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Publicado: Vie, Jun 2nd, 2017

Giacomo Casanova: un mes en Aranjuez

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Después de mil aventuras (galantes y de las otras), enfermo y pobre, Giacomo Casanova (1725-1798) encontró su refugio final en la biblioteca del Palacio de Dux, dominio en Bohemia del conde de Waldstein, un noble francmasón, esóterico seguidor de Cagliostro. En 1785, Casanova, tras una existencia casi increíble de anti-héroe pre-romántico, de visionario ilustrado, prodigioso pícaro, amante sin igual, presidiario experto en fugas, atrevido espía… consigue un empleo de bibliotecario gracias a su antigua amistad con el conde y en dicho puesto de criado palatino permanecerá en un autoimpuesto exilio hasta su muerte en 1798.

En esos catorce años finales se dedicará a escribir (en francés) «Icosameroa», una novela interminable que lo transforma en precursor de Julio Verne, en la que «inventa» el automóvil, describe un cañón de carga múltiple, predice la utilización de gases tóxicos en las guerras, y sueña con un artilugio de escritura (la pluma estilográfica) que haga menos dolorosa la tarea de escribir. Además de aquella novela de anticipación, Casanova escribe sus memorias (también en francés, pues desea llegar al más amplio público europeo): «Historia de mi vida». En dicho libro (verdadero best seller) Casanova narra su estancia en España entre 1767 y 1768 durante el reinado de Carlos III. En uno de los capítulos más extensos cuenta su visita a Aranjuez invitado por el embajador de Venecia.     Casanova llega a Aranjuez el sábado santo de 1768 y permanece en el Real Sitio durante un mes. Su llegada no pudo ser más dolorosa: «El sábado santo (cuenta Casanova) tomé un coche y fui a Aranjuez, donde me vi muy bien recibido y alojado, pero un grano pequeño que tenía al salir de Madrid cerca del sitio donde había tenido una fistula fue tan atormentado durante el viaje por el traqueteo del coche que, por la tarde, al llegar a Aranjuez me molestaba mucho…». La molesta dolencia le impide participar en los actos religiosos (obligatorios) y eso le acarrea un grave problema con la Iglesia que lo amenaza con la excomunión. Finalmente, aclarada su ausencia en los servicios religiosos por  ´causa mayor` y curada su dolencia después de una semana en cama,  Casanova se involucra activamente en la vida de la corte: redacta cartas, escribe el libreto de una ópera, flirtea con las cantantes, hace una excursión a Toledo y trata a los ´principales` empezando por el rey de quien deja un pormenorizado e irónico informe sobre sus costumbres que delata su profesión de espía: «…No le gusta leer, ni escribir, ni la música, ni las conversaciones divertidas. He aquí lo que hizo, lo que hace, y lo que hará hasta el día de su muerte. A las siete, se viste, se va al guardarropa, lo peinan y dice sus oraciones hasta las ocho. Va a misa, toma chocolate, una poca de tabaco de España, que introduce en su enorme nariz. A las nueve, trabaja con sus ministros hasta las once, come solo a las once y tres cuartos, y hasta las doce hace una visita a la princesa de Asturias. A las doce, sube a su coche y se va de caza. A las siete, come un bocado en el lugar en que se encuentra y a las ocho vuelve a palacio tan cansado que se duerme con frecuencia antes de meterse en la cama y de esta manera nunca tiene necesidad de mujeres».  Y, además, conoce a una mujer de quien se hace amigo. Dada su fama podríamos pensar que es una de las muchas conquistas (no tantas si se piensa bien: sólo 122) que se suceden en cada página del libro. No es así. Se trata de una cantante, Clementina Pellicia, una romana que buscaba su oportunidad. Casanova dice de ella: «Su talento era mediocre, no era ni fea ni guapa, bizqueaba un poco. Tenía un marido, que era pintor, pero malo, buen hombre bastante feo, que más parecía su criado que su marido. Era muy sumiso a su mujer y tenía para con ella toda clase de consideraciones. Esta mujer no me inspiró amor, sino una verdadera amistad. Iba a verla todos los días, le hacía la letra de las canciones romanas que cantaba con mucha gracia, me recibía con el corazón en la mano y sin mañas, como si fuera un amigo de la infancia». Casanova no solo le escribe las canciones, sino que trama una estrategia para que la dama sea contratada por un empresario valenciano que quería hacer conocer en la ciudad del Turia la sensación musical del momento: la ópera bufa. Por supuesto, lo consigue y la Pellicia comienza una prometedora carrera de prima-donna. Cuando algún despistado confunde a Casanova con don Juan Tenorio, esta escena bastaría para demostrar que no tienen nada que ver el uno con el otro. Don Juan es un predador, un asalta camas tortuoso, acomplejado con culpas religiosas, mientras que Casanova es un enamorado de las mujeres. Don Juan es un machista redomado y Casanova es un aliado de ellas.

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Sobre el Autor

- Abogado, periodista y escritor. Nacido en Buenos Aires, es vecino de Aranjuez desde 2001. Autor de varios libros, ensayos, novelas y obras de teatro, dirigió el Aula de Poesía José Luis Sampedro.

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