Eduardo López Bago, un ‘maldito’ nacido en Aranjuez
[ DESDE BUENOS AIRES ]
En febrero de 2011 publiqué en estas páginas una semblanza sobre Eduardo López Bago (que posteriormente, en 2014, recogí en un libro ‘Aranjuez. De la A a la Z. Pasaron por Aquí’. Ed. Dikitur). El título de aquel PPA era ‘Eduardo López Bago: el ribereño que escandalizó a su tiempo’, un autor insólito en la historia de la Literatura en castellano (tanto en España como en América), un personaje apasionante y maldito, ninguneado por los críticos, tratado como un outsider, como una especie de ‘fantasma’. Desde aquel artículo me he ido encontrando con López Bago, en Internet (muy interesante el ensayo de Pura Fernández ‘La prostituta: novela médico-social’), en ‘Los raros’, de Pere Gimferrer, en libros que están en mi biblióteca desde hace años donde aparece de vez en cuando como una nota a pié de página, junto a muchos otros nombres de autores olvidados.
Eduardo López Bago y Peñalver nace el 27 de marzo de 1853 en Aranjuez. Tenemos constancia de ello (aunque no existe ningún rastro en los archivos municipales ya que las partidas de bautismo de tal año se perdieron durante la Guerra Civil) por las actas de empadronamiento del archivo de la Villa de Madrid correspondientes al período 1876-1882 (descubiertas por Pura Fernández e incluídas en su libro ‘Eduardo López Bago y el naturalismo radical’, (Ed Rodopi. Amsterdam. 1995). Actualmente las novelas de López Bago son inencontrables (salvo en la Cuesta de Moyano) con la excepción de dos de ellas : ‘El separatista’, reeditada por Ed. Castalia en 1997, y ‘La prostituta’, recuperada por Editorial Renacimiento en 2005. Sin embargo, entre 1880 y 1900 fue uno de los autores más populares. Y sus novelas que se vendían como churros también eran piedra de escándalo y motivo de permanentes juicios contra el autor. López Bago, seguidor del naturalismo de Emile Zolá y la tradición del folletín por entregas, introdujo una temática escandalosa para su tiempo que se nutría de los detritus de la sociedad: prostitución, crimen, cárcel, clericalismo, explotación laboral, colonialismo…
Se le considera el padre del naturalismo radical, hermano mayor de Alejandro Sawa (a quien Valle Inclán transformará en Max Estrella en ‘Luces de bohemia’) que lo definió como “el temperamento más heroico de su época” y escribió en ‘Impresiones de un lector’, de 1885, sobre el impacto que supuso su irrupción como autor: “Con su primera novela, ‘Los amores’, provocó los alaridos salvajes del clero que lo excomulgó… Poco después con la aparición de ‘La prostituta’, un gran estruendo estalló en las librerías y en las Academias, las opiniones mojigatas asustadas, las hipocresías al uso llenas de indignación, la gente de letras vomitando bilis hasta por los ojos, me apercibieron de que López Bago daba otra vez la batalla de las calles: la guerra civil de las ideas”.
Eduardo López Bago estudió medicina y filosofía y letras y se ganó la vida en diversos medios periodísticos. Publica libro tras libro y sufre juicio tras juicio. Se le anatematiza en la prensa conservadora defensora de las “novelas bonitas” al estilo de Valera, que repudia su feísmo extremo, su realismo de barricada, su ideología incendiaria. La Pardo Bazán, en cambio, es una de las pocas voces respetadas que lo defiende. Otro de sus pocos aliados será Leopoldo Alas, Clarín, que en ‘Mezclilla’(1889) cuenta como fueron requisados los ejemplares de ‘La Prostituta’ en Correos y Librerías. López Bago fue acusado por los médicos de la Sección de Higiene dedicados a la inspección sanitaria de las prostitutas inscritas en el Gobierno Civil de Madrid de injurias graves y calumnias, acogiéndose al art. 457 de Código Penal, y por una denuncia gubernativa por el delito de escándalo público. A pesar de ello las novelas se suceden: ‘La pálida’, de 1884 (multa y tres días de arresto); ‘El cura’, 1885 (denuncia y juicio); ‘La monja’ (1886); ‘El confesionario’(1887); ‘El preso’ (1888). Cansado de tanto ataque decide emigrar a América y recorre Cuba, México,Centroamérica, Colombia, Perú, Paraguay, Uruguay y Argentina…
López Bago llega a Buenos Aires poco antes de la subida al poder de Julio Argentino Roca, en 1890, un general genocida al servicio de la oligarquía terrateniente (dirigió el exterminio de la población aborigen como requisito para fundar la Argentina moderna). En tal coyuntura histórica Bago publica ‘Carne importada. Costumbres de Buenos Aires’, en la que denuncia el maltrato sufrido por la inmigración española, a través de la historia melodramática de una joven madrileña que viaja a Buenos Aires a trabajar y es captada por una red de prostitución. La novela (acompañada como siempre por el escandalo) se anuncia como la primera de una serie ‘La trata de blancos’ que nunca se completó y se acompaña con un retrato del autor, obra del pintor gallego J. Vaamonnde que entonces residía en Bs. As y a quien Emilia Pardo Bazán transforma en personaje (Silvio Lago) en su novela ‘La Quimera’.
En Buenos Aires, malvive con sus colaboraciones en ‘Diario español de Buenos Aires’ y en ‘Fin de siglo. Semanario Humorístico ilustrado’, hasta que, harto de la miseria , cambia de oficio y se transforma en posadero, en patrón de una pensión en la zona portuaria de Buenos Aires. Gil de Oto, uno de sus pocos amigos escritores, lo contó en un poema: “De pronto enmudeció, ya olvidado/ estaba el pobre López, cuando un día/ apareció con plata,/ afónico, elegante, avejentado/ el fiero luchador se enriquecía/ con una casa de pensión barata./ Su historia aquí dio fin,/pues aunque vive/ y sin descanso ya con afán escribe,/ con sal senil que compasión produce,/ es otro López ya, manso y con juicio,/ que en cuanto dice luce/ la habilidad del patronil oficio”. Volverá a España, muy enfermo, tan pobre como se fue, y se retirará del mundo literario refugiándose junto al Mediterráneo: murió en Alicante el 30 de octubre de 1931.