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Publicado: Jue, Dic 15th, 2016

Mr Stevenson y la Constancia en el Oficio

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[ Enrique H. Roulet ]

“Hay dos deberes que incumben a cualquier hombre que se dedique a escribir: Ser fiel a los hechos y tener un buen espíritu en su tratamiento”. Robert Louis Stevenson.

Siempre que voy a recomendar un libro me veo tentado en agotar todos los datos biográficos de su autor, destacar alguna particularidad de su vida que me llame la atención y de ahí expresar alguna opinión particular y original, si me fuera posible. Es algo que se presenta fácil en estos días, lo reconozco; solo bastaría echar un vistazo a todo lo que aparece sobre él en el libro que uno quiere recomendar o en Internet. Sin embargo, siento que de alguna manera eso sería como aprovecharse de un trabajo ajeno y que es algo que, al final de cuentas, está al alcance de cualquiera que esté interesado en saber más sobre el autor en cuestión. Para no caer en semejante despropósito de la impostura y siguiendo el consejo de Stevenson con el que inicio la columna, mi misión hoy será otra además de la de recomendar la lectura (o re-lectura) de “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Por supuesto rescataré algunas pinceladas sobre la vida de Stevenson para tampoco caer en la desvergüenza de no decir nada sobre el escritor del libro que a uno lo entusiasma: Nació en Edimburgo, en el año 1850. Estudió ingeniería y derecho, pero su pasión, como nos resulta evidente hoy en día, fue la literatura -y esto es importante-. De su biografía se puede sacar una conclusión inequívoca: indudablemente era un hombre que se movía por la pasión. Era un escritor de salud frágil, prolífico y aplicado, de esos que hacen parecer fácil el oficio que desarrollan con soltura. Y con esto nos vamos acercando al punto que me gustaría destacar en este espacio que hoy nos une, amigo lector. Nadie duda que Mr. Stevenson era un genio literario, pero para que lo creamos se empecinan en contarnos que escribió “El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” en tres días o en tres noches. Luego que quemó aquel manuscrito, dicen que motivado por unas correcciones aconsejadas por su mujer, para empezar de cero y escribir la historia en otros tres días, demorando no más de tres semanas en las posteriores correcciones. Puede ser que esta “anécdota” fuera alimentada y tal vez engordada por su hijastro y otros cuantos biógrafos que lo secundaron pero a nosotros, los lectores de sus obras, bien poco debe importarnos cuánto tiempo le llevó escribir uno de sus grandes relatos. Alimenta o engrandece su leyenda y nos da una idea de su apasionado coraje literario pero Mr. Louis tampoco necesita tal cosa. Tiene una vasta lista de títulos que lo sitúan como uno de esos grandes escritores de todos los tiempos y bien poco importa si escribía a una velocidad de vértigo o no. El problema es que solemos caer en este tipo de especulaciones que parecen más enfocadas en alejar a las personas de oficio de las generaciones venideras que buscan un ejemplo a seguir, nos dejan una impresión errónea, cuando poco importa si la obra que hoy nos deleita fue serenamente pensada o casi vomitada como un charco de diamantes que salen casi sin esfuerzo del cuerpo de, en este caso, un hombre de un genio contrastado a base de esfuerzo y dedicación. Estamos llenos de anécdotas como éstas (generalmente al ser víctimas del dichoso Marketing, que constantemente busca subir las ventas maravillándonos con lo que a los demás puede resultar imposible) y he visto aquí la oportunidad para expresar algo en lo que siempre he creído: Las obras de Stevenson son fruto de su trabajo, de la constancia y de que vivía y respiraba para las historias y la literatura. Y esa es la imagen que más nos vale. Es nuestra misión ser sinceros y poner el acento en la condición humana de todo ser ejemplar en su oficio, no en la condición “divina” o de “genio inspirado por el más allá”, porque generalmente son todas patrañas absurdas aunque muchas de ellas pueden ser ciertas ocasionalmente. Recordar a Mr. Stevenson como un trabajador constante e incansable es lo que nos ayudará a evolucionar; la inspiración, como bien él sabía, (estoy seguro que sabía), no es nada sin el trabajo y la constancia que caracterizaron la labor de Mr. Louis. “Que Cristo nos valga más como Jesús de Nazaret”, (o sea como persona antes que como Dios) solía decir un buen amigo mío. Creo que Robert Louis Stevenson querría ser recordado como un hombre de oficio más que de genio casual o vehemente. Dicho esto: El relato es buenísimo, tan ágil como inquietante. Trata la idea del doble. De la confrontación entre el bien y el mal que habita en nuestro interior. Sospecho que la historia es por todos conocida, aunque sea de oídas, por lo cual evitaré aquí un breve resumen que seguramente podría no hacerle justicia para aquellos que no la hayan leído. No quise dejar pasar la oportunidad de recomendar la lectura de este libro que, a diferencia de otros que tratan la idea del doppelgänger (incluido Demián de Herman Hesse), no pierde su frescura, su intriga, su niebla misteriosa o su aroma inquietante y a veces sombrío que me recuerda al Golem de Gustav Meyrink.

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