Fernando Muñoz y María Cristina: Los negocios del guardia de corps y la reina viuda y lo que no aprendieron sus descendientes (Iñaqui Urdangarín y la infanta Cristina de Borbón)
La mayoría de los Guardias de Corps procedían de familias importantes de España y Ultramar, nobles o no. El caso del futuro marqués de Riánsares, es muy distinto: ingresó en la Guardia de Corps gracias a que su abuela paterna había sido nodriza de una de las hermanas del rey felón. El 28 de diciembre de 1833, tres meses después de que su tío y marido, Fernando VII, pasara a mejor vida (es una manera decir, pues en este mundo la pasó estupendamente amargándosela a los demás), la doliente viuda, María Cristina de Nápoles, se casó clandestinamente (matrimonio morganático), con un sargento de su Guardia de Corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, un mocetón de Tarancón, de familia de estanqueros, que llegaría a ser uno de los hombres más poderosos y ricos de España.
su nieta Paz, hija de Isabel II(tenía veleidades artísticas y escribía unas poesías cursis, piadosas… y horrorosas), resulta más decente, pero canta un montón. La pobre Paz fusiló un episodio previo: el del encuentro de su bisabuela María Luisa de Parma con Manuel Godoy, incorporando detalles nuevos, cierto, para que el plagio no se notara tanto. Según la piadosa Paz, María Cristina iba en su carruaje, sufrió un derrame en la nariz, empezó a sangrar, pidió un pañuelo… El pañuelo providencial, natural, pertenecía al mocetón de Tarancón. Marcos Aniano González, un sacerdote amigo del novio, fue el cómplice necesario, los casó en secreto (sin autorización obispal ni papal) y con eso garantizó su futuro pues se transformó en capellán de Palacio, único confesor de María Cristina, y bautizador, también de la prole extensa y clandestina: los “Muñoces”, si bien nacían eran enviados fuera de palacio, dentro y fuera de España: “La Regente es una dama casada en secreto y embarazada en público”, decían los cortesanos. De este matrimonio nacieron ocho hijos, a los que la reina Isabel II concedió titulos nobiliarios. Desde que se unieron en sagrado (pero clandestino) matrimonio, la pareja lo tuvo claro. Más que la política lo suyo eran los negocios. Estuvieron en todos los grandes trapicheos de la época. En Todos. Y con Todos (de variados colores ideológicos, ci-viles y militares). Voraz la parejita. Tal para cual. El general O´Donnell, en carta dirigida a Isabel II, escribe maquiavélico y puritano: “Fuera de la vida, nada debe V.M a la reina Cristina, ni ella ha otorgado a España beneficio alguno para que V.M le tribute sumisión y obediencia en su conducta regia. Apenas descendió a la tumba el padre de V.M. la viuda gobernadora del reino, daba a V.M el pernicioso ejemplo de un amor impuro que principió por el escándalo, que concluyó diez años después por un casamiento morganático y que ha traído males incalculables”. Poco severa ella misma en los principios de sana moral que deben ser la base y fundamento de la educación de los príncipes, ni supo inculcarlos en el ánimo de V.M. mientras fue niña, ni se cuidó más que acumular oro y de preparar desde temprano un peculio crecido a su futura prole… “Apenas ha habido contratas lucrosas de buena a mala ley, especulaciones onerosas, privilegios monopolizadores a que no se haya visto asociado el nombre de la reina madre. El resorte para que un ministro o un hombre público haya obtenido la protección y apoyo de esa señora, o provocado su animadversión, ha sido pactar o no con ella el servicio de sus intereses. Esto lo sabe el pueblo…» La gran pasión del matrimonio fueron los negocios y compartían dicha pasión (y los beneficios que les producía) con personajes como el general Narváez y José de Salamanca, que fueron colaboradores necesarios y socios privilegiados en varios pelotazos. No dudaron en desviar fondos estatales para sus inversiones particulares. Se aseguraba que “no había proyecto industrial en el que la Reina madre no tuviera intereses”. Fernando Muñoz fue promotor de diversas empresas por todo el territorio, pero el gran pelotazo lo dio con el negocio de los ferrocarriles, la explotación del carbón, el monopolio de la sal y no le hizo asco (ni él, ni su mujer, ni la hija de su mujer, Isabel II) al más repugnante de los negocios: participó con tres buques en la trata de esclavos (tampoco estaba sólo, contó con la inestimable colaboración del general Narváez).
El 9 de febrero de 1851, con oropeles dignos de la ocasión, se inauguró la línea férrea Madrid-Aranjuez, que posteriormente se extendería hasta Albacete y Alicante. El historiador Pierre de Luz escribe: “En aquel momento, todo el mundo en Madrid juega a la bolsa, y es Salamanca quien dirige el baile. Ya ha arrastrado a Muñoz, y pronto asocia al mismo Narváeza sus combinaciones, a sus grandes golpes, a sus enormes ganancias… no existe en España un solo negocio industrial en que María Cristina o el Duque de Riánsares no tomen parte”.