ENCUENTROS
Noches de norte y sur
Silmar Jimenez
Hay noches en que parece que no pasara nada, noches en las que piensas que la vida se diluye en la rutina y de repente decides salir a ese lugar en el que la magia del buen estar se concentra para ver si te cambia la noche o, como a veces sucede, en un instante, ocurra un episodio te haga reflexionar o subir un nivel en el marcador de tu visión de las cosas que pasan.
Ese jueves en la noche era así, las responsabilidades de algunos amigos les obligaban a irse temprano a casa y yo andaba con ganas de conversación y vino. Así que me despedí de quienes tenían compromisos al día siguiente y enfilé a buscar la poesía en el bar de un buen amigo, que acostumbra a tener tertulia los jueves, en torno a la poesía y a esa buena energía que se da en lugares privilegiados.
Y llegué al bar. Ahí estaba mi amigo, con otros tres enfrascados en una conversación sobre la poesía. Ese jueves, los habituales de las tertulias poéticas habían desaparecido en una de esas noches en que parecía que no pasaría nada así que decidí beber un vino, compartir con ellos un rato y luego despedirme a pesar de que el reducido grupo nunca ha tenido desperdicio en cuanto a temas para debatir y risas para compartir.
En esas estaba, cuando de repente apareció María la encantadora chiquilla alemana, apasionada amante del flamenco, maravillosa bailarina, que en ocasiones pasa por el bar; traía la cara enrojecida y el ceño fruncido, pero eso no fue obstáculo para que nos obsequiara, con su maravillosa sonrisa. María tenía una angustia: su compañero, Paul, un inglés con quien comparte la vida y la pasión por el flamenco – ella en el baile y él en la guitarra–, estaba triste, deprimido y no quería salir de casa.
María comenzó a hablar de la tristeza de su amor y de la impotencia de su juventud ante esa tristeza, las palabras salían a borbotones de su boca y, a pesar de su sonrisa, se le veía abatida por no saber cómo manejar aquella situación. Así que, ni cortos, ni perezosos, le dijimos que llamara a Paul y lo invitamos a reunirse con nosotros, él dijo que vendría y sólo pidió poder tocar la guitarra. La respuesta no se hizo esperar ¡claro que sí! Las cosas que tiene el bar, la fauna que lo frecuenta siempre está dispuesta a subir los ánimos de todo aquel que esté pasándolo mal.
Vale agregar que la fauna de la que hablo es absolutamente variopinta, el bar tiene la peculiaridad de atraer a gente de todos lados y si ya comenté que María es alemana y Paul inglés, ya allí estábamos especímenes de Argentina y Venezuela. Mientras esperábamos a Paul apareció un amigo español que, al ver que había vida en el local, decidió unirse al grupo. De repente y, como si se hubiese hecho un llamado, apareció otra pareja de amigos ella colombiana, también bailarina, y él, otro venezolano y músico de los mejores. Todos a la expectativa, esperábamos a Paul mientras seguíamos, entre vinos, cervezas y risas, hablando de diferentes temas.
Al cabo de unos minutos apareció nuestro amigo inglés, guitarra en ristre, adusto, con la adustez de quien no se siente conforme con su realidad, luego de una copa de vino tinto se sentó a tocar la guitarra con maestría sin parar; María por su parte, bailó y taconeó al ritmo de la música como si sus pies fuesen un instrumento más perfectamente acoplado a la guitarra de Paul. Por su parte, nuestra amiga colombiana se unió a María para, en una suerte de fusión, seguirla con una danza árabe, en armonía con el flamenco de la chica. Mientras Paul tocaba la guitarra la seriedad de su rostro paso a una expresión gentil, la de alguien que hace lo que le gusta y apasiona.
Y una vez más, en una de esas noches que sientes que no va a pasar nada, de esas que crees que el día que acaba se diluirá en la rutina, se hizo la magia, esa que sólo encuentras en algunos lugares, esa que emana de la energía y buena vibra que se genera en ese bar donde muchos jueves en la noche una fauna conformada por especies de distintos lugares del mundo, se unen en únicas e irrepetibles noches de norte y sur.