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Publicado: Vie, Mar 31st, 2017

Mentira: ahora le llaman post-verdad

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[ Héctor Anabitarte ]

Hace unos años apareció una nueva palabra que, últimamente, no deja de utilizarse: post-verdad. Según un diccionario de Oxford -en el mundo anglo-sajón son muy dados a inventar palabras que, a continuación, los medios de comunicación se apresuran a asumir y difundir-, la postverdad sería algo que no es cierto, pero que se  considera como tal, aunque no esté respaldada por hechos documentados, por pruebas contrastadas: basta con que alguien lo diga y lo repita una y otra vez por los cauces adecuados. El dramaturgo Steve Tesich, en un ensayo editado en 1992, ante las mentiras del Watergate, la guerra del Golfo, el conflicto en Nicaragua, de manera descarnada escribió: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de post-verdad”. Es decir, ‘libremente’ decidimos vivir en la mentira. Aristóteles aseguraba que “la realidad es la única verdad”. Vemos ahora que no tiene por qué ser así. Un ejemplo significativo: en EEUU, sectores de extrema derecha afirmaron una y otra vez que Obama era “musulmán en la intimidad” y que había nacido en el extranjero. Estas post-verdades fueron creídas por el 10% de la población. Otro ejemplo: el actual presidente norteamericano, Trump, aseguró en campaña electoral, que México pagaría el Muro que promete levantar para impedir la entrada de emigrantes, algo que el gobierno mexicano negó de manera reiterada y contundente. No importa, así y todo Trump ganó las elecciones. Las palabras nunca son inocentes. Lo de la post-verdad es un eufemismo, disfraza aquello que se define como no cierto, como una mentira, y es asumida contra toda evidencia por ciertos sectores de la población, fácilmente manipulables si se utilizan los medios adecuados. Más ejemplos: la teoría de la evolución de Darwin cuestionada por el creacionismo que defiende al pie de la letra lo expresado en La Biblia, en el Génesis. Afirmar en el siglo XXI que el Universo y la especie humana tendrían solo unos 6.000 años de antigüedad no se sostiene de ninguna manera, pero sin embargo es la versión que se enseña “libremente” en algunos estados de la llamada “América profunda”, donde el nombre de Darwin es anatema aunque las pruebas que desmienten la teoría creacionista sean abrumadoras. Inclusive no faltan teólogos cristianos que admiten que los textos bíblicos deben ser analizados de manera simbólica: piensan que el Bing-Bang fue cierto,pero que, en todo caso, dicha explosión original también es obra de Dios. De tal modo logran conciliar los conocimientos científicos con la Biblia.  En España, donde la Iglesia de Roma custodiaba las verdades sagradas con tanto esmero, la influencia darwinista directa fue escasa. ‘El origen de las especies’ no fue traducida al castellano hasta 1877. En las islas Galápagos, el científico inglés descubrió como evolucionaban las especies y llegó a demostrar que había un proceso que iba de lo más simple a lo más complejo. Y que dicho proceso incluía a la especie humana.  El disgusto que provocó la aparición de ‘El Origen de las especies’ en la sociedad victoriana fue mayúsculo. Una anécdota que revela que la post-verdad es tan antigua como la hipocresía: una aristócrata que no solo tomaba el te de las cinco con las amigas, sino que también leía y estaba al tanto de la importancia del libro de Darwin comentó en voz baja: “Parece ser que es cierto que descendemos del mono”. Y agregó:  “Por favor, que no trascienda”. Esta Lady se hubiera reído mucho al enterarse de eso que, ahora, se presenta como post-verdad.

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Sobre el Autor

- Sindicalista, periodista, escritor y activista social. Vive en Aranjuez desde 2001. Es autor de varios libros y ensayos. Como periodista ha desarrollado su labor en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, San Sebastián y Aranjuez. Participa activamente en la asociación de inmigrantes Hombro con Hombro.

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