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Publicado: Vie, Ene 27th, 2017

Leer por leer

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[ Enrique H. Roulet ]

“Lo mejor de leer empieza con la elección del libro; es como perpetuar un ritual íntimo, casi sagrado…”. Ana Lucía Echavarría. En uno de mis últimos regresos a Buenos Aires, en el camino entre el aeropuerto y la casa de mi padre, observé una publicidad gráfica a un costado de la ruta que decía más o menos algo así: “No le cuentes a tu hijo lo malo que es fumar, si no lo bueno que es correr toda la cancha sin agotarse”. Me pareció muy bueno el mensaje, acertado, inteligente. Aunque puede haber sido una ocurrencia de un momento, parece meditado. Un mensaje así se defiende por sí solo. Entre líneas se lee: No busques atemorizarlo, aprende cómo ofrecerle algo mejor. Otros campos de la comunicación deberían tomar ejemplo de aquel mensaje, sobre todo el que se ocupa de promocionar la lectura. Desde muy temprana edad las personas somos muy capaces del raciocinio aunque parezca todo lo contrario; por lo menos lo ejercemos constantemente. En el periodo que llamamos ‘Juventud’, tendemos a darle muchas vueltas a las cosas hasta que las comprendemos; por lo general en silencio, inseguros y medio acobardados. Es en esa fase temprana donde vamos elaborando nuestros “dogmas”. Desde trincheras cavadas de antemano por otros en la sociedad, nos vamos formando. Será entonces cuando crecemos, cuando algunas fórmulas o imposturas nos funcionaron, que nos cerramos y entorpecemos nuestra lúdica labor mental, psicológica e intuitiva; nuestra mente de ojos bien abiertos se vuelve perezosa o cambia su escala de valores. Deberíamos recordar que de pequeños nos encantaban los cuentos, las fábulas, todo nos sorprendía y nos apasionaba. Luego crecemos y ya no tenemos tiempo para eso. Sin embargo hay algo que no cambia en la mayoría de nosotros, y es el hecho de que nos apasionan las nuevas ideas, las que nos sorprenden, las que nos cuentan algo en lo que no habíamos pensado o que no imaginábamos, tanto sea en el cine, en el teatro o en una conferencia. Y de eso los libros están llenos, es más, son la base de todo lo que vemos regurgitado luego por terceros, a veces estropeado con una prisa absurda e interesada en su tratamiento. Es algo que sabemos, pero que vamos olvidando. En definitiva, no creo que leer por leer sea un buen primer mensaje, aunque muchísimas personas y yo lo disfrutemos. No para un joven que va dejando atrás esa curiosidad y esa capacidad de maravillarse que tiene un niño. Antes que mandar una lectura obligatoria deberíamos desafiar al joven a traer una idea, un concepto elaborado y contrastado en algún libro que él elija; hay millones. Lo mismo nos sorprendemos con los resultados. ¿Qué prisa hay porque se lea El Quijote? Ya lo leerá cuando crezca, incluso le sacará mayor partido cuando disfrute eso que tanto se le recomienda: Leer por leer. Por mi parte, considero mejor un mensaje dónde la lectura no sea un fin si no un medio, un delicioso medio que nos conduce al lugar más rico y fértil de todos aquellos que pueden albergar el análisis, la comunicación, la imaginación y la memoria de la Humanidad. En las bibliotecas están los Siglos que nos precedieron, las voces de personas que crecieron sin perder esa capacidad que tienen los niños de cuestionar todo mientras descubren el mundo, de darle vueltas a todo de manera casi obsesiva como le sucede a los jóvenes, a veces en silencio, ausentes por un rato del ruido que nos rodea, con un lápiz dejando generosamente lo mejor de sí sobre un papel, acertados o no, esperando a que los descubras y los continúes. Pero, por supuesto, todo esto es sólo una opinión.

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