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Publicado: Sáb, Oct 10th, 2020

Nos empeñamos en dirigir sus vidas

MÁS SEMANARIO ARANJUEZEl mundo gira como una noria, pero a gran velocidad. Son tiempos de crisis, de pandemia, de incertidumbre, de nerviosismo. Tiempos en que una hora se reduce a 60 minutos que se acortan en el tiempo y los segundos se reducen a décimas que se inspiran en la periodicidad del mismísimo momento. Los datos se actualizan con inusitada prisa y lo que se decidió hace diez minutos ya no tiene ni ‘quorum’, ni validez, ni, mucho menos, consenso.

En este mundo loco, pocos son quienes se paran a pensar en las dos generaciones más importantes que tenemos: los mayores y los niños. Nadie les pregunta, nadie les consulta, nadie repara en lo que sienten, en lo que esperan, en lo que les preocupa, a pesar de ser las dos generaciones más preciadas que poseemos, a quienes más tenemos que cuidar y de quienes más tenemos que aprender. Unos por representar el futuro y otros por legarnos el conocimiento y los avances más importantes que tenemos.

A los niños les ha cambiado la vida, han tenido que adaptarse a una nueva realidad que desconocían, asimilar múltiples cambios de manera repentina y girar su vida sin querer cambiarla. Fueron los primeros en sufrir el confinamiento, los primeros a los que se les cortó de raíz su cotidianidad, sin reparos, sin pedagogía previa, de un día a otro. Y eran medidas que había que tomar para parar una crisis que se nos había venido encima, pero nadie reparó en sus sentimientos, en lo que necesitaban, en medidas que pudiesen paliar un encierro que para ellos era una especie de castigo. Incluso se pensó antes en las mascotas, a la hora de dar paseos -es obvio que los animales tienen necesidades que hay que cubrir- que en ellos mismos, en quienes también habría que haber pensado y diseñado un plan que paliase, unos minutos al día, sus propias frustraciones.

Hace un mes, más o menos, que los niños han tenido que volver a clase, sin unas medidas de seguridad que garanticen una vuelta a las clases sin aparente riesgo. Se les ha colocado una mascarilla, que deben llevar durante toda la jornada, y se les ha mezclado en clases desdobladas sin reparar en que hubiese sido un valor muy importante para ellos haberse sentido arropados por los referentes que tenían antes del estado de alarma. Hay prisa, mucha prisa, y necesidad de organizar todo por parte de los adultos que gestionan las administraciones, los centros escolares, la sociedad en general, y no pueden reparar en este tipo de detalles, pero deberían.

De los mayores hace tiempo que se ha echado mano. Han tenido que sujetar, en muchos casos, económicamente la subsistencia de una familia con una pequeña pensión, poniendo cordura, dando apoyo, ayudando en las necesidades y poniendo el foco en problemas que la sociedad ‘adulta’ no ha sido capaz de enfocar. Ahora son población de riesgo, se contagian de Coronavirus y fallecen. Se les ha abandonado en residencias que no estaban medicalizadas y aún así, siempre devuelven el sosiego y, desde la calma, proponen soluciones poniendo por delante el bienestar de los suyos antes que su propia salud. Y si tienen que cuidar de los nietos, con el riesgo que supone a nivel de contagio, pues se cuida y no hay más que hablar.

Esta sociedad debería pararse un minuto a escuchar a esas voces a las que nunca se tiene en cuenta, bien porque se les considera en el final del camino, bien porque se les haya muy al principio. Sin embargo, mejor le iría a este mundo si, a veces, todos nos convirtiésemos en niños o en abuelos.

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