La división interna de la UGT
La nueva etapa que se ha abierto en la unión comarcal UGT Madrid Sur, tras la elección el pasado 28 de junio de Eva López Simón como nueva secretaria general, no es precisamente la consecuencia de un cambio tranquilo, del relevo necesario en la dirección de cualquier organización, en este caso de un sindicato.
Ya la salida de la dirección de Juan Carlos Ramírez Panadero, tras 15 años al frente del sindicato, evidenció las tensiones internas en la vertiente ribereña de la UGT. Las caras, los gestos, las actitudes de los delegados en el congreso del relevo auspiciaban cualquier cosa menos un cambio tranquilo. A esta circunstancia se sumó hace unas semanas el anuncio de un ERE en el seno de UGT Madrid en el que se pre- veía el despido de 44 trabajadores, incluidas las dos trabajadoras del sindicato en la Casa del Pueblo ribereña. Al final, el ERE se redujo a 32 despidos (y sólo afectará a una trabajadora de la Casa del Pueblo en Aranjuez), pero la mecha ya estaba encendida en la organización.
Los delegados sindicales de UGT en las principales empresas de la ciudad comenzaron a movilizarse ante lo que parece una caricatura de la cruda realidad: un ERE en un sindicato y aplicando la reforma laboral contra la que se llegó a convocar una jornada de huelga general (la derecha ha jugado mucho al desprestigio sindical, pero parece que algunos no necesitan ayuda). Los argumentos de los rebeldes parecen lógicos: con lo que tienen en su casa, ¿con qué cara van a negociar un ERE en sus empresas?, ¿qué argumentos van a esgrimir a la hora de reclamar mejores condiciones laborales para su compañeros?, ¿qué credibilidad pueden ofrecer a sus representados con las decisiones que toma la cúpula del sindicato?
El punto álgido de este enconamiento tuvo lugar el pasado lunes, cuando una treintena de delegados sindicales, representantes de un buen número de trabajadores, increparon al secretario general de la UGT en Madrid a su llegada a la sede ribereña. Es la última evidencia de la división interna en el seno del sindicato en Aranjuez. Lo que en otro momento se hubiera dirimido de puertas hacia adentro, se resolvió en plena calle y a la vista de todo el mundo.
Con seis millones de parados, con la precariedad que impera en el mundo laboral, con los recortes de los derechos adquiridos durante años, con un estado del bienestar que se resquebraja cada día un poco más a golpe de decreto ley, los sindicatos de clase se hacen más necesarios que nunca. Sin embargo, se hacen necesarios siempre y cuando se presten a atender la realidad de la calle, a la defensa de los objetivos de quiénes dicen defender, que son los trabajadores, y se muestren coherentes ante lo que pregonan. En este caso, la UGT parece hoy más un problema que una solución.