Lo dijo Azorín: «Aranjuez en otoño tiene un encanto que no tiene (o que tiene de otro modo) en los días claros y espléndidos de primavera. Las largas avenidas desiertas muestran su fronda amarillenta, aúrea. Caen lentamente las hojas; un tapiz muelle cubre el suelo; entre los claros del ramaje se columbra al pasar de las nubes. En los días opacos el amarillo del follaje concierta -melancólicamente- con el color plomizo, ceniciento, del cielo. Y si el viento, a intervalos, mueve las ramas de los árboles y lleva las hojas de un lado para otro, la sensación del otoño -tristeza, anhelo infinito- es completa en estos parajes». Aranjuez en otoño es una sinfonía de colores, una sinergia inspiradora para pintores y poetas, para fotógrafos y músicos que por aquí pasaron. Siempre lo ha sido para gentes caídas de diversos cielos. De un sitio tan austral como Chile, país de poetas (V. Huidobro, G. Mistral, P. Neruda, Nicanor Parra, Roberto Bolaño), llegó  a Aranjuez, en otoño, Luis Droguett Alfaro.

Luis Droguett Alfaro (1922) es un reconocido escritor chileno que, como tantos otros autores en castellano que escriben del otro lado del charco, es prácticamente un desconocido en España. Droguett Alfaro ha sido uno de los agitadores culturales en un Chile pre-Pinochet que apostaba por la libertad creativa que representaban las vanguardias. Luis Droguett Alfaro fue uno de los fundadores del Grupo Mandril que promovía el cambio necesario en la forma de hacer poesía y contar la vida. La revista Calicanto (que llegó a dirigir) representaba ese nuevo ideario.

Luis Droguett Alfaro  es autor de una importante obra poética («Aquí reinas», 1971; «Tu solo nombre», 1973; «Toda luz», 1977; y «Lo más secreto», 1979″) y ensayística. Ejerció y ejerce, además, el periodismo cultural, un género en el que se permite licencias creativas inesperadas como el «Diálogo apócrifo con Nicanor Parra» que recomiendo vivamente y puede leerse en Internet, el mágico invento que nos permite leer a los poetas como nunca había ocurrido antes.

El poeta chileno llegó a Aranjuez como mucho antes lo hiciera el abanderado del modernismo, el «indio dívino» (como lo llamó Valle Inclán en «Luces de bohemia») Rubén Darío, aquél que preguntó a los cisnes del Tajo si Quevedo había hablado con ellos en Aranjuez. Droguett Alfaro, junto al padre río, es imposible que no haya recordado al poeta nicaragüense que en Chile, con «Azul», nació como escritor. Droguett Alfaro se declara «encandilado» por el espectáculo de los jardines junto al río y de dicho encandilamiento surge «Augurio», un poema lleno de imágenes y de silencio (un silencio como el que se produce antes del trueno o de una descarga de fusiles) entre estatuas.

Cuando llega el otoño lo mejor que podemos hacer los plumillas en las redacciones es callar y ceder nuestro espacio de papel a los poetas que saben contarlo mucho mejor.

 Graznando están los cuervos en los encinares de Aranjuez; ay

picoteando están el crepúsculo, desangrándolo.

Y aún así los viajeros somos portadores de tu imagen

nunca entenebrecida, río Tajo.

Somos los encandilados por la luz de tus jardines en otoño; qué

soledad de estatuas-ángeles, ninfas de mármol llovido; y

cuantas hojas para tu silencio, río Tajo.

Y arriba como un sueño del Bosco, planeando están los

cuervos en los encinares en púrpura.

Y algún disparo lejano. Y la vecindad de los toros en los caminos.

Y los soldados esperanzados de fusilar

allí a la muerte en la

madrugada.

Y allá, sonándose en el siglo XVI, recogido,

transfigurado

hijas en peces, el río Tajo. Bogando

van las estatuas del jardín

por sus aguas. Huyen los pájaros.

Y el verde se ennegrece en Aranjuez