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Publicado: Vie, Feb 20th, 2015

José Lezama Lima: Cuando el Tajo de Garcilaso se desbordó en La Habana y las estatuas de Aranjuez visitaron el «Paradiso»

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lezama lima (3)En diciembre de 2010, la vieja casona de la calle Trocadero nº 162, muy cerca del Prado habanero, fue declarada Monumento Nacional. En esa casa, desde 1929 y hasta su muerte (9 de agosto de 1976), vivió José Lezama Lima; allí escribió su inmortal «Paradiso»; allí conversó con María Zambrano y Juan Ramón Jiménez. Y, allí, como un senador latino, se refugió contra la maledicencia, desprecio y ninguneo que le tributó (como agradecimiento por los servicios prestados a la cultura cubana) el gobierno de Fidel Castro.

José Lezama Lima (salvo en dos ocasiones: viajó a México y Jamaica) nunca abandonó la isla. Soñaba con París. No pudo verlo. El más clásico de los escritores latinoamericanos, el más barroco de todos ellos, permaneció en Cuba, en esa casa de la calle Trocadero que ahora visitan los ´lezamistas` del mundo entero. Paradoja sangrante: esta misma casa fue vigilada día y noche por los servicios cubanos para ver quién o quiénes entraban en ella, para anotar después sus nombres en la lista de ´sospechosos`, de potenciales enemigos de la Revolución y/o probables agentes del imperialismo. También, por supuesto, era reportada la visita de efebos admiradores. La homofobia fue una de las señas de identidad del castrismo

revolucionario, una sospechosa manía del super macho Castro. Ahora el viejo león de Sierra Maestra, parece que se ha vuelto herbívoro, y dice estar arrepentido de aquella cruzada que lanzó contra los «pájaros» (así se les llama a los homosexuales en Cuba) en nombre de la Revolución y el ´Hombre Nuevo`.
Escribe Abilio Estevez: «Desde el sillón fijo de su pequeña, húmeda, oscura casa de la calle Trocadero, en el centro de todas las algarabías, del trasiego de La Habana, el viajero inmóvil conformó la imagen de su ciudad… y cuando los tiempos fueron oscuros, supo encerrarse dignamente en su Vivarium, como Casiodoro, aquel senador latino del siglo XV, el que fundó un monasterio llamado Vivarium con el fin de encerrarse, con los saberes antiguos, a la espera de mejores tiempos…»
En su Vivarium habanero José Lezama Lima (1910-1976) trabajó sin descanso, fiel a sí mismo. Gastón Baquero (en prólogo a «Tratados en La Habana», editado en Madrid, en 1991; ed. Verbum) dice: «En un país en el que por regla casi universal los escritores y los artistas se cansan demasiado pronto de sí mismos y dejan su obra potencial a medio camino, él persistió, resistió todos los ataques, las incomprensiones, las burlas incluso, y se mantuvo fijo en su camino».
La obra inabarcable, desbordante como una antigua crecida del Tajo, de Lezama Lima, se inicia con un ensayo publicado en 1937: «El secreto de Garcilaso». El ´poeta de los ríos`(y también Luis de Góngora) es el Virgilio que guía a Lezama en su transitar por el cielo, el purgatorio y el infierno de la Poesía. Garcilaso se le aparece a Lezama como el poeta del agua (el Tajo, el Tormes, el Rín, el Danubio). En Coloquio con Juan Ramón Jiménez, Lezama escribe: “Los antiguos gnósticos afirmaban que la sangre es una mezcla del agua y el fuego. Ya lo vemos. Sangre: impureza. Agua y fuego: espíritus puros. Podemos reclamar una poesía del agua. Garcilaso nos ofrece la suya para que en el agua más limpia adivinemos la turbiedad»
Garcilaso le acerca el Tajo a La Habana, lo lleva a navegar con él y lo trae a Aranjuez. Transcribo tres pasajes de «Tratados en La Habana»: «…puede la reja cubana remedar el motivo capruno de las rejas de la casa del Greco, evocar una morada de Aranjuez…»; «… En Aranjuez, por la influencia rococó, lo que hay son las fiestas,´fetes champetres`, galantes. Aunque ya nuestros clásicos, el precioso Zavaleta apunta, con la sola exigencia de exigir del flemático, ´quedese en la silla con el mismo sosiego que si estuviera en un tapiz`…»; … Al final, las risotadas, como si el vino peleón de la tonadilla pusiese en marcha las estatuas de Aranjuez».
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