‘Espera veneno del agua estancada’. Willliam Blake
[ ENRIQUE H. ROULET ]
Si hay algo en lo que concuerdan las personas mayores cuando miran hacia atrás, en su propia historia, es en que la vida pasa muy deprisa y merece la pena ser vivida. Algo que resulta difícil de comprender cuando uno todavía es joven y se ve atrapado en años que parecen estáticos, sobre todo cuando las cosas aparentemente van mal. Hay muchas teorías sobre el Tiempo en el que nos movemos; desde que es elástico, una percepción engañosa propia de la mente humana, hasta su negación. La vida se hace corta cuando se acaba y larga cuando está por recorrer. Y es cuando parece quedar un largo camino que se ve arduo el trayecto, cuando uno se siente un rehén de sus circunstancias, de sus elecciones; entonces se ahoga y con valor, porque todos queremos ser valientes, se dispone a aceptar lo que le viene por el miedo a errar y caer en el despropósito de vivir a contracorriente. Entonces la vida, el sentido que damos a nuestro Tiempo, toma otro color, otro clima, otra luz y un peso inaudito, lejano a aquel que manifiestan las personas mayores que olvidan o perdonan a la Vida sus baches, sus desaciertos, su naturaleza implacable, sus calles sin salida, por aquellos momentos donde el presente aflojó la mano, se distrajo o se tomó un recreo y la vida se puso tierna, momentos donde se puede decir que se ha experimentado la Felicidad y que gracias a alguna fuerza superior, son los que nos quedan.
Dicho esto, yo que estoy en una etapa intermedia de una vida de 70 años, solo puedo ponerme en la piel de una persona mayor si miro hacia mi adolescencia. La adolescencia, -esa fase tan boba del ser humano-, bien podría ser considerada una etapa algo oscura si no fuera por ciertos momentos mágicos que justifican su desasosiego y hacen que podamos recordar aquellos años con mucho cariño. Es una edad complicada donde uno busca saber quién es por su propia cuenta y, como fue en mi caso, se vuelve algo rebelde buscando crear su propio camino.
Es ahí, en esa búsqueda de mi propio Yo, cuando pasé unos de mis momentos mágicos y me topé con William Blake, un escritor que se cuestionaba, con toda la certeza que la intuición nos reclama, si el mundo que pisaba no era tan sólo una pantomima, un cojo borrador apresurado de lo mucho que nos falta por descubrir en nuestro ciego andar.
Siendo un rebelde adolescente, me encontré con un rebelde de altura, un señor rebelde, (también algo pendenciero), que logró que su nombre dignificara aquel adjetivo. De William Blake (Londres, 1757-1827) aprendí a no quedarme en la superficie de las cosas, rescató muchos de mis días, allanó un carril de mi Tiempo que no había sido capaz de ver, por donde podía encauzar mi energía.
Su ‘Antología Poética’ fue el primer libro que recuerdo haber elegido con ansias de probarme ante un precipicio mayor. Puedo recordar como una caricia que fue la música la que en aquella época me acercó a la poesía. Me entusiasmó enterarme que Jim Morrison había escrito poesía; pero Jim Morrison fue honrado y rápidamente me derivó a Blake, impregnando su obra poética de él.
Encontré al principio frases, lineas o versos en ‘El Matrimonio del Cielo y el Infierno’ que sentía compartidas, mías, necesarias para poder contarme a mí mismo lo que no podía expresar. Quería transcribirlas, memorizarlas, contarle a todo el mundo lo que había encontrado; nunca lo hice, hasta ahora.
Hoy en día me es fácil decir que todo aquel que sospecha que el mundo no termina donde los sentidos nos ordenan, se acerca de una u otra manera a William Blake.
En sus libros se leen los versos de un hombre libre, sin ningún tipo de atadura que cuenta con alas en su imaginación.
Su biografía es muy interesante. Como todo hombre de otra época (previa a la aparición de la televisión), realizó distintos oficios, fue pintor, grabador, poeta. De educación fundamentalmente autodidacta, estuvo, al parecer, muy interesado en Platón, la cábala, Swedenborg y el ocultismo.
Místico desde su más temprana edad; de niño ya gozaba o sufría de sus Visiones.
Por supuesto que no defiendo todos y cada uno de sus poemas, algunos me llegan, otros me resultan indispensables, otros simplemente no me gustan. Pero todo en William Blake encierra un sentido profundo y amplio, es un mensaje continuo que nos adentra en un mundo que también es posible.
En vida, su nombre no gozó de la fortuna que ahora nos habla de un poeta por todos conocido. Recién a partir del siglo XX es considerado uno de los grandes poetas de Inglaterra. Parece el sino maldito de los rebeldes; pocos disfrutan de la vida como suponen que es posible, aunque, al mirar atrás, imagino que también admitirán que todo valió la pena, “porque algo habremos hecho y algo habremos aprehendido”.
Leyendo a William Blake he aprendido que la pasión puede ser un lugar común para todos, hace del orden un lugar indeterminado donde los artistas pueden disfrutar de poderosas alas, de una imaginación que convierte todo en exquisita o perturbadora realidad.