Benito Pérez Galdós: Cuando Paquita Sanahuja, la bucólica ´Quijote`,perseguía corderillos y pastores en la Arcadia de Aranjuez

El humor, en Galdós, es el contrapunto del espanto. En su obra siempre van juntos en delicado equilibrio. En «El audaz.Historia de un radical de antaño», su segunda novela, publicada en 1871, un año después del éxito de «La fontana de oro», encontramos uno de esos personajes donde la ironía galdosiana se ceba, a través del personaje de Pepita Sanahuja, contra la cursilería que dominaba el gusto de finales del XVIII, con sus historias de amores entre damas que acunaban corderillos y pastores poetas tan inverosímiles como los nombres que les dieron los cultores tardíos de la poesía bucólica, herederos de Horacio, Virgilio, Garcilaso, Gabriel del Corral hasta llegar a Cadalso o Meléndez Váldez o María Rosa de Gálvez…
Pepita Sanahuja es uno de los personajes galdosianos más caricaturesco. Galdós nos la presenta a través del narrador : «En nuestra época hubiese sido lo que hoy designamos con la palabra ´romántica`; pero como entonces no existía el romanticismo, la sobreexcitación cerebral de la joven Sanahuja se alimentaba de interminables deliquios, en que todos los campos se le antojaban Arcadias y ella pastora, según había leído en sus endiabladas poesías».
Otro personaje, una cotilla de primera, de esas que tan bien le salían a Don Benito, cuenta: «Figúrese usted que Pepita está maniática, no puede vivir sino en el campo. Ya usted recordará. Yo me figuro que aquella cabeza no está buena. Está tan enfrascada en su manía, que no hay quien la convenza de que todo eso de lo pastoril es pura invención de los poetas, y que en el mundo no han existido jamás Melampos, ni Lisenos, ni Dalmiros, ni Galateas. Pero ni por esas; ella, con la lectura de Meléndez y de Cadalso, se figura que todo aquello es verdad, y quiere ser pastora y hacer la misma vida que los personajes imaginarios que pintan los escritores ¿Pues qué cree usted? Si ha tenido su padre que quemarle los libros, como hicieron con Don Quijote Es mucha niña aquella. Pues hoy se van para Aranjuez, donde tienen una hermosa finca con su soto y muchos viñedos…»
En Aranjuez Pepita se entregó en cuerpo y alma al disfrute de la naturaleza. Pero, claro, para que el disfrute fuese total y digno del género pastoril al que Aranjuez está unido, como localización y prestando su nombre y el de su río desde sus inicios («Bucólica del Tajo», de Francisco de la Torre ) y hasta su declive final («La Cintia de Aranjuez», de Gabriel del Corral), faltaba el pastor. Pero no nos preocupemos, todo llega. Escribe Galdós: «Y el Cielo, propicio siempre con los locos, le deparó lo que buscaba. Aquella tarde, en el momento en que los rayos del sol trasponían por el horizonte, dejando en las copas de los árboles, en los techos de las casas y en la superficie del Jarama resplandecientes de luz y perfiles y destellos de mil colores; en el momento en que las ovejas se aproximaban a otras, buscando cada una abrigo en las calientes lanas de las demás; cuando la naturaleza se adormía, impresionando los sentidos con recuerdos virgilianos, Pepita encontró su pasto en un chico que, habiéndose presentado unos días antes en la puerta de la casa hambriento, cubierto de harapos y pidiendo limosna, fue recogido por los colonos, que eran gente compasiva. Este chico le pareció desde el primer momento tan propio para el caso, tan interesante por su color tostado, sus grandes y expresivos ojos y su expresión inteligente, que no vaciló en poner en ejecución su pensamiento. A pesar de la repugnancia de sus padres, el chico fue arrancado al pastoreo de los cerdos en que le tenían ocupado; se le dio de comer y de beber a cuerpo de rey, se le arregló una cama en la casa, y al día siguiente las ovejas, los criados y los labradores le vieron en la huerta coronado de flores y de cintas, y muy satisfecho del papel que estaba desempeñando. Se le puso el nombre de Fileno, y los cerdos se quedaron sin guardián».