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Publicado: Vie, Jun 27th, 2014

Cervantes, Fray Luis de León, Gregorio Marañón. Azorín…. y muchos más: La importancia de llamarse Tajo

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El viernes pasado, coincidiendo con la inauguración de «Tajo. In memoriam», en la galería Colores Series, dedicamos el PPA a las aguas del Tajo. El sábado recibí un email de Daniel Ruíz Zurita en el que me decía: «hice un montaje con lo que me inspiró tu artículo» y adjuntaba la imagen que acompaña estas líneas. El título: «Cervantes sale del río Tajo» me lleva a fantasear con dicha posibilidad. 

Don Miguel asoma la cabeza entre las aguas. No le sorprenden para nada esas extrañas naves tripuladas por donceles ataviados con extraños vestidos de colores y al parecer hechos de un material que refleja el sol naciente. Cómo van a sorprenderle los prodigios a él que contó tantos. Asoma la cabeza Don Miguel cerca del embarcadero. Chorreando agua sube lo más digno que puede las escaleras y se detiene un instante a observar el río, ése que según dice Tirso es: «Niño en Cuenca , en Toledo hombre y en Lisboa viejo». Desde la fortaleza de juguete vienen a su memoria puertos del Mediterráneo, naves con velas cuadradas y un fogonazo de cañón en Lepanto, similar al fulgor del Sol (Febo hubieran escrito sus contemporáneos) que lo ciega (del mismo modo que un flash de magnesio de un fotógrafo de plaza ) durante un eterno instante.
Dentro del resplandor Miguel de Cervantes recordó aquella mañana de 1605 en que redactaba el prólogo para El Quijote. Era habitual en la época escribir aquellas insoportables introducciones a la mayor gloria de mecenas, cortesanos, marqueses, duques, arzobispos (gracias a estos prólogos el nombre de estos poderosos, sin mérito alguno, ha pasado a la Historia) y demás morralla. Aún cegado por Febo, Don Miguel sonríe recordando como él siempre se las ingenió para hacer de esas obligatorias reverencias fatuas algo creativo, original y audaz. Aquella mañana de 1605, ya viejo el caballero, se pone a escribir y cuenta al futuro lector cómo lo hace: dice que para redactar apropiadamente llama a un buen amigo muy versado en temas de edición. Y éste le aconseja: «Para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo con que en vuestra historia se nombre al río Tajo… El río Tajo fue así dicho por un Rey de las Españas, tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa».
La importancia de llamarse Tajo, piensa Miguel de Cervantes y va recobrando la visión. Se extasía observando las imponentes arboledas. Le parecen mucho más altas que cuando las vio por última vez. Vuelve a sonreír y deja de hacerlo en cuanto su mirada repara que el agua apenas se mueve, que está estancada. Intenta tranquilizarse recitándose para sí mismo el verso aquél de Fray Luis de León que explicaba las peculiaridades del Tajo: «Cristalino y presuroso, traspasa la alta sierra, ocupa el llano…». Muy bien, evidentemente, estamos en el llano, querido Fray Luis (dice en voz alta Don Miguel) ¿pero no me negará que esto no es normal? ¿no le parece? ¿mire, ni se mueve?. Es como si un gigante estuviera taponando su cauce. Deberíamos hacer algo….
– «En eso estamos», le contestó emergiendo de las aguas Fray Luis de León.
– «Me alegro de verlo» (dijo Cervantes) «¿Qué lo trae por aquí?
– «Lo mismo que a usted, supongo, en cuanto recibí el email de los chicos de la Asamblea en Defensa del Tajo, me puse en contacto con los otros que mire por donde ahí van llegando…
Efectivamente, Gregorio Marañón salía de las aguas en compañía de Azorín (que llevaba en las manos un paraguas rojo cerrado) hablando de Joaquín Costa y los planes hidrológicos, de la progresiva desertización de España, del tradicional odio al árbol que sienten los castellanos («en eso somos como los chinos») y disertando en plan médico haciendo un símil entre el cuerpo humano y el Tajo: «Mire usted, Azorín, si Gredos es la columna vertebral de España, el Tajo es la vena aorta de la península… La aorta por la que corre sangre mitad portuguesa y mitad española».
En cuanto emergieron de las aguas (y luego de sacudirse estilo perro) Marañón y Azorín comenzaron a subir los peldaños hacia el dúo formado por Cervantes y fray Luis de León. En cuanto Azorín vio a Cervantes sufrió un colapso (afortunadamente el Dr. Marañón era un gran doctor y lo sacó del trance) por la impresión. Una vez repuesto Azorín se dedicó a alabar a su ídolo y éste le agradeció los libros que sobre él escribió, especialmente uno: «Con perdón de los cervantistas». En eso estaban cuando comenzó, contra todo pronóstico, a llover. Azorín abriendo su rojo paraguas, cobijó  bajo el mismo al bueno de don Miguel y enfiló hacia la Puerta del Jardín del Príncipe.
-¿Dónde hemos quedado?, preguntó el Dr. Marañón.
– «En la Puerta del Jardín del Príncipe o en la fuente de Cervantes, que, por cierto, se morirá en cuanto vea como está y como le han manchado de verde la nariz unos gamberros….», comenzó a explicar con entusiasmo fray Luis
– «¿Y de allí?», le cortó Marañón
– «En cuanto llegue el resto nos vamos todos a ver la exposición?
– «¿Somos muchos los convocados?»
– Pues eche cuentas, doctor, que a usted se le da bien y yo soy más de letras… eche cuentas… De Anibal para acá, todos.,
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