Los cuentos de otoño de Farramuntana: La aguas (y III)
—Según decía Hipócrates, el padre griego de la medicina… —¿A qué os referís con lo de griego? —Perdona, me estás ayudando tan bien que te tomo por un colega. Significa nacido en Grecia, un país que fue hace dos mil años el más culto del mundo. Pues bien, como te decía, ese hombre opinaba que la cantidad de comida solo es saludable si después de comer puedes hacer lo que desees, como si no hubieses comido. —Eso me sucede a mí siempre. Incluso me quedo con bastante apetito. —Sin embargo, a nuestros compatriotas más distinguidos les pasa lo contrario. La gente importante y que son los que deberían hacer que avanzásemos hacia una sociedad mejor, tienen una molesta vida llena de ayes y congojas, por culpa de lo mucho que comen. —Pues que coman menos ¿no? La solución es bien sencilla. —No es así amigo Fidel, estas cosas nunca se curan con palabras o propósitos. Hacen falta el médico y la medicina. —En resumen, que ese balne…nosequé es para curar a los ricos enfermos de gula. —Más o menos. Lo has entendido bastante bien. —El Balneario —prosiguió Juan, mientras lo imaginaba en pleno funcionamiento —, tendría la máxima actividad en primavera y otoño, por ser las estaciones más benignas y propicias al ejercicio, que será complemento perfecto del tratamiento. —Ya me doy cuenta de que todo lo hago bien para mi salud: como poco y ejercicio no falta. —Por eso estás tan sano — respondió el médico, y luego prosiguió —. El agua se dará en cantidades distintas según sean las dolencias. Hay que tener en cuenta que la sal absorbida por el agua en la naturaleza es más efectiva que la que preparemos al disolver sal de Glauber en agua común. —¿Cuántas enfermedades de esas que vienen del mal comer (o bien, según se mire), se podrán curar con el agua? —Como mínimo ya te aseguro que las siguientes: las crónicas de intestino, hígado, riñones y bazo, con calenturas asociadas, diarreas y dolores nefríticos por obstrucciones. La gota, los flatos, la ictericia y diversas afecciones respiratorias. Incluso las interrupciones menstruales debidas a mala digestión. —Pues se va a llenar el bañario. —Nada, que no te lo aprendes. Bueno, el caso es que las dosis habrá que definirlas para cada aplicación. Según sea la edad del paciente y si las utilizamos como aperitivo, diurético o digestivo. Variará entre media drachma y una onza. Para calcularlo bien tendremos que hacer más experimentos, ahora con personas. —A eso ya no os ayudaré, no se me vaya a contagiar algo. —Profilaxis, la mejor actitud. Ya digo yo que tú vas para médico. Juan Gámez completó el estudio y entregó a Carlos III un detallado documento en el que propugnaba la creación del Balneario con el que soñaba el Monarca. Llegó incluso a adjuntar unos bocetos preliminares para el edificio, elaborados por el siciliano Sabatini. Como las cosas de Palacio van siempre despacio, el soberano dejó el proyecto dormido mientras se ocupaba de otros muchos asuntos, entre otros organizar la vida de su heredero Carlos. Tanto plazo transcurrió que al llamado “Alcalde de Madrid” le dio tiempo hasta de morirse. Juan seguía en activo y ejercía docencia en su cátedra. Pero el nuevo monarca decidió cambiar de médico y otorgó la plaza a Francisco Martínez Sobral. Este provenía de El Escorial y era firme defensor de los efectos beneficiosos del aire frio y seco, como medicamento simple para la mayoría de dolencias. No era partidario de los tratamientos con aguas. Aparte de esto, no estaba dispuesto a apoyar un proyecto que diese más protagonismo al Real Sitio. Prefería reservar sus energías para los que redundasen en la mejora de su pueblo natal. Como consecuencia de dichas circunstancias, Carlos IV decidió consultar finalmente a su primer ministro. Godoy tampoco veía con buenos ojos la obra y menos aún el gasto que conllevaría, y fue la pieza clave para que se abandonase completamente la idea del Balneario. En su lugar, el Rey aprobó la realización de una mina para llevar agua a las fuentes de los jardines y a las huertas más altas, desde el arroyo de Ontígola pasando por esos mismos cerros. Las obras se iniciaron, bajo la dirección de Juan de Villanueva. Ya avanzada la tarea, este interrumpió la excavación preocupado por la poca resistencia del terreno, que auguraba desplomes. No quería que los sufridos artilleros que realizaban la zapa, quedasen enterrados bajo la Glauberita. Nunca llegaron a reemprenderse los trabajos, debido a los sucesos que se desencadenarían más tarde tras el orquestado motín de Aranjuez y la abdicación de Carlos. Pero esa es otra historia. Dos siglos y pico más tarde, al que suscribe le han servido estos sucesos para desarrollar otro relato de historia aderezada con ficción. Al publicarlo por entregas, se han producido reacciones interesantísimas y enriquecedoras de mis paisanos. He podido saber de esta manera, que muchos iban a los cerros a recoger el agua que servía para purgarse, pero también para recolectar criadillas de la tierra o terfezias, collejas y otras tantas cosas, útiles en los tiempos del hambre. Inevitablemente, he recordado entonces como yo mismo subía junto a la pandilla de chavales de los Enanos, a buscar balas de la guerra en los fortines. La posesión de una de esas escasas reliquias era un trofeo de valor incalculable, al que nunca tuve acceso. También por estos lugares me trajo mi abuelo Sotero de paseo hace cincuenta y pico años. Buscábamos setas de cardo y me suena que encontramos apenas dos o tres. Luego las preparó a la plancha encima de la cocina económica y las compartimos con un trozo de pan. Me parecieron deliciosas. Desde entonces soy aficionado/adicto a la micología. Tanto él como mi padre conocían bien la flora y la fauna de los cerros. Podían identificar una gran cantidad de plantas, de las que sabían las aplicaciones. Distinguían a los pájaros por su canto. Todo eso lo hemos perdido. Habrá que ponerse a recuperarlo. Para el balneario ya es demasiado tarde, pero para los pequeños gestos no.