre a mi abuelo. —No darían abasto para rellenarla — le aclara su padre —. Ya sabes que a todo lo gratuito se apuntan las muchedumbres. Yo seguiré mi paseo por aquí y luego vuelvo al del príncipe. Otro día nos vemos. Le dejamos allí y nos dirigimos hacia la puerta de Damas. Antes de separarnos, Manuel me propone: —¿Pasamos por la calle La Florida, a ver el lugar en que tenía el local de Sucesores de Pinilla? —Pues claro. Aunque ya sabrás que ahí hay ahora un bloque más moderno. —No importa. También los edificios tienen una especie de alma. Sobre todo, cuando se han vivido momentos muy intensos en su interior. De manera que podré ver algo así como la sombra de lo que fue mi casa. Llegamos a la manzana mencionada y él se queda un momento mirándola con añoranza. Allí estuvo el fruto de su trabajo, su sueño, y en ese lugar se dieron también algunos de los momentos más tristes para los Esteban. —En fin, cada oveja con su pareja. Me retiro a Santa Isabel. Good run and talk. See you soon I hope. —¡Pero abuelo! — me sorprendo —. No tenía ni idea de que hablabas inglés. —Bueno, no sabía ni una palabra cuando mi cuerpo dejó este mundo. Pero, como comprenderás, después de casi sesenta años con todas las horas del día disponibles, da para aprender cualquier cosa. Y como tengo multitud de compañeros en donde habito, de todos los niveles intelectuales, y van llegando otros nuevos que nos tienen al día…pues quien más y quien menos tiene varios másteres. Esto que me explica debe ser el equivalente de lo que llevamos tanto tiempo llamando cielo. Le digo hasta pronto y completo el entreno volviendo a casa. Me queda pendiente preguntarle sobre la mala gente. ¿Estarán en el mismo estado? ¿o habrán ido a parar a algún otro sitio en el que sigan sufriendo? Este relato nació un martes de abril. El trote, real, empezó por la visita al cementerio para rendir homenaje a mis abuelos y madrina. Parado frente a la tumba, se me ocurrió la idea de invitar a Manuel a correr conmigo. Luego seguí el recorrido y fueron brotando, desde rincones desconocidos de mi mente, todas las ideas y anécdotas que se explican en el cuento. Como si alguien me las estuviese diciendo al oído. En cuanto llegué a casa las plasmé en las líneas que habéis ido leyendo estos días pasados. Consideradlo un regalo de Pascua, pero no mío, sino de los que me inspiraron. Y en cuanto podáis, pasad por Santa Isabel a darles a ellos las gracias.

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Sobre el Autor

- Diseñador gráfico del Semanario MÁS.

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