Escalandrum y Elena Roger: el tiburón de aguas profundas y una “mojarrita”que fue Evita y Piaf
Viernes 11 de noviembre. 20, 30 h. Como en la ‘Balada para un loco’ de Piazzolla-Ferrer, me empiezo a despedir de Buenos Aires, “rodando por Callao”hacia el Teatro Coliseo en la calle Marcelo T. de Alvear. Allí se presenta un disco en directo: ‘3001: Proyecto Piazzolla’, fruto de la unión de una banda de jazz, Escalandrum, y una cantante-actriz, Elena Roger.
Escalandrum es un sexteto que fusiona jazz, tango, folk, música clásica. El baterista Daniel ‘Pipi’ Piazzolla, nieto del gran Astor Piazzolla, lo creó en 1999 junto a sus amigos Damián Fogel (saxo tenor), Nicolás Guerschberg (piano), Gustavo Musso (clarinete), Martín Pantyer (clarinete) y Mariano Sivori (contrabajo). El nombre del grupo es un homenaje a la pasión pescadora de la familia Piazzolla (el escalandrum es un tiburón enorme que sólo habita en las profundidades del Atlántico Sur). Desde su creación, la banda ha editado seis discos, actuado por medio mundo, cosechado premios (fue nominado a los Grammys latinos de 2011 por ‘Piazzolla plays Piazzolla’ y en 2015 obtuvo el Gardel de Oro por ‘Las cuatro estaciones porteñas’, creadas también por el bandoneonista Astor Piazzolla).
Elena Roger también goza de fama internacional gracias a que en 2006, Andrew Lloyd Weber, el autor de ‘Evita’, la eligiera para el reestreno en Londres de su famosa ópera rock, y volviera a confiar en ella, en 2012, para la reposición en Broadway junto a Ricky Martin que interpretaba al Che. En 2009 Elena Roger obtuvo el prestigioso Premio Lawrence Olivier por su impresionante actuación en ‘Piaf’, de Pam Gems, que pudo verse en Madrid en el Alcalá Palace.
Si Escalandrum es un tiburón enorme, Elena Roger, que no medirá 1’60 cm, es una “mojarrita”, un pez dimínuto, una especie de sardina austral que se agiganta en el escenario: tal es el poderío de esta actriz que canta, de esta cantante que actúa. En 2012, en Nueva York, una noche, tras la función de ‘Evita’, la “mojarrita”fue al Birdland, un recinto de jazz, y allí se encontró con el tiburón. El flechazo fue mutuo y decidieron hacer algo juntos. De aquél encuentro surgió ‘3001: Proyecto Piazzolla’.
Llego al Teatro Coliseo y me mezclo con una curiosa fauna integrada por rockeros y tangueros, por jóvenes y maduros, por amantes del teatro y de la música clásica. El show empieza con puntualidad porteño-británica y la magia se impone desde el primer instante en una puesta cuidada hasta el mínimo detalle por otra grande del teatro argentino: Renata Schussheim.
La Roger y Escalandrum trajeron a Astor Piazzolla y a sus letrista, los poetas Horacio Ferrer y Mario Trejo, con aires nuevos, frescos, inolvidables. Sonó ‘La balada para un loco’ y el teatro se volvió loco: “Las callecitas de Buenos Aires/ tienen ese que sé yo/ viste”; se escuchó ‘Vuelvo al sur’ y se estrujó el corazón de más de uno: “Vuelvo al Sur/ como se vuelve siempre al amor”; cantaron como nunca ‘Los pájaros perdidos’: “Amo los pájaros perdidos/ que vuelan desde el más allá/ a confundirse con un cielo/ que nunca más podré recuperar”; el ‘Chiquilín de Bachín’ siguió vendiendo flores por las mesas de los restaurantes de ayer: “Por las noches, cara sucia/ de angelito con blue jean/ vende rosas por las mesas/ del boliche de Bachín”; y la ‘Balada para mi muerte’ la sentí como una premonición vallejiana: “Moriré en Buenos Aires/ Será de madrugada/ Guardaré, mansamente, las cosas de vivir/ mi pequeña poesía de adioses y de balas/ Mi tabaco, mi tango, mi puñado de spleen/ Me pondré por los hombros, de abrigo, todo el alba/ mi penúltimo Whisky/ quedará sin beber/ Llegará tangamente, mi muerte enamorada/ yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis”.