¡Ha llegado el afilador!
¡Fifirulí, fifirulá! ¡Fifirulí, fifirulá! El inconfundible sonido de la siringa del afiliador nos retrotrae aún hoy a los días del paragüero lañador con su estaño candente, del porcelanero con botijos finos de Ocaña, del mielero y su arrope de la Alcarria… y del lechero, y del panadero y ya casi hasta de los traperos (ahora chatarrerosmecanizados, como los tapiceros) con la calle como despacho-tienda. Sí, ahora en moto o en coche pero… ¡Fifirulí, fifirulá! ¡Fifirulí, fifirulá! ¡Ha llegado el afilador!